sábado, 23 de febrero de 2013

EL AMANTE

(Dicen que es)
Frágil,
misteriosa
y sensual
como una mujer.

(Pero yo creo que tiene)
Esencia masculina,
poderosa,
arrogante,
fuerte,
orgullosa.

Se presenta ante mí
como un amante.

Me va envolviendo poco a poco
como sus ancestrales alfombras
bordadas de historias y secretos.


Me va seduciendo
con los aromas,
los colores,
los sabores...

Me va embaucando
y va desnudando mi alma.
Se me ofrece,
generoso,
paciente,
seguro de su encanto.

Y yo me dejo llevar...

Cada rincón
–desde la Gruta de Hércules en Tánger
hasta las Murallas de Tiznit,
desde el puerto de Essaouira
hasta el albergue de Alí el Cojo en Erg Chebbi-,
es una caricia nueva.



Cada instante con sus gentes
es una mirada nueva.

Y cada vivencia,
un beso:
cada rosa de El-Kelaa M’Gouna,
un sorbo de sha’i bi nana,
cada paseo azul por Chefchauen,
cada zumo de naranja en la Jama’ el-Fna’,
una gota de aceite de argán,
un baile en el desierto de Merzouga,
cada Aid al-Kabir,
cada palabra que aprendo
es un beso.

Un nuevo beso.

Durante el día,
a plena luz del sol,
es abierto,
sonoro,
alegre;
en la oscuridad,
al caer la noche,
ese beso es
callado,
húmedo
y profundo.
Y me dejo llevar...

Cierro los ojos y oigo
las voces de mi amante:
el rumor de las olas
desde las murallas blancas de Assilah;
el murmullo laberíntico del zoco de Fez;
la llamada del almuédano
en el silencio de cualquier kasbah;
la música de los cafetines
en cualquier callejón;
las risas femeninas
que proceden de las azoteas
salpicadas de la gran luna llena parabólica,
las bromas y las triquiñuelas de los niños
de manos ágiles y miradas negras.

Vuelvo a mi amante esencial,
puro,
genuino
y recorro sus perfiles
con los cinco sentidos
para no olvidar ningún detalle,
para poder aprenderlo de memoria
y evocarlo
y soñarlo
en la distancia.

Y mi amante sigue hablándome
y seduciéndome sin compasión,
convencido de su poder,
seguro de su fuerza,
sabiendo que nunca podrá ser mío completamente,
sabiendo que hace tiempo yo soy suya
porque,
nada más besar su playa,
hace ya más de diez años,
se apoderó de mi alma...

Foto de Pedro Click  http://pedroclick.blogspot.com.es/


domingo, 17 de febrero de 2013

COSAS QUE PUEDES HACER CON 10 KILOS MENOS


En primer lugar, ante todo y sin falsa modestia, siéntete orgullosa del logro. Sí, recreáte en lo que has conseguido porque sólo tú sabes lo que ha supuesto para ti llegar hasta aquí, sin que importe el tiempo invertido. Diez quilos menos, sí. Y sólo tú sabes la cantidad de sacrificios que has hecho para alcanzar la meta. Sólo tú sabes de la constancia, de las renuncias y de la perseverancia. ¿O acaso ya no recuerdas la primera vez que dijiste no a la copa de vino, que rechazaste unas patatas bravas o que pasaste de largo por la estantería de aperitivos del súper?
En segundo lugar, y también sin falsa humildad, recoge con orgullo y agrado todos los piropos que te están diciendo: ¡Pero qué delgada estás!, ¡Qué has hecho!, ¡Estás monísima!, ¡Qué bien te sienta la ropa ahora! No digas que no es para tanto, no digas que no, no te enfades con ellos porque antes no te decían nada, no pienses en que antes estabas como una foca o que ibas hecha un adefesio, no te castigues con tus antiguos quilos de más. Cuando te digan un piropo, sonríe, sonríe, sonríe.
En tercer lugar, ríete al ponerte de nuevo aquellos pantalones enormes y comprobar cómo se deslizan por tus caderas hasta caer rendidos al suelo. Es genial. (pero, insisto, no te flageles pensando ¿¡Cómo podía estar yo tan enorme?!
En cuarto lugar, disfruta embadurnándote de cremas hidratantes, reafirmantes, antiestrías para que tu sacrificio obtenga unos resultados óptimos y para que tu piel no se resienta. Que no te dé pereza. Regálate una buena crema, de textura suave y aroma de azahar o de jazmín, y recréate con ese sensual ritual. (A mí, la verdad, siempre me han gustado las cremas, con quilos y sin quilos. La sorpresa me la llevé cuando a mi médico nutricionista le pregunté por la mejor. Ya que estaba haciendo el sacrificio de la dieta, estaba dispuesta a hacerlo también comprando la mejor crema, la más efectiva; estaba dispuesta a gastarme mi sueldo entero. Ya sé que no se puede hacer publicidad pero, ¿cuál me recomendó sin ningún tipo de duda? La lata azul de Nivea, la lata redonda, la de toda la vida, la que no lleva agua, pura crema, la que cuesta tanto extender -ahí radica su secreto, ahí se escuentra su efectividad-, la que te deja todo el cuerpo grasiento y blanco. ¿Estás segura? Yo pensaba que me recomendaría alguna de doscientos euros, alta cosmética, alta tecnología, con los últimos descubrimientos científicos en el estudio de la piel. Pues eso, ahora mi chico y yo compartimos buenos e íntimos momentos con Nivea: yo, para cuidar mi delicada piel, y él, para cuidar sus cinturones de cuero y sus botas, las de montaña, las de la moto... Y todo, por unos 6 euros la lata formato familiar. Sin comentarios)
En quinto lugar, mírate en un espejo grande, de esos de cuerpo entero, pero mírate desnuda. ¿Qué puedes ver? ¡¡¡¡La línea del bikini!!!! ¡¡¡Síííí!!! ¡Es genial! Esa línea no imaginaria que durante tanto tiempo ha permanecido escondida entre los pliegues de esa prominente y fofa masa llamada barriga -o barrigota, como me dijo una vez mi sobrina pequeña-, esa que no sabías ni que existía porque siempre estaba tapada por las carnes y también por las bragas de cuello alto. Es una sensación indescriptible, de verdad. Ahora falta ir a una buena esteticien para que me haga una buena depilación brasileña...
En sexto lugar, siguiendo con el tema y tú sigues desnuda ante el espejo, ahora agacha la cabeza y ¿qué ves? ¡¡¡Sí!!! Efectivamente, ¡¡puedes verlo!! Antes, sólo podías ver tu barriga, tu ombligo orondo y nada más. Tus carnes te impedían saber qué había debajo de tu masa favorita. Ahora ya sabes qué hay más allá de él. Es estupendo. Incluso, si te apuras un poco, también podrás ver tus pies. 
En séptimo lugar, deshazte ya de las bragas de cuello alto, esas que llegan hasta el sobaco y que dan la impresión de que recogen todos los michelines, esas bragotas quilométricas de color carne (pero, ¿por qué no las harán de colores o con dibujitos para alegrarnos la vida?), que ocupan medio cajón y que dan vergüenza tender; esas que son los más antierótico que te puedes echar a la cara (no nos engañemos, van muy bien, son muy cómodas -esto no lo entenderán las que nacieron delgadas- pero destrempa a cualquier macho que se preste; que me lo digan a mí...). Tengo que confesar que yo no me he deshecho de ellas, les tengo demasiado cariño, han sido mis fieles compañeras y mis cómplices durante mucho tiempo y han aguantado estoicamente mis redondeces y mis carnes fofas sin quejarse y sin romperse. Son geniales. Tengo que confesar también que me he comprado alguna que otra tanga y alguna que otra braguita pequeña, fina y monísima pero, qué quieren que les diga, me siento incómoda, desnuda. Demasiados años: yo ya estoy hecha a las otras, a las de toda la vida.
En octavo lugar, quema aquellos “chalecos antibalas”, aquellos sostenes que parecen de hierro forjado, tan antiestéticos, tan de abuela de pueblo (con todos los respetos a las abuelas de pueblo a las que adoro y admiro), con tirantes y tiras de dos o tres dedos de ancho, con esas copas enormes, duras, rígidas, resistentes, como si estuvieran hechas de acero, que más que sujertarte las tetas, te comprimían medio cuerpo lleno de lorzas ocultando el tan deseado canalillo. Sí, tira esas “armaduras medievales” y regálate uno de esos sexys sujetadores de color fresa, con blonda, semitransparentes, con finos tirantes, tan bonitos que hasta te dan ganas de lucirlos por la calle. (pero, atención, cómpratelos buenos, de los que sujetan, porque ahora las carnes están un poco flácidas...)
En noveno lugar, ya puedes pasearte desnuda o en ropa interior por la casa (yo siempre lo he hecho, con bragas de cuello alto o sin ellas, la verdad. Me encanta. A mi chico, no tanto, porque, aparte de que es muy pudosoro, en casa no tenemos cortinas... Pero ya tengo excusa: entiéndelo, cari, no es que me encante pasear en pelotas por la casa, es que tengo que dejar que la crema se absorba...) y abalanzarte encima de tu hombre (o mujer) sin temor a chafarle y a dejarle sin respiración, sin repetir constantemente ¿¿¿Peso???
En décimo lugar, mírate y admírate, sin miedo, sin vergüenza. Eres tú, sigues siendo tú, quizás con los rasgos más estilizados o más angulosos, con menos tetas y menos curvas. Pero sigues siendo tú, con tu humor y con tus paranoias, intentando sacar punta a todo esto...

¿Y qué más puedes hacer con diez quilos menos?
Pues dar una clase magistral de dietética y nutrición. Tantas semanas yendo al médico nutricionista (porque, esto sí que es importante, no se te ocurra hacer dieta sin la supervisión de un profesional), tantas semanas escuchando lo que puedes o no puedes comer, las combinaciones peligrosas que hacías, las calorías que no pedía tu cuerpo -pero que tú se las dabas tan ricamente-, lo que está permitido o no; qué significa todo eso de las féculas, los carbohidratos; dónde están las vitaminas y las proteínas; que las grasas son necesarias pero que hay que controlarlas; que con los azúcares pasa lo mismo; que el alcohol es puro azúcar, etc., etc., etc., lo que estaba diciendo, tantas semanas recibiendo lecciones de cómo comer bien, sano y equilibrado, me he convertido en una auténtica experta en el tema.
También acabas deleitándote con la verdura, el embutido de pavo, el queso bajo en sal y en grasas. En serio, a mí me encanta. Y lo mejor de todo, cuando lo comes, tu conciencia está la mar de tranquila. Y eso no tiene precio porque disfrutas el doble.
Comprarte esos magníficos tacones por los que has estado suspirando durante tanto tiempo. Vamos, ve a la zapatería y pruébatelos sin miedo a que ya no aguanten tu envergadura. ¿Qué tal? A que te sientan bien, ¿verdad? Y qué bonitas piernas tienes. Y hasta pareces más delgada todavía. ¡¡Qué buen invento este de los taconazos!!
Y ahora, ve a la tienda y pruébate ese vestidito corto. Por fin te entra. Se acabó la tiranía de las tallas grandes, se acabó la ropa ancha, se acabaron los colores oscuros porque estilizan, se acabó el ir a tiendas “especiales” porque en las “normales” no hay más allá de la 40, se acabó el no querer ir de tiendas. ¡Se acabó! Mírate ¡y qué guapa estás! Eso sí que es una experiencia religiosa. Lo demás son tonterías.
Ahora ya puedes pedirle a tu hermana (la delgada, la mona, la tía buena, la que te generó tantos complejos durante tu adolescencia, a la que odiabas tanto porque, cuando conocíais a algún chico, ella siempre era la guapa y tú... la simpática. ¡¡¡Había que joderse!!!) aquella blusa tan bonita o aquel pantalón tan estupendo. (Tengo que reconocer que todavía no me caben pero todo se andará...)
Ahora ya puedes pedirle a tu madre que baje del altillo toda aquella ropa de cuando tenías 18 primaveras... ¡¡¡Pero qué ilusas somos, de verdad!!!
Ahora ya puedes subir las escaleras sin ahogarte, mejor dicho, ahogándote menos, porque ahora no pesarán los quilos pero siguen pensando los años...
Ahora ya puedes pasar frío de verdad, porque, como me dijo mi médico, "claro, si ya te has quitado la capa de grasa, es normal que ahora sientas más frío". Nunca me he sentido uan foca, ni con quilos ni con michelines ni con bigote, pero, al oír aquellas palabras, me sentí más foca, más morsa que nunca. Viva el tacto y la empatía, sí, señor.


¿Y qué no puedo hacer todavía?
Lo siento, lo reconozco -y esta noche me flagelaré buscando la eterna penitencia-, pero lo que todavía no he podido conseguir es dejar de pensar en unas buenas viandas. Sigo salibando ante un buen escaparate de embutidos o una barra repleta de montaditos; sigo deleitándome ante una cazuelita de morros fritos, sigo dándome algún que otro homenaje con las bravas de La Pubilla del Taulat, sigo suspirando por unos huevos fritos y unas buenas patatas fritas, sigo disfrutando como una loca con la mejor cena que me puede hacer mi chico: su tortilla de patatas -insuperable-, un buen jamoncito de bellota, pan con tomate y aceite y un buen Ribera del Duero...
Si dejara de hacer esto, entonces, seguro, ya no sería yo. Y eso sí que no lo puedo permitir, ¿no?