domingo, 30 de diciembre de 2012

DE RITOS Y RETOS (¡¡¡¡Feliz 2013!!!!)

Sí, ya lo sé, otra columna sobre el fin de año, otra reflexión acerca de las últimas horas de estos 365 que pronto se acaban y otra lista de proyectos para llevar a cabo en los próximos 365 días que pronto empezarán. Pero es que resulta inevitable dejarse llevar por el mágico influjo que ejercen estos últimos momentos del año que ya tocan a su fin; resulta imposible no echar la vista atrás y volver a la misma ceremonia de ritos y retos que supuso el fin de año del año pasado y plantearse la fatídica pregunta: de todo lo que me propuse mientras brindaba por el nuevo año, ¿qué he cumplido? Pues no, yo no voy a hacer balance ni introspección ni nada que se le parezca. ¡No soy tan masoca! No pienso recrearme en mi vagancia o en mi pereza o en mi pasotismo ante esos buenos propósitos que, de manera despiadada e inexorable, me planteé cuando llegó el 1 de enero de 2012 (y, para qué engañarnos, el de 2011, el de 2010, el de 2009, el de 2008 y así ad infinitum. Tampoco voy a flagelarme pensando en el también maldito 1 de setiembre, cuando, después de unas vacaciones llenas de veladas hasta el amanecer, cervezas y tintos de verano hasta la saciedad, ocio hasta el aburrimiento, empezó el curso escolar o laboral y me vi literalmente ahogada por los horarios, las obligaciones y la férrea disciplina, y aquellos firmes proyectos -apuntarme e ir al gimnasio, estar más con la familia, cuidar más mi casa, escribir más, leer más, llamar más a mis amigos, apuntarme a inglés, no comer tanto, etc., etc., etc.- se fueron diluyendo por el desagüe de mi voluntad (mejor dicho, de mi falta de voluntad).
A pesar de todo, y sabiendo y aceptando que el hombre es el único animal que tropieza no sólo dos veces con la misma piedra, estoy segura de que este fin de año volveremos a caer en los mismos rituales y volveremos a formular los mismos propósitos de cada años. A saber:
El día 31 empieza con un brunch en el Universal del Mercado de la Boquería: huevos fritos con foie y una copa de cava (para mí, la mejor manera de empezar el último día del año, un brindis mi chico y yo por todo lo que nos ha pasado y todo lo que nos pasará juntos... Ser lo recomiendo); a ese momento único y especial le sigue la compra de las últimas viandas necesarias para el gran ritual atávico, la cena de fin de año, que, por cierto, organizo yo en mi casa (pero por qué no estaré calladita...). Desde hace unos años, lo mismo, pa qué cambiar: de entrantes, buen jamón de bellota, pulpo a feira, canapés de salmón y sucedáneo de caviar, croquetas de boletus y foie, gambas rojas a la plancha y algo de verde. El plato estrella será este año caldereta de bogavante. Piña natural y sorbete de limón, de postre y la consabida bandeja de turrones, polvorones, mazapanes, neulas, frutos secos y bombones. Vinos, cavas y las uvas, que no falten. Durante la mañana, entre las compras y el trajín en la casa, estoy tranquila, pero, después de comer y a medida que avanza la tarde, me voy poniendo cada vez más nerviosa. ¿Y quién lo paga? Pues quién va ser, el cocinero que ya está entre ollas y pucheros cortando los bichejos esos y haciendo el suquet de pescado. Mientras, yo estoy organizando el salón: muevo el sofá de lado, aparto la mesita, cambio la lámpara de sitio, barro y abro la mesa. Me gusta decorarla en tonos morados y dorados con velas grandes y cintas, con purpurina sobre el mantel y los platos, las servilletas, a juego, colocadas en las copas como si fueran candelabros a punto de encenderse, y más velas, y algún que otro detallito para cada uno de los invitados, y más velas (¿les he dicho que me encantan las velas?). Me alejo de la mesa unos pasos, enciendo la lámpara del techo. Está todo perfecto. Con tanta decoración, no cabe ni un plato pero la mesa está preciosa, parece una de esas mesas que aparecen en los reportajes navideños del Hola. Me siento orgullosa. Son las siete y media de la tarde. Los invitados llegarán a partir de las nueve y yo todavía no me he arreglado ni he hecho los canapés. Entro en la cocina. Por el amor de Dios, ¿qué ha pasado aquí? Una pata de pulpo asomando por una olla; en otra, el suquet ya está haciendo chupchup y está llenando la cocina de vapor; oteo en el horizonte una pared manchada de tomate (¿pero por qué el sofrito siempre deja huella?) y un montón de platos por fregar (¿pero por qué no va fregando los utensilios a medida que los va utilizando? No sé, quizás así la cocina no acabe hecha un asco, ¿no?, un asco que siempre acabo limpiando yo, no por nada). Cariño, ¿te ayudo?, le pregunto asomando la cabeza, si quieres, tú, cocina, y yo voy fregando, ¿vale? No, de esto me encargo yo. Me echo a temblar y le insinúo, bueno, no, le digo intentando disimular ya mi mala leche y mis nervios, que ponga papel de periódico en el suelo para que no acabe como un cuadro de Miquel Barceló, lleno de manchas de tomate y pinceladas de aceite, de suquet, un trozo de cebolla pisado o unas gotas de cerveza (la que ya está bebiendo siguiendo la máxima de que un cocinero siempre debe estar hidratado en la cocina; a saber de dónde la ha sacado). Dúchate y arréglate, que cuando yo acabe aquí, te pones tú con el resto y yo me ducho.
Buena idea, a ver si me relajo con el agua caliente. Me ducho, me unto de cremas y empieza mi ritual: me tengo que poner alrededor de la cadera y tapando el ombligo una cinta de color rojo con un lacito verde y otro azul. Mi madre nos la hizo hace muchos años para que nos diera suerte, salud y amor. Lo malo es que, con el paso de los años, mis curvas han aumentado y mi diámetro también. Apenas puedo atarme la cinta y, por supuesto, y no tapa mi ombligo. Me la pongo como puedo, vamos, con un imperdible y se sube hasta la cintura. No me pongo bragas rojas pero sí algún pañuelo del mismo color. Me maquillo con polvos de oro y me enjoyo a más no poder. Dicen que el oro atrae la riqueza y el dinero. Por mí, que no quede. Un vestidito negro, sencillito, medias y taconazos. No lo he leído en ningún sitio pero, a mí, los taconazos me dan seguridad y confianza, ideal para el tránsito de un año a otro. Abro las ventanas. La ropa, recogida y la cama, con sábanas limpias y bien hecha. Dicen que, así, se van los malos espíritus y los buenos se quedan. Paso por el salón y me detengo frente a la mesa, perfectamente ornamentada. Hacemos muy buena pareja: ella, de morado y dorado; yo, de negro y dorado (bueno, y el detalle de color rojo). Me apoyo de manera indolente, cojo una copa de cava y brindo frente a la puerta de la terraza, sonriendo, como si fuera la mismísima Isabel Preysler. Pero, ¿se puede saber qué estás haciendo?, me dice una voz desde la puerta de la cocina, anda, vamos, que ya son las ocho y media. Joder, ya me ha fastidiado mi posado para la prensa. Sólo quedan los canapés. Lo he recogido todo para que estés más cómoda. Abro la puerta de la cocina y ¡¡¡horreaur!!!! Vale, sí, lo reconozco, dicen que la intención es lo que cuenta. Ha hecho un conato de limpieza pero mi poderosa y maquiavélica visión ya ha detectado una mancha en el mármol y restos de suquet en la olla supuestamente lavada. Sólo ha pasado una bayeta por la vitrocerámica. Creo que todavía no sabe cuál es el producto especial para este tipo de cocina. Mañana, sin falta, se lo digo. Los papeles de periódico todavía están en el suelo, lo que significa que no lo ha fregado. ¡¡¡¡Arggggg!!!! Respiro profundamente y, mientras paseo con mis taconazos por la alfombra de rotativos, detecto un delicioso aroma a caldereta de bogavante y a pulpo gallego. El jodido cocina como los ángeles. En el fondo, lo adoro pero hay veces que... Bandeja de canapés, lista. Bandeja de turrones, preparada. Las velas, encendidas. Todo está en su sitio. Va a ser una gran noche. Como todas las del 31 de diciembre.
Las nueve y ya suena el timbre. Los invitados van llegando: mi madre envuelta en lamé dorado y lentejuelas del mismo color; parece una burbuja de Freixanet. Mi hermana con su marido y los carritos de sus dos hijos pequeños. Ya me ha avisado que el bebé está malito y que tiene vómitos. Me pide disculpas por si mancha algo... No pasa nada. La madre del cocinero con su novio. La hermana del cocinero. La hija del cocinero y su amiga. Ya son bastantes. Les ha encantado la mesa pero se chupan los dedos con la cena que hemos preparado. Todo está saliendo a las mil maravillas: mi suegra, que todavía me llama chochete; mi madre, dándole al vino y cantando canciones de Raphael; mi sobrino pequeño, que ya ha vomitado y ha dejado su impronta en la pared de la habitación; la joven que ya no sabe disimular con su amiga; mi cuñada, hablando de sus sesiones con el psicólogo; mi cuñado, explicando con su castellano irlandés sus descubrimientos en neurología; mi hermana, poniéndose morada de gambas; mi cocinero favorito, que ya ha roto una copa -como siempre-., dándole al pulpo y al vino y yo, intentando que todas las velas sigan encendidas y llevando y trayendo platos. Queda un cuarto de hora para las doce de la noche. Mi madre, con su "chispa", nos da las últimas instrucciones para despedir el año viejo y recibir el nuevo año: un plato de lentejas para comer después de las uvas, un billete envolviendo la patilla de las gafas, un anillo de oro en la copa de cava, una vela roja encendida (¿¿¿otra???), algo rojo cerca de la piel. Todos con la bolsa de cotillón en las manos y mirando fijamente a la tele. La bola del reloj empieza a caer lentamente. Esto ya se acaba. Me refiero al 2012. Atención. Prohibido hacer el tonto, no vayamos a confundir las campanadas de los cuartos. ¿Cuál será el primer anuncio del año? ¡¡¡¡Ssshhhh!!! Callarse, que no se oyen las campanadas. Tú, no comas todavía, que trae mala suerte. ¿Tenéis pensados los deseos para este 2013? Que te calles, que no oigo. ¡UNA! Y el primer grano de uva ya en la boca. ¡DOS! ¿Qué nos deparará este nuevo año? ¡TRES! ¡Ahhhh! Se me olvidó pelar la uva y quitar los granos. ¡CUATRO! Este año tampoco me ha ido tan mal. ¡CINCO! La uva se empieza a acumular en la boca. ¡SEIS! Miro a mi hermana y me echo a reír. ¡SIETE! Virgencita, que me quede como estoy. ¡OCHO! Trabajo y salud para todos. ¡NUEVE! Ya no me caben más. ¡DIEZ! Y amor y humor y esperanza. ¡ONCE! No puedo tragar. Creo que voy a vomitar. ¡DOCE! ¡Pa dentro! ¡¡¡¡FELIZ AÑO 2013!!!!! Abrazos, besos, más abrazos, más besos y una cucharada de lentejas de lata. Ahora sí que voy a vomitar...

PD. Voy al lavabo a lavarme un poco la boca. La tengo pringosa de mosto y de lentejas. Mientras me pinto de nuevo los labios, veo reflejado en el espejo algo que no debería estar allí, sobre el radiador. Lo cojo. Son unos gayumbos. ¡¡¡Por favor!!! ¿Los habrá visto alguien? ¡Qué bochorno! Los guardo rápidamente en un cajón. Vuelvo a mirarme en el espejo. Sonrío. Me guiño un ojo. Y me lanzo un beso. Como la Preysler.

domingo, 23 de diciembre de 2012

RISAS DESPERFUMADAS (o mi deseo para esta Navidad)

"El 2 de agosto estaba de puta madre: en la playa, de vacaciones, con la familia... El 5 de agosto me notaba rara, débil, con dolores por todas partes, como resfriada. Y el 10 de agosto, mi vida había cambiado por completo". Con estas pocas palabras, mi amiga Olga me describió, en una mezcla de rabia, impotencia y resignación, su bajada a los infiernos. A partir de ese "resfriado" sin importancia en plena canícula y después de un episodio en el que su hija pequeña se estaba quitando el esmalte de las uñas con acetona y sintió arder su garganta, después de pasar varias fases e infinidad de pruebas, lo que empezó siendo una alergia o una intoxicación alimentaria, acabó siendo el Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple (SQM), o lo que es lo mismo y para lo entendamos sin problemas, "una dolencia que afecta sobre todo a mujeres y provoca malestares neurológicos (migraña, confusión, sensación de desconexión), erupción cutánea, sensación de ahogo y problemas de irritación de mucosas. Los culpables son múltiples agentes químicos (de ahí su denominación) comunes en la vida diaria, como productos de limpieza, colonias, disolventes, ciertos alimentos, medicamentos y radiaciones electromagnéticas. Los afectados manifiestan reacciones a estos agentes a un nivel que es tolerado sin más problemas por el resto de la sociedad." (http://www.consumer.es/web/es/salud/atencion_sanitaria/2012/01/09/205959.php)

Le dieron la baja y no pudo reincorporarse en setiembre a trabajar, como lo hicimos el resto de las compañeras. Sin saber qué decir ni qué pensar ante el alud de información que nos iba llegando de manera inconexa (no sale de casa, lleva una máscara como las que se ven en la tele después de una explosión en una central nuclear, no puede moverse, no puede hablar, no puede respirar), decidí escribirle un correíto electrónico. Quería decirle que, a pesar de no saber exactamente qué le estaba pasando, yo estaba con ella, que pensaba en ella y que quería verla; me daba igual si llevaba máscara o no, si tenía que ir a verla a algún sitio especial o si tenía que hacer algo diferente. Yo sólo quería verla y qué me contara qué le sucedía. No quería hacer caso de esos comentarios que se basaban en las suposiciones o en la propia ignorancia. Y después de varios mails, por fin, leí "cuando quieras, te desperfumas y nos vemos en la playa". Y en ese momento, empezó lo que las dos bautizamos como "RISAS DESPERFUMADAS" (buen título para una novela, ¿no les parece?). Enseguida, me puse manos a la obra: aparte de unas recomendaciones que ella me dio para llevar a cabo el protocolo de "desperfumación" (ya lo sé, esta palabra no existe pero, ¿cuál es el antónimo del verbo "perfumar"? Esto nos da la clave para saber que hay muchas cosas que están ocurriendo en este mundo, muchas enfermedades raras -me atrevería a decir- que son padecidas por muchas personas y que todavía no son reconocidas por las instituciones competentes -¿o incompetentes?-. En fin...), consulté una web que encontré navegando en busca de más información http://mi-estrella-de-mar.blogspot.com, blog pionero en SQM. Si quería verla y que todo fuera bien en nuestro primer y ansiado encuentro en la playa, tenía que seguir las pautas a rajatabla. El primer paso era desterrar de mis quehaceres diarios y durante unos cuatro días todas esas acciones que incluyeran un contacto -por mínimo que fuera- con componentes químicos. Eso significaba que tenía que olvidarme, para empezar, de todas mis cremitas y mis cosméticos: nada del gel o del champú de siempre (tenía que utilizar uno especial, sin olor y sin nada de nada, cien por cien natural), nada de mascarilla suavizante para el pelo; nada de tónico ni antiojeras, nada de crema antiage ni fond de teint, nada de iluminador ni colerete ni rímel ni loción corporal hidratante, reafirmante, antiestrías (tan solo podía utilizar, en sustitución de todo eso, aceite de almendras); nada de pasta de diente blanqueador, con sabor a menta y fresa (me recomendaron una pasta de caléndula), nada de desodorante de marca, con perfume y de efectos prolongados (a cambio, un esprai con una especie de agua hecha con sales minerales naturales, sin aluminio ni nada). También tenía que lavar con bicarbonato la ropa que tenía pensado ponerme para ese encuentro para que se fueran todos los olores procedentes de los detergentes y los suavizantes hechos con sustancias químicas. Y si era posible, que esa ropa fuera de algodón o de algún otro tejido natural. Ah, y por supuesto, nada de colonias o perfumes (¡¡¡a mí me ha pedido eso, a mí, que no puedo salir de casa sin mi Eau!!!)
Cuatro días llevando a cabo esos pasos, a rajatabla y sin saltarme ninguno, para no oler a nada y que mi amiga no me rechazara nada más verme. Cuatro días sin mis potingues, sin mis cremitas, sin mis suavizantes, sin mis perfumes. Nada de nada. Los escondí para no caer en la tentación, para no decir "total, por unas gotitas no pasará nada". Cuatro días yendo a trabajar y pensando que olía a truenos (o eso me parecía a mí). Cuatro días yendo a trabajar con el pelo hecho un estropajo (o eso me parecía a mí). Cuatro días con la ropa en bicarbonato. Cuatro días poniéndome en la piel de mi amiga: si todas renuncias que tenía que hacer durante cuatro días me parecían un suplicio, ¿qué debía de sentir ella?, ¿cómo debía vivirlo ella sabiendo que, de momento, iba a ser para el resto de su vida?, ¿cómo era su día a día?, ¿y el de su familia: su marido, su hija pequeña, sus padres, el resto de su familia y de sus amigos?, ¿cómo se podía sentir ella sabiendo que, cada vez que quisiera ver a alguien, tenía que decirle lo mismo que me dijo a mí: "cuando quieras, te desperfumas y nos vemos en la playa"? Ya se acabaron para ella los encuentros en algún bar para echar unas cervezas y unas risas; ya se acabaron, de momento y hasta que no se encuentre una respuesta a todas dudas y a todos los vacíos que plantea el SQM, las sesiones de cine en su delicioso Verdi; ya se acabaron las jornadas veraniegas en las playas atestadas de gente y de bronceadores químicos; ya se acabaron los paseos por la ciudad, ir de compras, ir en metro o en autobús. Ya se acabaron los viajes en avión. Ya se acabaron los viajes. Y los museos. Y los teatros. Y las representaciones de su hija. Porque en todos esos sitios hay gente. Y donde hay gente, hay productos químicos: perfumes, jabones, cosméticos, ambientadores, detergentes, suavizantes, geles, lacas, desodorantes, velas perfumadas, conservantes químicos, pesticidas, plaguicidas... Y contra todo eso, mi amiga (y un montón de gente más) tiene que luchar sabiendo que las autoridades no están por la labor...

Aquel domingo de octubre, al encontrarnos en la playa (yo, lo reconozco, expectante, nerviosa, temerosa de haber hecho bien el protocolo "RISAS DESPERFUMADAS" y llena de todo el cariño que sentía por ella), recibí el mejor piropo que jamás me habían echado: "¡Qué bien, no hueles a nada!"

PD. A ese encuentro le han seguido un montón de correos electrónicos y otro encuentro más en la playa en el que, bajo un delicioso sol de otoño y más guapa, más activa y más segura que nunca, me comunicó que le iban a dar el alta (sin comentarios) y que solo quería una cosita para Navidad: SALUD, SALUD Y MÁS SALUD.

Este también es mi deseo, no solo para esta NAVIDAD sino para el resto del año y de los años que nos quedan por vivir.

¡FELIZ NAVIDAD y gracias por leerme!

domingo, 16 de diciembre de 2012

I'M NOT A BLOGGER

Pues no. No soy una blogger. Tengo un blog, sí, pero de ahí a que me consideren una blogger... hay todo un trecho. Y lo digo porque, últimamente, algunas personas de mi entorno han hecho no poca coña con eso de que soy una blogger, de que por fin tengo Facebook y que a ver cuando me hago de Twitter, que si el Papa ya se ha hecho "twitero", que por qué yo no. ¡¡¿¿Y qué más??!! Y una página web, me dijo alguien, ¿por qué no te haces tu propia página web para publicitarte?
No soy una blogger porque, informándome y consultando un montón de blogs, puedo llegar a la conclusión de que la mayoría de los blogs (por no decir todos) son puros y meros escaparates de moda (ropa, calzado, accesorios -bolsos, cinturones, sombreros, joyas, bisutería más o menos cara-, cosméticos, peinados, etc.) y/o de famoseo. Bueno, también he rastreado muchos blogs de cocina y de viajes. Pero, qué quieren que los diga, yo, para bien o para mal, no estoy para esas cosas; vamos, como se dice vulgarmente, pero que muy vulgarmente, “no tengo el coño pa ruidos”.
No, para qué me voy a engañar. No soy una celebrity ni una it girl que aparece en el photocall de todos los acontecimientos sociales o en el front row de todos los pases de modelo. Tampoco soy una actriz ni una cantante que se apunta a todos los estrenos de cine (cada vez, menos, la verdad, es una pena...) o participa en los show cooking que tan de moda están actualmente. Tampoco soy una novia-de ni una hija-de (uy, qué mal ha sonado eso, ¿verdad?) que colabora “desinteresadamente” en todos los rastrillos y en todos los saraos solidarios propios de estos días (y la pregunta es: ¿por qué no los hacen más a menudo durante todo el año?) o que va a todos los afterwork o a todas las fiestas de renombre, con catering de alto copete y dj de moda. Tampoco soy una top model, de esas de rompe y rasga, con unas medidas perfectas, que sale en el calendario Pirelli o en unas fotos robadas en el backstage de la última semana de la moda. Ni tampoco soy nadie con título nobiliario con un refugio en la nieve (da igual donde esté esa nieve, en Baqueira, Sierra Nevada, los Alpes o o en Gstaad, un dúplex en la playa (lo mismo, da igual donde esté ese rincón de arena y mar, en Capri, Begur, Formentera o en Los Hamptons), o un loft, minimalista y con líneas depuradas, en Manhattan o en pleno barrio de Salamanca en Madrid. No. No, señoras y señores, no soy nada de eso para creerme que visto de coña, que tengo glamour, o que mi street style o mi life style es tan estupendo que hasta doy lecciones de eso, sea cual fuere mi estilo, ni me creo tan importante como para crear un blog o una página web y colgar ahí las fotos que me hago cada mañana antes de salir de casa para mostrar qué me pongo cada día y, de paso, enseñar al mundo qué vida tan maravillosa llevo, ni pienso que mi manera de hacer es tan excepcional como para escribir un twit cada dos minutos o para hacer un making of de mis días y mis noches.
No. Yo sólo soy una tía normal y corriente, con una vida de currante normal y corriente (a pesar del sueño acumulado y algunos problemillas inherentes al mundo laboral, a pesar de los recortes salariales, aquí sí que me siento excepcional porque con todo el paro que hay...), con un pisito normal y corriente (tengo una humedad en el salón que no me deja vivir pero reconozco que aquí me vuelvo a sentir privilegiada porque con todos los desahucios que hay...), con una salud normal y corriente (con mis contracturas y mis dolores de ovarios cada vez que ovulo, con mi dolor de cuello y de muñecas, pero oyendo las noticias de salud -cáncer, sida, infartos, enfermedades llamadas raras, etc., etc., etc.-, otra vez pienso que soy una afortunada), con un coche normal y corriente (pero es el que siempre había soñado, deportivo y de color rojo), con una familia y unos amigos normales y corrientes (tendrán sus defectos, como todos nosotros, pero he de decir que, para mí, son los mejores y son únicos) y con una pareja normal y corriente (ya hablaré de él largo y tendido otro día pero, sí, me tocó la lotería cuando lo conocí).
Sí. Yo sólo soy una tía (lo de tía va en serio porque ya tengo cuatro sobrinos), una tía normal y corriente que, cada vez que se pone falda y medias, está siempre vigilando para que no se le haga una carrera; que, cada vez que se maquilla, se le acaba corriendo el rímel porque siempre acaba llorando de risa y alguna vez de pena o de impotencia o de rabia; que, cada vez que invita a cenar a su gente, se pone histérica para que todo salga bien; que, cada vez que se acerca la Navidad, hace unas postales especiales para sus sobrinos; que, cada vez que se mira al espejo, hace el firme propósito de ponerse a dieta (aunque luego se zampe unas cervecitas o unas copas de cava o unas tapitas o pan con allioli...) o de apuntarse al gimansio (esta vez va en serio, el 1 de enero de 2013 empiezo. Lo juro por... No, mejor no jurar, que voy a ir al infierno de cabeza). Una tía normal y corriente. Eso mismo. Ni más ni menos.  Y toco madera.
Y por eso no soy una blogger.
En mi blog no hay consejos de cómo maquillarse o cómo combinar la pana con el print o como hacer un buen coctail o como decorar una mesa; no hay fotos donde salgo yo posando mientras me arreglo para ir a trabajar o mientras me pongo el antiojeras o mientras cocino una ensaladita o mientras cuelgo los adornos de Navidad en la puerta de mi casa. Como mucho, alguna foto de alguno de mis viajes. No, en mi blog, sólo hay letras, muchas letras: lo que sueño, lo que me preocupa, lo que me hace reír, lo que me hace llorar, lo que anhelo, lo que rechazo, lo que me hace seguir creciendo, algún cuento, infantil o no... Por eso me reafirmo en lo del principio: No, yo no soy una blogger; yo sólo soy una tía normal y corriente a la que le gusta escribir y a la que le gustaría vivir de la escritura. ¿Les parece poco?
PD.http://www.amazon.es/ENCRUCIJADAS-ebook/dp/B009991H5A/ref=sr_1_1?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1356168377&sr=1-1

sábado, 8 de diciembre de 2012

MORBO=PORNO=POLVO

"el candidato se abalanzó sobre ella y, sin caricias, sin susurros, sin una maldita palabra que la excitara mínimamente y facilitara el trámite, la penetró. Y ella lo encontró más grande, más fuerte, más duro que nunca. Volvió a cerrar los ojos, suspiró y se abandonó a él mientras buscaba en su mente a aquél que la ayudaba a sobrellevar mejor la obligación marital, como le decía su madre. ¿Cómo se llamaba la película? La del joven que seducía a la protagonista madura. Mientras Ernesto la empujaba una y otra vez, demostrando un brío y una inspiración inusitadas, Blanca recreaba la escena en la que él, el amante sin rostro ni nombre, se encontraba con la respetable mujer, felizmente casada, y, en ese anonimato que podía conferir un bar repleto de gente, la ponía a mil con una mirada profunda, con palabras deliciosamente obscenas que la hacían sentir la más atractiva y experta entre todas las mujeres, con caricias no por suaves menos indiscretas, mordiscos en el cuello, proposiciones impensables... Eso sí que la ponía cachonda y, aunque se lo negaba como un terrible secreto, era su refugio y su salvación la noche de los viernes."

¿Les suena esta escena? ¿Sí? ¿No? Yo les explico. Esto es lo que se llama literalmente "una fantasía sexual" o una "fantasía erótica" y es lo que, desde tiempos ancestrales, las mujeres hemos ido utilizando en algunas ocasiones con nuestros "partanaires" para ponernos a tono. ¿Les va sonando? Sí, mujer, sí. Les sigo explicando: marido que solicita a su esposa, esposa que no tiene ganas y se hace la remolona, marido que se pone tonto e insiste en el tema, mujer que sigue sin tener ganas pero bueno... allí vamos, marido que tiene ganas de perrear y a la mujer le quedan dos opciones: fingir para acabar rápido o recurrir a una de sus fantasías eróticas, esas que le ponen a cien, esas que le hacen sonreír y gemir mientras el marido sigue con lo suyo. Ya les suena, ¿no?
Porque, vamos a hablar claro, que levante la mano aquella que nunca, nunca, nunca ha recurrido a uno de esos sueños eróticos para pasar un buen rato, hacerse un apañito o, incluso, para cumplir con el hombre de la casa. Que levante la mano quien no haya fantaseado con polvazos rápidos en el ascensor con un desconocido, uno que le diga aquí estoy y te voy a hacer lo que no te han hecho en tu vida, uno que le susurra al oído mil y una guarrerías y le haga mil y una perrerías en unos pocos metros cuadrados. Que levante la mano aquella que no ha sonreído maquiavélicamente imaginándose con dos tíos o con un hombre de color (vamos, con un negraco de esos que quita el hipo...) o con... Que levante la mano quien no ha cerrado los ojos y se ha visto en aquella postura tan sugerente o con aquellos ligueros y taconazos negros, o con el látigo en la mano o acercando la boca o la mano o el pie a aquella zona prohibida. Que levante la mano aquella que no ha pensado, aunque sólo haya sido durante un segundo, en dejarse hacer eso o aquello. Que levante la mano quien... Y así, podríamos estar hasta la eternidad.
Entonces, ¿a qué viene tanto revuelo con las malditas sombras? Sí, hombre, las de Grey. Cualquiera diría que somos novatas en este tema. ¿Por qué se escandaliza la gente con la dichosa trilogía? ¿Por qué se empeñan en poner nombre, como si fuera un gran descubrimiento, una gran novedad, a eso con lo que han convivido, han vivido y han sobrevivido muchas mujeres desde tiempos inmemoriales? ¿Por qué eso de "porno para mamás"? Por el amor de Dios, si tan solo se trata de haber puesto negro sobre blanco lo que casi todas (absolutamente todas, casadas, solteras, divorciadas o viudas, vírgenes o no, mamás, tías, hijas, hermanas y abuelas, me atrevería a afirmar) hemos recreado alguna vez y con lo que nos hemos recreado no pocas veces. Y esto, muy señoras y señores míos, ha existido desde que nuestros tatatatatarabuelos, es decir, Adán y Eva, fueron expulsados del Paraíso. Sin ir más lejos, ¿se acuerdan de Corín Tellado? En aquella época, no hace mucho, también fue catalogado de literatura "subida de tono" y sólo explicaba cómo la chica notaba cómo el miembro erecto le rozaba la pierna... Y, curiosamente, los "usuarios" de estas novelitas picantes que se vendía, se compraba y se leía casi a escondidas, eran mamás, tías, abuelas y demás seres racionales de sexo femenino (solteras o casadas, eso era lo de menos, aunque me atrevería a afirmar que las casadas ganaban en porcentaje). Lo dicho, que nadie ha descubierto la pólvora aunque, eso sí, se ha subido unos cuantos grados.
Y es que (esto me lo dijo el otro día el chico de la copistería de mi barrio) la autora ha dado un paso muy importante. Palabras textuales: tradicionalmente, era el hombre el que consumía porno y sexo de manera habitual y a la vista de todos: revistas, películas, cómics que se venden en los kioskos junto con los periódicos, las revistas de cotilleos y los cromos para los niños; sex-shops y peep-show dispersados por toda la ciudad, casas de citas en los barrios, anuncios en la prensa. Y todo, dirigido al público masculino. Y sin problemas. Todo el mundo tiene asumido que al hombre le gusta el porno. Pero, ¿y la mujer? ¿Qué le gusta a la mujer? ¿Acaso no le va también el porno? Y pensábamos que, tradicionalmente -sigo con las palabras textuales del chico de las fotocopias-, a las mujeres les va más lo sugerente, lo sensual (no lo sexual), que les digan "te quiero" o "eres la mujer de mi vida" en vez de "ven aquí, putita mía", que no les hablen de follar sino de hacer el amor, que solo les gusta la postura del misionero y hacerlo a oscuras; y ahora sale esta escritora y nos descubre que a las mujeres les encanta el porno y el morbo y el sado, vamos que les encanta el sexo (¡¡¡¡Acabáramos!!!)
¡Que levante la mano a quien no le guste el sexo! Estos hombres todavía no se han enterado de nada. Pues claro que a las mujeres les gusta el sexo. Como a los hombres, ni más ni menos. Lo que pasa, y parece ser que muchos seres de género masculino todavía no se han percatado de ello, es que nos gusta, y mucho, pero a nuestra manera. Y en eso, en el CÓMO, cada mujer es un mundo y no sirve generalizar ni pensar que, si a una le gusta de una manera, a las demás también les debe gustar así. Y en eso, en el CÓMO -insisto- no se vale creer que somos como ellos, que pensamos, sentimos y reaccionamos como ellos. ¡¡¡Error!!! Las mujeres tenemos nuestros mecanismos, nuestros "tempos" y nuestros resortes que el hombre debe estudiar (como si fuera una ingeniería) y conocer y querer accionar si desea que su pareja sienta placer, disfrute y experimente el placer (eso es harina de otro costal). Porque, si no es así, ya sabemos lo que ocurre, ¿no? Cuatro gemidos fingidos o un viajecito a la fantasía sexual de turno para pasar el trámite, que en eso no hay quien gane a las mujeres. ¿La razón? Dicen que el mejor órgano sexual no está entre las piernas sino entre las orejas. Efectivamente, por encima de unas buenas tetas, de un buen culo o de un cuerpo escultural, el cerebro es el órgano por excelencia, un cerebro inteligente que (además de fingir) imagine, que sea creativo, que recree y se recree, que invente, que suponga, que sueñe, que proponga, que sugiera, y para cerebritos (estábamos hablando claro, ¿no?), no nos engañemos, el de la mujer. En eso, estamos todos de acuerdo, ¿verdad?
No, si ya lo decía yo, que el morbo, el porno y el polvo (agrupados en una única palabra: sexo) constituyen uno de los motores del mundo, tanto para los hombre como para las mujeres (como muestra, les diré que la entrada de mi blog que ha superado todas mis expectativas y que recibe al día un montonazo de visitas es el cuento porno titulado "La pluma de don Julián". Por algo será, ¿no?).
En fin, que por una razón o por otra, seguimos siendo unas incomprendidas, ahora porque nos gusta leer escenas porno...Y lo hacemos a la vista de todo el mundo (sinceramente, yo debo ser una excepción porque, desde que en la facultad mis profesores me hablaban de la literatura árabe femenina, nunca he leído nada más erótico y porno en mi vida... ¡¡¡¡Y lo hacía incluso delante de mis padres!!!!). 
Y hablando de escenas, ¿se acuerdan de la que empezaba esta entrada? Es una de tantas "subidas de tono" de mi novela Encrucijadas que encontrarán en www.amazon.es y que, sin perseguirlo, ya ha sido catalogada de erótica, y, encima, con toques lésbicos. Si quieren ser originales, rompedores y sugerentes, regale Encrucijadas http://www.amazon.es/ENCRUCIJADAS-ebook/dp/B009991H5A/ref=sr_1_1?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1356168377&sr=1-1estas Navidades. (Por si no lo han notado, estoy haciendo publicidad de mi libro...)

PD. Todavía resuena en mi cerebro la pregunta que me formuló el chico de la copistería: ¿qué pasaría si ese libro catalogado como "porno para mamás" cayera en manos de papá y quisiera llevarlo a la práctica con mamá...?

domingo, 25 de noviembre de 2012

CARTA A MIS QUERIDOS POLÍTICOS

Mis queridos políticos y demás personas que ostentan un cargo público, económico o judicial -y, por ello, tienen la enorme responsabilidad de tener mi vida, mi bienestar, mi seguridad y mi futuro en sus manos-,

Les escribo esta carta porque estoy muy preocupada por ustedes.

Sí, resultará extraño y un tanto paradójico que una ciudadana cualquiera, en vez de alarmarse por la situación tan nefasta que estamos viviendo y manifestarse en contra de las injusticias, muestre una cierta sensibilidad por ustedes.

Mis queridos políticos (presidentes, alcaldes, diputados, ministros, asesores, directores, etc. etc.), ¿cómo están?, ¿cómo se encuentran? ¿Pueden dormir bien cada noche?, ¿sufren de insomnio,? ¿y de estreñimiento?, ¿tienen pesadillas, ¿padecen de cefalea?, ¿cómo llevan las cervicales?, ¿sufren de ansiedad o de depresión?, ¿viven episodios de estrés en general? ¿O, sencillamente, están tristes, desanimados y desesperanzados?

Se lo pregunto porque yo, con todo lo que está cayendo, sí que estoy viviendo y sufriendo en mis carnes, un día sí y otro también, todas estos síntomas y, cuando tengo que echar mano de fármacos para combatirlos, siempre me vienen a la cabeza sus rostros, siempre impasibles, sonrientes, impermeables, y sus palabras, siempre vacías, falsas, inoportunas, y me pregunto, mis queridos presidentes y demás políticos:
Cuando eran pequeños, ¿sus papás y sus abuelos no les decían que era feo mentir, que con las mentiras no se iba a ningún sitio, que se pillaba antes a un mentiroso que a un cojo? ¿Acaso no les enseñaban que mentir y engañar era de cobardes, que siempre había que ir con la verdad por delante aunque eso supusiera una reprimenda o quedarse sin tele o sin salir con los amigos? ¿Acaso no les decían que la mejor manera para no mentir, par no recurrir a la mentira, era hacer las cosas bien?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que, si hacían algo mal, debían reconocerlo y asumir la responsabilidad en vez de echar la culpa a otro o, sencillamente, decir “yo no he sido”?
Cuando eran pequeños, ¿sus papás no les decían que no se podía hacer trampas cuando jugaban al parchís o a las cartas o a cualquier otro juego? ¿No los insistían en que los tramposos siempre eran rechazados por los compañeros y los amigos, que nadie quería jugar con los tramposos y los mentirosos ni tenerlos como amigos y que había que echarlos del juego?
Cuando eran pequeños y se acercaba la época de Navidad y Reyes Magos o el día del cumpleaños, ¿acaso sus papás y sus abuelos no les decían que no se debía ser egoísta ni ambicioso, que los Reyes Magos traerían lo que buenamente pudieran porque había más niños que también querían juguetes? ¿No les decían que había que ser humilde y generoso y, sobre todo, pensar si se habían portado bien para merecer tantos regalos? ¿No les insistían en que había niños que no tendrían regalos y que había que pensar en ellos?
Cuando eran pequeños, ¿sus papás y sus abuelos no les decían que robar era pecado?
Cuando eran pequeños e iban al parque, ¿sus papás no les decían que había que compartir el cubo y la pala con los otros niños que no tenían juguetes?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que no se podía hacer daño a nadie, que no se podía pegar a nadie, ni escupir, ni tirar de los pelos, ni empujar, que debían ser niños buenos y portarse bien?
Cuando eran pequeños, ¿no insistían en que si lo hacían, si mentían, si pegaban, si cogían cosas que no eran suyas, si empujaban, si hacían daño a alguien, debían pedir perdón y decir que nunca más lo volverían a hacer?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que las cosas se debían hacer siempre bien porque era su obligación y nunca para conseguir una recompensa?, ¿que había que estudiar, ordenar la habitación y ser cariñosos por el simple hecho de hacerlo, que la única recompensa era la propia satisfacción por el trabajo bien hecho?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que el interés, el trabajo, el esfuerzo y la constancia eran las únicas herramientas para sacar buenas notas, que no valía hacer chuletas, copiar o chivar -en definitiva, hacer trampas- en los exámenes?
Cuando eran pequeños y pretendían justificar sus malas acciones con promesas como “mamá, te prometo que no lo volveré a hacer”, ¿acaso no les decían que las palabras se las lleva el viento, que lo único que vale son los hechos?
Cuando eran pequeños y no cumplían sus promesas, ¿acaso sus papás no apelaban a la responsabilidad, a la honestidad, a la sinceridad,a la bondad, a la seriedad y al compromiso?
Cuando eran pequeños, ¿sus papás y sus abuelitos no les decían que...?

¿Se acuerdan? Yo sí me acuerdo de todo eso que me decían mis padres y mis abuelos y mis profesores cuando era pequeña y, ahora que ya soy mayor, procuro tenerlo siempre presente. A veces cuesta mucho, más de lo que debería, pero no cejo en el empeño de ser humilde, trabajadora, honesta, generosa, solidaria, coherente y consecuente (quizás sea esto último lo que más cuesta). ¿Y ustedes? ¿Ustedes lo tienen presente o han hecho tabula rasa de todas aquellas enseñanzas que recibieron y de todos esos valores que les inculcaron desde que nacieron? Si me permiten ser sincera, me parece a mí, visto lo visto y oído lo oído, que ya se han olvidado de todo eso, y yo vuelvo a preguntar:
¿Dónde fueron a parar tantos años de educación, de ética, de diálogo, de esfuerzo para que ustedes fueran, sencillamente, buenas personas? ¿Se han planteado alguna vez cómo se deben (deberían) de sentir sus padres, sus abuelos, sus maestros cuando los ven y los oyen prometer en vano, mentir sin escrúpulos, falsear en aras del propio beneficio? Si algunos de ellos levantaran la cabeza...
Y ustedes, ¿cómo se sienten? ¿Pueden vivir tranquilos con todo lo que esta pasando? ¿No se sienten culpables o, como mínimo, responsables? ¿Cómo están sus conciencias? ¿Hacen acto de contrición? ¿Van a misa?, ¿y se confiesan?, ¿y qué le dicen al sacerdote? ¿Cómo pueden sobrellevar la enorme carga que suponen los suicidios de esas personas que se vieron obligadas a dejar sus casas, los heridos que sólo intentaban manifestarse por una vida mejor y más justa, los parados, los jóvenes universitarios que no tienen otra opción que salir del país? ¿Cómo pueden llevar sobre sus hombros la muerte de personas por la mala gestión y la avaricia y la ambición...? ¿Cómo pueden seguir sonriendo y seguir prometiendo  sabiendo que están destruyendo la educación, la sanidad, la información, la cultura, el bienestar, en definitiva, el futuro de este país? ¿Cómo pueden seguir apoyando y manteniendo en sus cargos a auténticos ladrones, estafadores, incompetentes? ¿Cómo pueden seguir viviendo? Lo que les decía al principio, ¿no sufren migrañas, insomnio, estreñimiento, ansiedad? Por lo que parece, no, porque, si no, no me lo explico.
Pero lo peor no es esto, lo peor es: Con todo este panorama, mis queridos políticos, ¿cómo se atreven a reclamar nuestro voto, cómo se atreven a pedirnos confianza y paciencia, cómo se atreven a mirarnos a la cara y seguir hablando como si no pasara absolutamente nada? ¿Acaso nunca les enseñaron sus papás y sus abuelos que, cuando hacían algo malo, tenían que agachar la cabeza y estar calladitos... mientras esperaban el castigo?




sábado, 17 de noviembre de 2012

PATADAS EN EL DICCIONARIO (o todos somos la RAE)


“No, hija, muchas gracias, pero no quiero LSD en mi casa”. Con estas palabras, respondió mi madre, muy convencida ella, a la respuesta de si quería que les pusiéramos Internet en casa. ¿¿¡¡LSD, mamá!!?? “Sí, hija, es que tengo miedo de engancharme con eso... -argumentaba mi santa madre, muy digna ella-. Mira la vecina del quinto; desde que se lo puso, no para con los mails y ya dice que no puede vivir sin él”. Pero mamá... “Que no, no insistas, he dicho que no quiero LSD y no quiero LSD”. Chico trabajo me costó convencerla de que no se trataba de LSD o de cualquier otro tipo de estupefacientes sino de ADSL (mirándolo bien, Internet se ha convertido en una de las drogas más potentes del siglo XXI y ya llevamos unos años oyendo de la adicción a las nuevas tecnologías. Ya hay unidades clínicas para tratar a aquellos que están enganchados al mail, al whatsapp o al facebook...). “Tú ya me has entendido, ¿no?”, fue lo que me dijo. Y tan tranquila...
Y es que mi madre es experta en hacer que la lengua, aquello que los ilustres de la RAE defienden como un sistema que se tiene que adaptar a los hablantes, sea un organismo vivo -valga el pleonasmo-. Y tanto que es un organismo vivo; que se lo digan a ella que, cada dos por tres, le da la vuelta a las palabras y a las estructuras sintácticas. Hace unos meses, yo misma lloraba de la risa al oírla decir “hija, ¿tienes "sicolina" en casa? (ahora mismo, este palabra, sicolina, aparece en la pantalla de mi ordenador subrayada con una patata ondulada de color rojo. Coloco el cursor encima de ella y... ¡sorpresa! ¡Esta palabra no existe!) Perdona, mamá, pero ¿qué me has pedido exactamente? Hay, hija, últimamente estás muy espesa (¡espesa, yo...!), te he pedido sicolina, sí, hombre, lo que tenéis en casa para las baldosas del baño... (Pero qué buena es mi madre enriqueciendo el léxico español. Si los de la RAE tendrían que cederle una letra y todo...)
Pero ella no es la única.
Cuando yo era jovencita (más jovencita que ahora porque todavía sigo siéndolo, ¿eh?), una tarde llegué a casa hecha polvo. Había tenido tres exámenes aquel día y, la verdad, estaba cansadísima. Debía de hacer muy mala cara porque, en cuanto entré en el portal, la señora portera, que estaba distribuyendo el correo en los buzones, al verme, me dijo: “Niña, qué mala cara llevas, ¿que tienes la monstruación? (Atención, otra palabra que no existe pero que forma parte de ese organismo vivo que es nuestra lengua...) ¡¿La monstruación?! Sí, niña, la regla. Es que tienes muy mala cara. ¡¡La menstruación!! Vale que yo viva la regla como si fuera un auténtico “palo” pero de ahí a relacionarla con los monstruos...
Hace unos años, una amiga, sabiendo que otras amigas y yo nos habíamos quedado hasta tarde para preparar la declaración de renta, vino a vernos a casa y, sonriente, nos dijo: “Qué, en pleno aborigen, ¿no?” Mis amigas y yo nos miramos extrañadas, como preguntándonos qué demonios quería decir aquello del aborigen, y, al ver que no respondíamos, mi amiga nos lo aclaró: “Tantos nervios, tantas prisas, tantas horas, menudo aborigen estáis viviendo”. ¡¡¡Acabáramos!!! ¿Acaso quería decir vorágine? No nos atrevimos a rectificarla en su error: era nuestra jefa... La cuestión es que sigue siéndolo y, cada vez que entramos en una etapa de prisas, de nervios, de preparación para alguna auditoría, ella, para tranquilizarnos, siempre nos dice: “Que no os invada el aborigen. Ante el aborigen que se acerca, lo mejor es mantener la calma...” Huelga decir que, cada vez que menciona esa palabra en lugar de la otra -no pocas veces a lo largo del año-, mis amigas y yo hacemos esfuerzos supremos para no mirarnos y, sobre todo, para que no se nos escape la risa delante de ella... Pero cada vez es más difícil porque ella, como mi madre, es una experta en renovar el vocabulario: absoleto (otra palabra que no existe) por obsoleto, pipti pipti por fifty fift (aquí, como pueden observar, hace una gran aportación al inglés...); morroña (me suena al anuncio de yogures jorroña que jorroña) por morriña o casualística por casuística (qué manera de complicar la lengua, Dios mío). Además, como se debe aburrir con los refranes o las frases hechas del imaginario español, los renueva sin ningún tipo de miramiento: “A buenas horas, manzanas verdes” en vez de “A buenas horas, mangas verdes” o "entre pintos y flautas", "adiós, mundo fiel", “A cabo saco” en vez de “a saco Paco”... 
¿Y quién no se acuerda de las meteduras de pata de algunos/as famosos/as en cuanto a palabras se refiere? Supongo que algunos de ustedes recordarán el célebre candelabro de la Mazagatos cuando cambió la expresión de "estar en el candelero" por "estar en el candelabro"...
La verdad es que pensaba que todo esto de inventarse palabras (por omisión de letras, adición de letras, cambio de orden de letras o directamente palabra nueva) sólo existía en los mercadillos de barrio: “Espera, xoxo, que voy a la fragoneta a ver si hay de tu talla” o “Niña, que tengo la tanga de cavinkrein...” o “Xoxete, si vas mu cargá, pídete un tachis”. También pensaba que eso de inventarse palabras podía ser una fase que viven los niños a la hora de aprender a hablar. Un día escuché a una niñas monísimas (o sea, mis sobrinillas) decir: “He visto a Jofesina en el patio” o “El coche de papá no funfiona” o “Mamá ha ido a darse un majasito” o la famosa canción “la putaracha, la putaracha ya no puede caminar...”.
Durante mis años de carrera universitaria, me acerqué al origen y formación de la lengua española: el latín, las lenguas romances, los dobletes (palabras patrimoniales y cultismos), los préstamos, arabismos, galicismos, germanismos, anglicismos... y después de ver todos estos ejemplos en los que queda patente la “viveza” de la lengua, lo cierto es que todos los que hablamos, o sea, todos, absolutamente todos tenemos en nuestras manos, perdón, en nuestra boca, el poder de hacer evolucionar nuestra lengua, sea la que fuere.
No. Si ya lo digo yo. Si los de la RAE han aceptado "asín" arguyendo que lo dice mucha gente, como mi madre siga con lo de la sicolina y el LSD, el día menos pensado, me la encuentro sentada en la butaca de la letra O. O de... ¡¡¡OLE TUS COJONES!!!

domingo, 11 de noviembre de 2012

10 AÑOS DE DIFERENCIA (del morbo a la normalidad)

Un domingo cualquiera, como este domingo, por ejemplo. Un domingo entero por delante, mi chico y yo, día nublado, lavadora puesta, cansancio acumulado, prensa dominical, sofá mullidito, manta de la abuela, empieza a chispear y... ¿qué más? Aperitivo, por supuesto. Hazlo tú mientras yo selecciono algo de música, me dice distraído. A falta del típico, buenísimo y caro aperitivo “Espinaler”, preparo con gracia unos pinchos 3A (¿no saben qué es? Les cuento, es muy sencillo de hacer: cogen un bote de corazones de alcachofas, una lata de anchoas y otra de aceitunas. Con un palillo van ensartado un elemento de cada tipo , lo riegan con una mezcla de vinagre y pimentón de la Vera, y, ¡voilà!, ya tenemos un pincho 3A, o sea, de alcachofa/anchoa/aceituna), unas tostaditas con queso aderezado con aceite de oliva y pimienta, y unos berberechos de lata. De beber, un verdejo bien frío. Pongo un mantelito mono en la mesita del salón, las copas y los platillos con las viandas mientras él trastea en el despacho. Sirvo el vino y él aparece con un cd escondido entre los brazos. ¿Qué vas a poner?, pregunto intrigada. Creo que no lo conoces; es genial, responde él . A la par que pego un primer mordisco a la tostada de queso, suenan las primeras notas de una música que sí reconozco pero que, efectivamente, me resultan muy lejanas: soul, voz ronca, ritmo, letras románticas y Barry White. ¿Se acuerdan? Mi chico, mientras degluta el pincho de alcachofas/anchoas/aceitunas, empieza a hablarme de sus tiempos de discoteca, de cuando sonaban en las pistas Dona Summer, Bee Gees, Barry White, Pink Floyd, Elton John, Eric Clapton, Tina Turner. ¿Cuánto hace ya de eso? ¿Cuántos años tenías tú? A ver, déjame pensar..., le respondo mientras saboreo el verdejo, bien frío, y me pierdo en el cielo nublado de este domingo. Dices que era alrededor de 1975, ¿no? A ver, yo nací en el 69, pues... No puedo acabar la frase. Mis cábalas me devuelven a mi cruda realidad, una verdad que siempre obvio. Joder, responde él por mí, se me había olvidado. Sí, cariño, cuando tú tenías dieciséis años y ya recorrías las discotecas, yo era una cándida, inocente y pueril criatura de ¡¡¡seis añitos!!! ¡¡¡¡Qué fuerte!!!!
Mi chico y yo nos llevamos diez años y siempre se nos olvida que:
Cuando él ya conocía a artistas internacionales, en mi casa todavía se oía a Sergio y Estíbaliz, Camilo Sexto, Raphael, Lola Flores, Cecilia, Las Grecas.
Cuando él ya combinaba el trabajo (por la mañana) con los estudios de FP (por la noche), yo todavía andaba por 3º de EGB (¡esto sí que suena fuerte!).
Cuando él ya despotricaba de los curas (por sus malas experiencias con ellos, como un montón de chicos de su época), yo, superconvencida, todavía decía que de mayor me iba a hacer monja.
Cuando él ya tenía sus primeros escarceos amorosos, yo todavía jugaba con el Baby Mocosete y el Nenuco.
Cuando él iba de discotecas con sus colegas, yo iba al cine con toda mi familia a ver Tiburón I.
Cuando él ya corría delante de los grises, yo no tenía ni idea de política y de quién era ese señor bajito de bigotillo respingón y voz ridícula. 
Cuando él echaba sus primeras caladas a los Celta, yo todavía bebía el trinaranjus en pajita.
Cuando él llevaba su corbata de cuero gris y su cazadora a juego para estar más guapo y así poder ligar más (sin comentarios), yo todavía llevaba uniforme azul marino y calcetines blancos.
Cuando él se alegraba de la muerte de ese hombrecillo porque no le dejaba estudiar tranquilo, yo sólo recuerdo que tuvimos fiesta en el cole.
Cuando el probaba sus primeros tragos de alcohol, yo no tenía ni idea de chupitos ni de combinados ni de otras cosas, claro.
Cuando él ya podía ver películas y series televisivas con dos rombos, yo todavía me entusiasmaba y lloraba con Marco, Heidi...
Cuando él se echaba su primera novieta, yo tenía el póster de Los Pecos colgado en pared de mi habitación y soñaba con casarme con el rubio.
Cuando él ya decía sus primeros "tacos" serios, yo todavía pensaba que decir "teta", "culo", "caca" era pecado y que me iría derechita al infierno sin pasar por el purgatorio.
Cuando él ya leía a Hermann Hesse (Siddartha), yo todavía leía los tebeos de los domingos.
Cuando él compró su primera caja de condones, a mí todavía me explicaban el dichoso tema con la historia de la abejita y la flor (de nuevo, sin comentarios).
Cuando el cobró su primer sueldo serio, yo todavía echaba lo que me regalaban mis tías y mis abuelos por mi cumpleaños en un cerdito de barro.
Cuando él probó por primera vez el porro, mis únicos conocimientos sobre "flores aromáticas" se reducían a la manzanilla que me daba mi madre cuando tenía dolor de barriga.
Cuando él ya hacía números para independizarse, yo saltaba de alegría porque -después de varios años suplicándoselo a mis padres-, por fin, me "independizaba" de mi hermana pequeña y tenía mi propia habitación.
En fin. Que, cuando él tenía 25 años, yo era una adolescente -con acné y mil complejos- de quince años.
¿Se imaginan? No me dirán que no es fuerte... Incluso suena a morboso y a perverso, ¿verdad? Supongo que les vendrá a la mente un montón de sucesos provocados por esa diferencia de edad, ¿no? A mí, sí. No se lo voy a negar. Si me lo hubieran dicho a los quince años, si alguien me hubiera comentado que acabaría con un hombre diez años mayor que yo, le habría tachado de loco, de insensato. ¿Yo?, ¿con un vejestorio diez años mayor que yo? ¡¡Ni soñarlo!!
Pues ya me ven... Aquí estoy, un domingo cualquiera, con el cielo cubierto y la manta sobre mis piernas, junto a este hombre diez años mayor que yo. Mientras sigo dando cuenta del vino y del pincho 3A, mientras sigo escuchando a Barry White...
we got it together did'nt we
nobody but you and me
we got it together baby
my first, my last, my everything
and the answer to all my dreams
you're my sun, my moon, my guiding star
my kind of wonderful, that's what you are
i know there's only, only one like you
theres no way they could have made two
you're you're all i'm living for
your love i'll keep for evermore,
you're the first my last my everything
in you i've found so many things
a love so new only you could bring
can't you see if you,
you'll make me feel this way
you're like a first morning dew on a brand new day
i see so many ways that i can love you
till the day i die........
you're my reality yet i'm lost in a dream
you're the first my last my everything
pienso en lo afortunada que soy al haberlo encontrado en mi camino, pienso en lo felices que somos y en lo bien que nos compenetramos, en lo provechoso y tranquilizador que resulta llevarnos diez años (diferencia de perspectivas, de puntos de vista, de maneras de enfrentarse a los problemas, de gestionar las emociones...) pero, sin poder evitarlo, una duda planea por mi cabeza: si durante muchos años, esa diferencia de edad provoca inquietud, morbo, miedo, e, incluso, puede ser objeto de perversión y de denuncia, ¿cuándo pasa a considerarse normal en una relación de pareja?



domingo, 28 de octubre de 2012

PIPÍ-CACA (o el arte del buen viajero)


El jueves pasado fui a cenar a casa de mi amiga Montse: exquisitos quesos para untar, sabrosas aceitunas, encurtido de alcachofa, estupendas croquetas de boletus, vino, cava y un delicioso tajine de pollo y dátiles, sin duda alguna el plato ideal para una velada en la que los viajes y las dunas serían los únicos protagonistas.
En torno a esa mesa nos reunimos seis amantes de los kilómetros y de las aventuras, seis viajeros -que no turistas- con nuestras mochilas a la espalda, mochilas llenas de experiencias, culturas, paisajes, lenguas, amigos y un montón de anécdotas. En torno a esa mesa, hablamos de Marruecos, de Costa de Marfil, de Tumbuctú, del Sáhara..., reímos, contamos, recordamos y planificamos nuevos viajes. Y así, entre platillo y platillo, entre anécdota y anécdota, los seis estuvimos de acuerdo al afirmar que, para viajar, hay que abrir las mentes y activar varios resortes o chips: el chip de la tolerancia, el chip de la capacidad de adaptación y el chip del humor, mejor dicho, el chip de saber reírse de uno mismo. Sólo así, los peores momentos (momentos desagradables, inesperados, violento, comprometedores) en un entorno desconocido (no voy a decir hostil porque tampoco es para tanto) se convierten en un simple pasaje de nuestro gran libro de viajes, un motivo de risas en futuros encuentros.
Recordé aquel viaje de fin de año por Marruecos. Viaje inolvidable con mi hermana y mi cuñado y más gente. Noche del 31 de diciembre, desierto de Merzouga, jaimas, alfombras, dátiles, cava caliente y tajine de cordero y verduras. También recordé el viaje a China y aquel momento histórico en la Ciudad Prohibida (Véase entrada “Popó” del 4 de febrero de 2012).
Otra vez, también en Marruecos, en Rabat concretamente, haciendo un curso de lengua árabe, en la residencia de estudiantes, me entró un apretón. Puse en marcha la “Operación Popó”: toallitas higiénicas, papel higiénico y mi Marie Claire, por supuesto. No me acordaba que los váteres, allí, son simples agujeros en el suelo, con tan mala suerte, además, de que el retrete donde entré tenía el pestillo un poquito suelto (los otros dos estaban ocupados). Y allí me ven, de cuclillas, en una postura un tanto forzada, procurando que mis pantalones no tocaran ni un centímetro del suelo sucio, manteniendo un difícil equilibrio, con una mano aguantando las toallitas, el papel y mi glamourosa revista (mi glamour se estaba yendo por el maldito agujero), alargando la otra mano intentando sujetar la puerta para que nadie la abriera desde fuera y fuera testigo de tan lamentable postal...
Y en otra ocasión, viajando con dos conocidos (lo reconozco, Marruecos me puede, me iría allí hasta con el mismísimo diablo. Lo bueno de aquella excursión es que uno de ellos acabó siendo más que un conocido... hasta ahora. Y que dure) por todo Marruecos en Lada, aterrizamos en un camping perdido en pleno Atlas. Aquí descansaremos. Vale. Yo odio el camping pero por mi Marruecos hago lo que sea. Me tiene tan subyugada que tengo publicado un escrito titulado "Marruecos, la esencia" (http://elpais.com/diario/2005/10/15/viajero/1129410492_850215.html)
Problem, nos dice el encargado, no agua. ¿Cómo? ¿Y cómo me lavo los dientes? ¿Y para ir al lavabo? ¿Tualet? El hombre me señaló una zona de cedros. Supongo que se imaginarán las risas de aquellos dos conocidos compañeros de viaje. ¡Ni una risa! ¡Ni una palabra! Vosotros, ni miréis, les decía mientras, muy digna yo, me dirigía hacia los cedros con mi rollo de papel higiénico y mi revista de turno. ¡Que no miréis! ¡He dicho que no miréis! ¡Como miréis, os las cargáis!, iba yo gritando en cuclillas, intentando concentrarme en mi tarea. La cuestión es que, tan pendiente que estaba yo de que mis colegas no me miraran, no me di cuenta de que una columna de niños uniformados a lo boyscout se iba acercando por mi izquierda. Me quedé helada. Allí estaba yo, en esa postura tan incómoda y tan comprometedora -vamos, con el culo al aire, para qué andarse con rodeos-, convertida en el blanco de las miradas de reojo y las risillas de esos niños que, sin volver la cabeza y con paso marcial, iban desfilando ante mí. No sé si aquella imagen les traumatizó pero a mí se me quitaron las ganas de todo...
O cuando hice una travesía en velero y, después de varios días de estreñimiento, tuve que pasar de mis escrúpulos y de mis prejuicios, coger mi revista y meterme en esos pocos metros cuadrados mientras los demás tripulantes podían oír perfectamente todo lo que hacía. Durante aquel primer viaje en velero (una gran oportunidad para ponerse a prueba uno mismo) comprobé que todos tenemos nuestras manías y costumbres al ir al lavabo, que todos hacemos ruiditos, que todos necesitamos nuestro tiempo y nuestros rituales y que no pasaba absolutamente nada. Y dicen que la muerte es lo que nos hace iguales. ¡Ja! Lo que nos hace verdaderamente iguales es el hecho de ir al lavabo, en otras palabras, mear, cagar y pedorrearse.
Pero, donde pasé más vergüenza fue en una estación de servicio, en un viaje de fin de curso. Yendo hacia Italia en autocar en pleno mes de junio, después de beber mucha agua y con la vejiga a punto de reventar, nada más parar. Me fui corriendo hacia los lavabos. ¡Qué alivio!, pensé al sentarme en la taza blanca. Debía de estar llena, llena, porque aquella micción parecía no tener fin. ¡Joder, quién está meando así!, oigo decir a una de mis alumnas. ¡Qué corte! Contraje los músculos en un intento vano de interrumpir mi tarea. Imposible. La naturaleza es muy sabia. ¡Pedazo meada!, vuelvo a escuchar al otro lado de la puerta del retrete. Identifico la voz. Se la tengo jurada. No puedo hacer nada por parar. Realmente, estaba a tope (¿no les ha pasado nunca? Qué suerte). ¡Joder, si parece un elefante! Muerta de vergüenza, dejé caer las últimas gotas. Qué bochorno. Cómo iba a salir de allí. ¡Parece que el hipopótamo ya ha acabado de mear y el nivel de los ríos ha subido un doscientos por ciento! Bueno, eso era el colmo. Con la cabeza bien alta, abrí la puerta del retrete. ¡Joder, la tutora!, soltó al unísono aquel nutrido grupo de alumnas que todavía seguía allí, como esperando a ver quién era la propietaria de tan tremenda meada. Completamente cortadas, les solté: ¿Qué pasa?, ¿acaso nunca habéis visto un hipopótamo en un lavabo? Pues es la cosa más normal del mundo. No sabéis lo que os perdéis... Y así, mudas y avergonzadas, se quedaron mis chicas mientras yo, tierra trágame, salía de allí como buenamente podía.

Y así transcurrió la velada del jueves pasado, evocando excéntricos momentos, riendo las ocurrencias y soñando con volver a viajar. Por cierto, aquí les dejo la dirección de uno de ellos, experto en viajes por África subsahariana kongooccidental.wordpress.com.

sábado, 20 de octubre de 2012

¿INDECENTE, YO?

Hace dos días, paseando por una calle comercial de Barcelona, vi en el escaparate de una tienda una camisa preciosa que parecía ligera y muy, muy cómoda. Viendo que el precio se adecuaba a mi presupuesto, entré en el establecimiento y me la probé. Al verme en el espejo de ese minúsculo probador, me gustó y me gusté. “Si se desabrocha este botón, le da un tono más desenfadado, no tan serio”, me dijo la dependienta. Y así fui a trabajar al día siguiente, con la camisa nueva y el botón, desabrochado. No se veía nada, apenas unos centímetros de escote; simplemente, le daba a mi imagen un aire diferente. La jornada laboral transcurrió con total normalidad (mis compañeras me dijeron que me sentaba de maravilla y que estaba estupenda) hasta que un colega de rango superior, antes de empezar una reunión, se acercó por detrás y, sin esperarlo, me susurró al oído: “Chica, no veas cómo me gustas tan indecente”. Me volví sorprendida y enojada (no, señores, aquello no era un piropo, no vayamos a confundir los términos) pero sólo supe responderle que teníamos que aclarar ciertas cosas (sí, lo sé, debería haberlo mandado a la mierda pero no tuve coraje...). El hombrecillo volvió a su silla y, entre risas rijosas y con las mejillas coloradas, sin dejar de mirarme, parecía comentar la jugada con su compañero de mesa. Intenté olvidar el asunto y concentrarme en el contenido de la charla pero mi cabeza no dejaba de dar vueltas en torno a esa maldita palabra tan arcaica pero tan estigmatizadora: ¡Indecente! ¡Indecente! ¡Indecente!

¿Indecente, yo?

¿Sensual? Sí. ¿Voluptuosa? También. ¿Seductora? Sólo en ocasiones especiales. ¿Frívola? Sólo cuando hace falta. ¿Indecente? …

No, señoras y señores, indecente, no.

Indecentes
son aquellos
que consideran la mujer como mero objeto
que piensan que las mujeres, en el trabajo, siguen siendo meros objetos
que prefieren unas buenas tetas a un buen cerebro (¿quién dijo que una mujer no puede tener ambas cosas?)
que, cuando ven a una mujer con buenas tetas y buen cerebro, la tachan de Dios sabe qué
que hacen del palo del churrero (por lo de caliente) su bandera
que confunden el piropo con el insulto
que ponen etiquetas y no aceptan ser etiquetados
que disfrutan ninguneando, menospreciando y/o humillando al otro (y si es la otra, ni les cuento)
que hacen ver que son y nos lo quieren hacer creer (aquí, ya se me está yendo la cabeza por otros derroteros...)
que no admiten el error
que justifican su incompetencia y/o su vagancia desprestigiando a los demás (y si se trata de las demás, ya se pueden imaginar de dónde vendrá tal desprestigio)
que se creen en posesión de la verdad
que dicen mucho y hacen poco
que dicen una cosa, piensan otra y hacen lo que más les conviene
que afirman ser sinceros pero no son valientes
que, después de la misa dominical, se saltan todos los mandamientos, especialmente el 10, pero también el 8, el 7, el 6, el 9...
que hacen de la crítica fácil su razón de vivir
que “chanchullean” con la vida, el trabajo y con los sueños de los demás
que pretenden inocular el respeto a través de la política del terror
que se muestran intolerantes e intransigentes ante la diversidad de opiniones
que se creen imprescindibles pero no necesarios
que confunden delegar con escaquearse
que necesitan un “cabeza de turco” para continuar con sus vidas
que se erigen en salvaguardas de los valores mientras arden en la hoguera de las vanidades...

¿Indecente, yo?

Quizás, pero al menos mi indecencia se "arregla" abrochando un botón...

domingo, 14 de octubre de 2012

¡UNA DE BRAVAS! (o el secreto de "La Pubilla del Taulat")

Pues sí, lo han adivinado. Otra vez vuelvo a hablar de comida. Qué le voy a hacer si es mi perdición, mi vicio, mi placer no oculto. Lo reconozco. Me pierden mi boca y mi estómago porque, para mí, no hay nada mejor que unas buenas viandas para saber que la vida vale la pena; que, a pesar de todos los problemas y los sinsabores, todavía tenemos ganas de reunirnos ante unos platillos llenos de sabores y otras sensaciones, echar unas cervezas y unas risas. No es que tengamos ganas, es que necesitamos hacer un alto en el camino, bajarnos del tren del estrés, de las preocupaciones y de las prisas, y dedicarnos tiempo y placeres para aquello que llaman “desconectar”. En definitiva, darnos un homenaje, que bien lo merecemos.
Y es en este contexto en que “La Pubilla del Taulat” encuentra su razón de ser: un oasis en medio del desierto, un lugar de solaz y de recreo, un rincón de música y de risas, de tranquilidad y apetitoso ajetreo. Vamos, el auténtico aperitivo dominical.



Caracolas salpicadas de aceite y vinagre, gambas saladas, chocos, montaditos de tomate seco y anchoa, croquetas de boletus, lacón, boquerones en vinagre, y la estrella de la casa, la niña bonita, las patatas bravas: esto es lo que se ofrece en esta bodeguita de 1886. Puedo prometer y prometo que he probado un montón de bravas en mi vida (mis curvas lo avalan); puedo prometer y prometo que allá donde voy siempre pido patatas bravas (como si no hubiera otra cosa, sí, es de juzgado de guardia) y puedo decir con toda seguridad (no les miento) que las de la Pubilla son unas de las mejores, sino las mejores, que han pasado por mis pupilas gustativas y por las yemas de mis dedos (venga, sí, lo digo, me encanta rebañar el plato con el dedo y chuparlo con fruición para saborear hasta la última gota de salsa). Y es que Miguel es el maestro de las bravas (aparte de ser un bravo maestro, claro está). Patatas recién hechas (nada de recalentadas o refritas, no) y una salsa que quita el sentido (nada de mayonesa y ketchup, no; nada de alioli y tabasco, no. Su salsa es de auténtico “gourmet”). Cada vez que vamos mi pareja y yo, solos o con amigos (porquel, cada vez que viene alguien, lo llevamos allí. Apuesta segura, créanme), y las pedimos, especulamos con los ingredientes -¿de qué estará hecha esta jodida salsa que está tan buena?, ¿de huevo y trufa?, ¿de huevo, aceite y almendras?-, y cada vez que le digo a Miguel que me dé la receta, me responde con su sonrisa picarona y con un “a ti te la voy a decir, ¡ja!”. Lo confieso: me tiene loca con su secreto.
Recuerdo la primera vez que aterrizamos en esa esquina llena de sabor y de tradición, hace ya más de diez años: Una de bravas y dos cervezas, dije yo a aquel chico que se había acercado con cara seria (con el paso de los años, descubrí a un Toni irónico, lleno de chispa, y un experto en tirar las cañas). A esas cañas y a ese platillo de patatas con aquella salsa tan especial y diferente le siguieron varias cervezas más y más tapas hasta que dijimos basta. Vamos, que salimos doblados de allí. Y en seguida me sentí una más en el barrio porque, a ese domingo de prensa y aperitivo, le siguieron un montón de domingos y un montón de sábados y un montón de días de fiesta de guardar. Recuerdo una noche de bravas, cervezas y Mónica Naranjo a todo volumen; recuerdo a un Miguel desatado bailando detrás de la barra; recuerdo un aperitivo “especial” en la calle mi chico y yo; recuerdo a un Toni “bordando chascarrillos” entre risas; recuerdo la tradicional botella verde de sifón para hacer el vermú de toda la vida; recuerdo a la matriarca sentada en una esquina del minúsculo local, observando, disfrutando con el ajetreo del momento; recuerdo las mesas de blanco mármol y los antiguos dispensadores de cerveza y las botellas viejas llenas de polvo y de historias; recuerdo los nervios de Miguel y de Toni cuando los pedidos y las gentes se amontonan en esos pocos metros cuadrados...
Pero lo que más me gusta, lo reconozco, es cuando nos dejamos caer alguna tarde entre semana y la Pubilla está vacía y Miguel y Toni están tranquilos y se acercan y nos enseñan, orgullosos y satisfechos, las noticias que han salido del bar en la prensa o empezamos a hablar de viajes, de libros, de música, o nos contamos chistes y vivencias. En esas tardes tranquilas, con la copa de cerveza en la mano, también aprovecho para pasearme por la bodega que Jesús, el hermano de Miguel, tiene al lado de la Pubilla y llevarme algún vino diferente o varias botellas de ginebra...
Pensándolo bien, quizás el secreto, el verdadero secreto de “La Pubilla del Taulat” no esté en la salsa de las patatas bravas sino en el encanto de los que hacen de este lugar perdido entre la vorágine de Barcelona un auténtico remanso de paz para darnos una tregua y un homenaje...





jueves, 4 de octubre de 2012

LA PRIMAVERA Y EL INVIERNO (cuento infantil) SPRING AND WINTER (tale)



  Érase hace mucho,
mucho tiempo,
un hombre que vivía...


Once upon a time, 
a long long time ago,
there was an old man
who lived...
 








... en la cima de una montaña,
en un castillo de hielo.


... behind a mountain 
in a castle of ice.









Con las barbas blancas,
túnica blanca
y blancos los cabellos,
era conocido como
“el abuelo del invierno”.


He had white hair, a white beard and wore a white coat. He was known as 
"the man of winter" 




Vivía solo
y la nieve, la lluvia
y el frío,
la niebla y el viento
eran sus únicos amigos.


He lived alone
and his only friends were
the cold, the snow,
the fog, the rain
and the wind.

 



Siempre estaba triste
o enfadado o ausente
y, sin querer,

a veces,
asustaba a la gente.


He was always angry,
absent or sad and
sometimes, accidently,
would frighten 
people away.


En el valle, 
In the valley,

con los rayos del sol,
entre rosas y margaritas,
lirios y violetas;
entre fresas y manzanas, 
limones y cerezas... 

under the rays of the sun,
dwelled "the girl of spring".
She lived 
amidst irises and lilies,
peaches and apples, strawberries and cherries...

... y entre pajaritos, mariposas, 
y pequeñas abejas, 
vivía, 
"la niña de primavera".

... amidst little birds, butterflies and little bees.


Con los ojos azules, 
el vestido verde 
y roja la melena, se paseaba por los campos como una princesa.
Era amiga de todos, cada día sonreía y siempre parecía contenta.

She strolled across the fields like a princess with her blue eyes, red hair and green clothes.
She was everybody's friend, smiled every day and seemed content.



Cada uno vivía en su mundo, 
pero querían estar juntos:

Both of them lived in their own worlds
but both of them felt alone: 

al abuelo le gustaba, de la primavera, su color 

the man was charmed by her colours
 

y la niña admiraba, del invierno, su blancura. 

and the girl liked his whitened glare.

Pero no lo sabía ninguno de los dos.

And yet neither of them knew 
they pleased the other. 
 

Un día,
la primavera,
curiosa y a destiempo,
se atrevió a subir
al castillo de hielo.


One day, curious Spring, 
propped by intuition,
dared to move up towards
the castle of ice.



Y, casi a la vez,
el invierno decidió bajar
a los campos
verdes y frescos.

Winter was moving down
to the green fields
at the very same time.








En mitad del camino
se encontraron
pero no se dijeron nada;
les parecía todo sorprendente,
sólo se miraban.

They met half-way 
down the road 
but did not say a word. 
They could only look
at each other in awe.
It all seemed fascinating.


Al final, el invierno dijo:
"No soy feliz:
estoy solo y tengo frío."
Y la primavera le contestó:
"Yo vivo con el sol
pero, de vez en cuando,

me gustaría estar contigo."

Finally, Winter said to her:
"I am cold and alway alone. 
I am not happy like this."
Spring answered: "I live with the sun and my friends but I would also like to live with you."


 
El invierno, tímido,
le cogió la mano.
La primavera, atrevida,
le dio un beso...


Shyly, 
Winter took her hand.
Bravely, Spring kissed him
on the cheek...

 





 
... y,
sonrientes,
se abrazaron.


They embraced happily.




Él le prometió
que, de vez en cuando,
de su castillo bajaría.
Y ella le aseguró
que a verle
también subiría.


He promised to visit her and she assured would so too.



Ahora se entiende
por qué,
durante los meses
de primavera,
hay cielos
de viento y niebla...


Now we know why during
spring there are days of win and rain
and why during the winter
the sun will also, sometimes, come out and shine.






Y colorín colorado,
este cuento
se ha acabado.


The End.


DEDICADO A MIA Y A MILO...

TEXTO
Mamen Gargallo Guil

ILUSTRACIONES
Amy Ahern

TRADUCCIÓN
Gabriel Moreno


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Ahora lo puedes conseguir en formato e-book:
Now you can read it in a e-book:
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