viernes, 2 de marzo de 2012

UNA DE ORDENADORES

Estoy pensando en comprarme una tableta. Aunque parezca que sigo pensando en la comida (tableta de chocolate, de turrón...), me estoy refiriendo a uno de esos artilugios informáticos de última generación. Un Ipad para los entendidos. A mí me da igual como lo llamen porque todo me suena a lo mismo: Iphone, Ipod, Ipad. Prefiero el nombre de “tableta”, me resulta más goloso, coloquial, más cercano, aunque, la primera vez que lo escuché, reconozco que me quedé a cuadros. Fue mi hermana la que me sacó, una vez más, de la caverna de la ignorancia en materia informática, en una comida familiar (¿se han dado cuenta de lo mucho que comemos mi familia y yo? Todo sucede en las comidas familiares). Tu cuñado ha hecho un plato especial. ¿Lleva pimiento? Creo que no, pero compruébalo en la tableta. En la tableta. Miro a mi alrededor: el portátil, el mando a distancia, los juguetes de la niña, revistas, los auriculares y una pantalla suelta. Sí, eso es la tableta. Recuerdo que la vi por primera vez en un restaurante de Zaragoza. Al pedir la carta, en lugar de la consabida carpeta de cuero con fundas de plástico en su interior o una simple hoja fotocopiada, me trajeron ese delicado y sofisticado aparatito en cuya pantalla se deslizaban los platos con un leve movimiento de yema de dedo. Flipé con tanta innovación, pero no se me ocurrió preguntar el dichoso nombre.
Lo cierto es que, cuando vaya a comprarlo, ya no me pasará lo que me ocurrió cuando decidí comprar mi primer ordenador o, lo que es lo mismo, cuando decidí iniciarme en el innovador, tecnológico, fascinante y, dicen, sencillo, universo de los computers y sobrevivir con dignidad. ¿Cuánto hace de eso? No tanto, que tampoco soy tan vieja. Pero, ¿se han dado cuenta? Ya hemos pasado del mundo de la informática al ciberespacio global, lo que significa más opciones, más funciones, más prestaciones pero también más posibilidades para que se te ponga cara de idiota ante un monitor y un teclado.
Efectivamente. Después de hacer el cursillo de Word para usuarios, decidí comprar un buen ordenador para poner en práctica lo poco que había aprendido. Como soy así de chula, quise realizar esta empresa solita, sin ningún “trespiernas” que cubriera mis espaldas. Ya se sabe que, cuando se trata de tornillos, léase mecánica, informática, electrodomésticos o toda suerte de aparatos que emitan algún sonido o imagen, el macho ibérico respira ufano, ensancha sus pectorales y ya se cree el rey del mambo. Pero, como no soy todavía tan chula, fui pidiendo asesoramiento e información a diversos especímenes del género masculino, mi cuñado, mi padre, mi amante, mis amigos, mis colegas del trabajo... ¡Ah! Y la excepción que confirma la regla; también le pregunté a mi hermana que es licenciada en informática y que de esto sabe bastante. Yo te recomiendo un 2.6, con 512 megas y 120 gigas (qué tiempos aquellos). Para lo que lo utilizas, éste te irá de coña. Oído cocina. Un 2.6, con 512 megas -¿qué narices es un mega?- y 120 gigas -y esto, ¿qué demonios debe significar?-. No pasa nada. Todo controlado. Esto es lo que debes tener en cuenta. Si puedes, porque están muy caras, compra una pantalla plana, no ocuparán tanto espacio en tu mesa repleta de botes, libretitas y demás “chuminadas” –aquí, mi cuñado no estuvo muy acertado, que digamos-. Y ve a esta tienda que allí la relación calidad-precio está muy bien. Vale. Sin problemas. ¿Lo has entendido todo? Dicen que la duda ofende. Y es verdad. Por favor, ¿qué si lo entiendo todo? Pues claro, está “chupao”. Ni que fuera idiota...
Sábado por la mañana. Después de aprenderme durante toda la noche los datos de memoria, 2.6-512-120, 2.6-512-120, 2.6-512-120 como el chiste aquel, una barra de pan, un litro de leche y mantequilla, una barra de pan, un litro de leche y mantequilla y de vestirme decentemente –no todos los días una se compra un ordenador-, me dirijo a la tienda en cuestión ubicada en una calle repleta de tiendas iguales. Yo, con mi traje de chaqueta, en plan ejecutiva agresiva, me veo rodeada, en cuestión de segundos, de niñatos y niñatas con cazadoras vaqueras, cadenas por todas partes, pantalones a la altura casi de la zona púbica y unos conocimientos de informática que ríete tú de Bill Gates. Tranquila. Todo controlado. Antes de entrar en la tienda, vuelvo a repetir las tres cifras vitales en aquel momento. 2.6, 512, 120. Adelante. ¿Se lo imaginan? Un pasillo largo de torres, monitores, altavoces, teclados y un sinfín de artilugios para hacer más fácil la información y la comunicación. Al final, un mostrador detrás del cual me espera otro niñato con bigotillo incipiente, acné adolescente, un piercing en la nariz, otro en la lengua y ortodoncia. Y, a la pregunta de ¿qué desea?, le respondo de carrerilla, un 2,6, con 512 megas y 120 gigas. Y una amplia sonrisa se dibuja en mi cara: prueba superada. El niño en cuestión, con una habilidad pasmosa, empieza a teclear y a manejar el ratón a la vez que me va diciendo que tienen una oferta de esas características que incluye DVD, CD, grabadora, un floppy 3,5 y el panda. A ver si me aclaro, ¿un qué?, ¿flopi? Nadie me había hablado de algo que tiene nombre de cereales americanos. ¿Quieres unos flopi con leche para desayunar? Y, ¿qué me dicen del panda? Yo sólo conozco dos tipos de panda: el coche que hizo furor hace unos cuantos añitos y el dulce y gracioso animalillo que suele ser blanco y negro y sólo come caña de bambú. En unos segundos, ojeando los folletos informtivos, supe, porque –aunque en algunos momentos lo parezca- una no es tonta, que el panda de las narices era sólo el nombre de un programa antivirus... Perfecto, digo sin perder la compostura ni la sonrisa, como dominando el tema. Vale, ¿cuánto es todo? Creo que en ese preciso momento me delaté. El pobre niño, con su “alámbrica” sonrisa, sus piercings, esos cuatro pelillos que luchaban por salir encima del labio superior y su acné, no sabía cómo decirme que no, que todavía faltaban más cosas. Yo le recomiendo un tefeté de 17, un logitec de lux ergonómico y un maus óptico. Los tengo muy bien de precio. Y ahora la hachepé 3650 está de oferta. También tenemos el equispé houm casi regalado. Y, si quiere algún periférico, le puedo enseñar lo último que ha llegado... Joder. Estupendo. Sólo me suena la hachepé: es una marca de impresora. ¡Me cago en mi cuñado! ¡Me cago en todos! Pero, ¿qué es todo esto?, ¿de qué coño me está hablando este insolente imberbe? ¿Tefequé?, ¿logiqué?, ¿qué es eso del equispé houm? ¿Y los periféricos? Me suena a teleférico... ¿Por qué nadie me habló de ellos? Que no cunda el pánico. Nada de perder los papeles y menos delante de aquel chico que, aunque me pasa varias cabezas, tiene menos neuronas que yo. Carraspeo un poco mientras me acuerdo de todos los “trespiernas” que me informaron sólo a medias. De esta, se acuerdan. Respiro hondo, recojo mi sonrisa del suelo y, con toda la elegancia y el savoir fair que los genes y la mariclaire me han dado, respondo perfecto, ¿me lo pueden llevar a casa? Pues no. Ya me temía yo que esto no era como el corteinglés...
Si salí airosa de aquella tienda, también podía montarlo yo solita, pensé. Fuera las cajas de embalar, fuera las protecciones de poriespán, fuera las fundas de plástico, fuera todo lo que hay encima de la mesa. Fuera todo. Sólo mi ordenador nuevo, el móvil con línea directa con mi hermana y la “menda” que ya está por faena. En menos de cinco minutos ya estoy llamando a la informática de la familia. Entre tanto cable, no sé por dónde empezar, ni qué conectar a qué, sólo sé en qué lado de la mesa pondré la estupenda pantalla plana, el tefeté que hizo que se desencajara mi mandíbula. ¿Ves la torre? Sí, claro. Hasta ahí llego. Dale la vuelta. Bien, ¿cuántos puertos hay? ¿Perdón? ¿Me estás preguntando por unos puertos? ¿A qué se referirá mi querida y amantísima hermana? Aquí sólo veo rendijas y una especie de enchufes con pinchos o con agujeritos más pequeños. A mí siempre me han enseñado que los puertos están cerca del mar y, vale, yo vivo cerca de la playa pero... Color con color, me decía mi hermana. ¿A qué me sonaba eso? ¡Ah, sí! Eso es lo que le dice mi otra hermana a su hija de tres años para que aprenda a hacer puzzles... Color con color y forma con forma. Sólo eso. No tiene más secreto. Llámame si tienes algún otro problema. Supongo que sobra decir que, al final, vino a casa con su novio a cambio de unas cervezas...
Pero lo mejor fue cuando, durante una comida familiar en mi casa (¿lo ven? Somos una familia muy glotona), hablando de los juegos de ordenador que había en el mío, mi hermana se ofreció a grabarlos para pasárselos a mi madre. Después de comer, los grabo, dijo mientras sacaba del bolso un exquisito, glamouroso y pequeño artilugio plateado. Oye, perdona, pero ya sabes que prefiero que fumes en la terraza... Cara de extrañeza. No, si yo ya he dejado de fumar. ¿Y ese mechero? La niña se había marcado el puntazo de enseñarnos, como quien no quiere la cosa, el novísimo modelo de diskette que su equipo de trabajo había sacado al mercado. Lo último en informática. Monísimo. Podía pasar por un mechero, pero también podía ser perfectamente un exclusivo colgante de diseño...Una singular, minúscula e innovadora chuchería capaz de almacenar una “porrada” de información y que había que conectar en algún puerto (italiano al pie de las montañas...)
Podría seguir explicándoles más anécdotas que reflejara mi particular relación con el mundo de los ordenadores. Como aquella vez que fui a casa de mi hermana a que me enseñara a hacer presentaciones por power-point. Acababa de llegar de viaje y tenía la casa un poquito desordenada. ¿Puedes ir al salón y traer el laptop al despacho mientras me cambio? Faltaría más. Yo, por mi hermana, hago lo que sea. Perfecto. El laptop. Vale. Enseguida te lo llevo al despacho. Lástima que no tenga ni idea de lo que me ha pedido. ¿Qué puede ser? ¿Una nueva marca de tabaco?, ¿una bebida energética?, ¿un teléfono móvil especial? Le digo que no lo encuentro, principalmente porque no sé qué demonios estoy buscando. Debe estar encima de la mesa, me grita desde la habitación. Encima de la mesa. Bien. Oye, que encima de la mesa sólo veo el tabaco, unas revistas, el mando de la tele, un cenicero y el portátil... Oigo una carcajada en la lejanía, sale mi hermana del cuarto, en chándal y zapatillas, y, mientras me mira con una sonrisa de misericordiosa complicidad, coge el ordenador y se lo lleva al despacho...
Bueno, vale ya de tanta risa, ¿no? Ya sé que me queda mucho por aprender pero, para seguir escribiendo, no necesito más. Además, ¿qué quieren que les diga? Tampoco me agobio. Hay casos peores que el mío. Tengo una amiga que, tras años y años renegando de la tecnología, se unió al club de los informatizados y descubrió, después de apretar mil veces las teclas, conexión vía telefónica con un asesor de la marca del ordenador , que lo primero que debía hacer, antes de empezar a despotricar ante la pantalla negra y esperar algo de ella, era enchufar la máquina...