"El 2 de agosto
estaba de puta madre: en la playa, de vacaciones, con la familia...
El 5 de agosto me notaba rara, débil, con dolores por todas partes,
como resfriada. Y el 10 de agosto, mi vida había cambiado por
completo". Con estas pocas palabras, mi amiga Olga me describió,
en una mezcla de rabia, impotencia y resignación, su bajada a los
infiernos. A partir de ese "resfriado" sin importancia en
plena canícula y después de un episodio en el que su hija pequeña
se estaba quitando el esmalte de las uñas con acetona y sintió
arder su garganta, después de pasar varias fases e infinidad de
pruebas, lo que empezó siendo una alergia o una intoxicación
alimentaria, acabó siendo el Síndrome de Sensibilidad Química
Múltiple (SQM), o lo que es lo mismo y para lo entendamos sin
problemas, "una dolencia que afecta sobre todo a mujeres y
provoca malestares neurológicos (migraña, confusión, sensación de
desconexión), erupción cutánea, sensación de ahogo y problemas de
irritación de mucosas. Los culpables son múltiples agentes químicos
(de ahí su denominación) comunes en la vida diaria, como productos
de limpieza, colonias, disolventes, ciertos alimentos, medicamentos
y radiaciones electromagnéticas. Los afectados manifiestan
reacciones a estos agentes a un nivel que es tolerado sin más
problemas por el resto de la sociedad." (http://www.consumer.es/web/es/salud/atencion_sanitaria/2012/01/09/205959.php)
Le dieron la baja y no
pudo reincorporarse en setiembre a trabajar, como lo hicimos el resto
de las compañeras. Sin saber qué decir ni qué pensar ante el alud
de información que nos iba llegando de manera inconexa (no sale de
casa, lleva una máscara como las que se ven en la tele después de
una explosión en una central nuclear, no puede moverse, no puede
hablar, no puede respirar), decidí escribirle un correíto
electrónico. Quería decirle que, a pesar de no saber exactamente
qué le estaba pasando, yo estaba con ella, que pensaba en ella y que
quería verla; me daba igual si llevaba máscara o no, si tenía que
ir a verla a algún sitio especial o si tenía que hacer algo
diferente. Yo sólo quería verla y qué me contara qué le sucedía.
No quería hacer caso de esos comentarios que se basaban en las
suposiciones o en la propia ignorancia. Y después de varios mails,
por fin, leí "cuando quieras, te desperfumas y nos vemos en la
playa". Y en ese momento, empezó lo que las dos bautizamos como
"RISAS DESPERFUMADAS" (buen título para una novela, ¿no
les parece?). Enseguida, me puse manos a la obra: aparte de unas
recomendaciones que ella me dio para llevar a cabo el protocolo de
"desperfumación" (ya lo sé, esta palabra no existe pero,
¿cuál es el antónimo del verbo "perfumar"? Esto nos da
la clave para saber que hay muchas cosas que están ocurriendo en
este mundo, muchas enfermedades raras -me atrevería a decir- que son
padecidas por muchas personas y que todavía no son reconocidas por
las instituciones competentes -¿o incompetentes?-. En fin...),
consulté una web que encontré navegando en busca de más
información http://mi-estrella-de-mar.blogspot.com, blog pionero en
SQM. Si quería verla y que todo fuera bien en nuestro primer y
ansiado encuentro en la playa, tenía que seguir las pautas a
rajatabla. El primer paso era desterrar de mis quehaceres diarios y
durante unos cuatro días todas esas acciones que incluyeran un
contacto -por mínimo que fuera- con componentes químicos. Eso
significaba que tenía que olvidarme, para empezar, de todas mis
cremitas y mis cosméticos: nada del gel o del champú de siempre
(tenía que utilizar uno especial, sin olor y sin nada de nada, cien
por cien natural), nada de mascarilla suavizante para el pelo; nada
de tónico ni antiojeras, nada de crema antiage ni fond de teint,
nada de iluminador ni colerete ni rímel ni loción corporal
hidratante, reafirmante, antiestrías (tan solo podía utilizar, en
sustitución de todo eso, aceite de almendras); nada de pasta de
diente blanqueador, con sabor a menta y fresa (me recomendaron una
pasta de caléndula), nada de desodorante de marca, con perfume y de
efectos prolongados (a cambio, un esprai con una especie de agua
hecha con sales minerales naturales, sin aluminio ni nada). También
tenía que lavar con bicarbonato la ropa que tenía pensado ponerme
para ese encuentro para que se fueran todos los olores procedentes de
los detergentes y los suavizantes hechos con sustancias químicas. Y
si era posible, que esa ropa fuera de algodón o de algún otro
tejido natural. Ah, y por supuesto, nada de colonias o perfumes (¡¡¡a
mí me ha pedido eso, a mí, que no puedo salir de casa sin mi
Eau!!!)
Cuatro días llevando a
cabo esos pasos, a rajatabla y sin saltarme ninguno, para no oler a
nada y que mi amiga no me rechazara nada más verme. Cuatro días sin
mis potingues, sin mis cremitas, sin mis suavizantes, sin mis
perfumes. Nada de nada. Los escondí para no caer en la tentación,
para no decir "total, por unas gotitas no pasará nada".
Cuatro días yendo a trabajar y pensando que olía a truenos (o eso
me parecía a mí). Cuatro días yendo a trabajar con el pelo hecho
un estropajo (o eso me parecía a mí). Cuatro días con la ropa en
bicarbonato. Cuatro días poniéndome en la piel de mi amiga: si
todas renuncias que tenía que hacer durante cuatro días me parecían
un suplicio, ¿qué debía de sentir ella?, ¿cómo debía vivirlo
ella sabiendo que, de momento, iba a ser para el resto de su vida?,
¿cómo era su día a día?, ¿y el de su familia: su marido, su hija
pequeña, sus padres, el resto de su familia y de sus amigos?, ¿cómo
se podía sentir ella sabiendo que, cada vez que quisiera ver a
alguien, tenía que decirle lo mismo que me dijo a mí: "cuando
quieras, te desperfumas y nos vemos en la playa"? Ya se acabaron
para ella los encuentros en algún bar para echar unas cervezas y
unas risas; ya se acabaron, de momento y hasta que no se encuentre
una respuesta a todas dudas y a todos los vacíos que plantea el SQM,
las sesiones de cine en su delicioso Verdi; ya se acabaron las
jornadas veraniegas en las playas atestadas de gente y de
bronceadores químicos; ya se acabaron los paseos por la ciudad, ir
de compras, ir en metro o en autobús. Ya se acabaron los viajes en
avión. Ya se acabaron los viajes. Y los museos. Y los teatros. Y
las representaciones de su hija. Porque en todos esos sitios hay
gente. Y donde hay gente, hay productos químicos: perfumes, jabones,
cosméticos, ambientadores, detergentes, suavizantes, geles, lacas,
desodorantes, velas perfumadas, conservantes químicos, pesticidas,
plaguicidas... Y contra todo eso, mi amiga (y un montón de gente
más) tiene que luchar sabiendo que las autoridades no están por la
labor...
Aquel domingo de octubre,
al encontrarnos en la playa (yo, lo reconozco, expectante, nerviosa,
temerosa de haber hecho bien el protocolo "RISAS DESPERFUMADAS"
y llena de todo el cariño que sentía por ella), recibí el
mejor piropo que jamás me habían echado: "¡Qué bien, no
hueles a nada!"
PD. A ese encuentro le
han seguido un montón de correos electrónicos y otro encuentro más
en la playa en el que, bajo un delicioso sol de otoño y más guapa, más activa y
más segura que nunca, me comunicó que le iban a dar el alta (sin
comentarios) y que solo quería una cosita para Navidad: SALUD, SALUD
Y MÁS SALUD.
Este también es mi deseo, no solo para esta NAVIDAD sino para el resto del año y de los años que nos quedan por vivir.
¡FELIZ NAVIDAD y gracias
por leerme!