domingo, 9 de junio de 2013

¿El origen de la LOMCE?

Hace unos días, me llevé una agradable sorpresa. El otro día, aprendí algo que ni siquiera sospechaba. Un lunes por la tarde, después de las clases, en una entrevista con la madre de una alumna mía de Bachillerato –profesora de Lengua Castellana de ESO y Bachillerato, como yo-, me enteré de que la Secundaria Obligatoria no sirve para nada –palabras textuales-; qué digo yo, ingenua de mí -estás también fueron sus palabras-, no sólo la ESO, tampoco Educación Primaria sirve para nada. Según ella, las dos etapas –diez años de toda una vida, ahí es nada- resultan inútiles para un estudiante de Bachillerato. Para argumentar su tesis, me comentó la señora, profesional donde las haya –entre otras cosas, enseña los exámenes de su hija a los profesores de la materia en cuestión de su colegio para comprobar si tenemos nivel. Sin comentarios...-, que en Educación Postobligatoria se debe empezar de cero y que no se debe tener en cuenta nada de lo que se ha estudiado durante esos cuatro años (y los seis anteriores); que en Bachillerato ya saben abstraer y que, por lo tanto, resulta inútil pretender que apliquen los conocimientos que se impartieron durante los cuatro años anteriores; que lo verdaderamente importante empieza en primero de Bachillerato porque, con esas notas y la de las PAU (la Selectividad), se accede a la Universidad -y eso sí que es útil-. Evidentemente, dejó claro que estaría muy pendiente de los resultados de las PAU para comprobar el nivel del colegio en esta etapa tan crucial... ¿Suena a amenaza? Es obvio que no se da cuenta de que nosotros -los profesores de Bachillerato y del resto de las etapas- somos profesionales y los primeros en fijarnos en esas notas y aprender para el siguiente año.
Sin embargo, ante mi cara de estupor, ella afirmaba que estaba muy contenta y orgullosa de la trayectoria que había seguido su hija durante la Educación Secundaria,  de cómo le había ido, de lo mucho que había aprendido y del nivel que había en el colegio –incluso, escribió una carta a la revista escolar agradeciéndolo- pero que yo, como profesora de Lengua Castellana de Bachillerato, debía empezar de cero. ¿Curioso?, ¿contradictorio? Repetía que tuviera en cuenta la realidad del alumnado, que siguiera el programa a rajatabla y que –insistía- empezara de cero...

Como respuesta a tan magno descubrimiento, le dije que le agradecía el comentario, que me parecía muy interesante su punto de vista y que reflexionaría al respecto. Pues bien. Lo he hecho. He meditado largo y tendido sobre el asunto pero no he podido evitar plantearme las siguientes cuestiones:
Para empezar, ¿cómo se puede estar orgulloso de algo que no sirve para nada?
¿Qué se entiende por empezar de cero?
Si es cierto este planteamiento, que la ESO no sirve para nada, ¿cómo pueden los alumnos asimilar e interiorizar en dieciocho meses todo aquello que se ha ido enseñando –inútilmente- en cuatro o más cursos?
Si partimos de la idea de que la ESO no sirve para nada, ¿qué hacemos los maestros y profesores de esta etapa? Si ella parte de esta premisa -y lo dejó bastante claro a lo largo de la entrevista-, ¿con qué autoridad moral se presenta ante sus alumnos de la ESO?
¿Cómo se puede dar una clase a alumnos de la ESO sabiendo de antemano que lo que se va a enseñar no les va a servir de nada?
Si, realmente, la ESO es inútil y no cuenta, ¿por qué no hacemos que primero de la ESO sea primero de Bachillerato para que esos cuatro años de Educación Obligatoria no se vayan por el desagüe y SÍ sirvan para algo?
Si, efectivamente, pensamos eso, ¿podemos ser sinceros con los alumnos de esta etapa y decirles que no se esfuercen porque, al fin y al cabo, todo lo que hagan durante esos años no les va a servir para nada?
Si la ESO no sirve para nada, si en Bachillerato se empieza de cero, ¿por qué sólo pueden acceder aquellos que se han sacado el título? ¿No deberían tener derecho a estos estudios todos los alumnos de 16 años? Es más, ¿para qué van al colegio durante esta etapa?
Ante estas ideas, ¿es factible plantearse una línea de continuidad entre ESO y Bachillerato o, contrariamente, es una empresa inviable, utópica?
Si, ciertamente, los conocimientos que se intentan inculcar en la ESO no sirven para enfrentarse a un Bachillerato con más tranquilidad y seguridad, ¿con qué preparación y bagaje acceden los alumnos a los Ciclos Formativos?
¿Qué pensarían unos padres si supieran que la profesora de su hijo/a -que estudia cuarto de la ESO- considera y manifiesta que esa etapa es inútil y no sirve para nada?
Por último, ¿no son estas ideas las que echan por tierra la llamada “cultura del esfuerzo” con todo lo que ello implica: constancia, sacrificio, interés, trabajo...? ¿Ideas como ésta no son las que hacen fracasar todo el sistema educativo?
Todas estas dudas -y muchas más que van surgiendo-, de momento, no tienen una respuesta clara y convincente. Debido a ello, y después de meditarlo mucho, he llegado a una sola conclusión: Me niego a empezar de cero -y así se lo dije a la madre- porque, sencillamente, me niego a tirar por la borda el trabajo, el mío y el de mis compañeros, que se realiza durante los cuatro años reglamentarios que dura la ESO -por muy mínimos que sean sus objetivos-  y los seis de la Primaria.

Y, para acabar, una última pregunta que ha ido tomando fuerza durante toda esta reflexión: Esta idea de que la ESO no sirve para nada, ¿no es una excusa para justificar el suspenso de su hija? En otras palabras, ¿esta madre preocupada y profesional de la docencia me habría pedido entrevista y me habría explicado las verdades del sistema educativo actual -lo reconozco, soy una ingenua. Pensaba que todo lo que enseñamos a nuestros alumnos, de una manera u otra, tiene una razón de ser y un fin...- si su hija no hubiera suspendido Lengua Castellana, casualmente una de mis asignaturas...?  

Dada la realidad que se está viviendo en las aulas de los colegios e institutos españoles (sobre todo, estos últimos días de curso en que los profes ya están calculando las notas medias finales y algunos alumnos, después de hacer el vago redomado durante estos meses de clase, ya empiezan a ver las orejas al lobo) y teniendo en cuenta lo que se nos viene encima con la ley que ha ideado nuestro flamante ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, las palabras de esta madre están adquiriendo cierta relevancia en mis planteamientos sobre esta profesión y me veo obligada a repensar algunos de los términos más importantes de este singular, variable y, a veces, desesperanzador “mundillo” de lecciones, pupitres, ordenadores, alumnos y profesores estresados.
Empecemos por la misma ley, la LOMCE, Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa. Pero, ¡vamos a ver, hombre de Dios!, ¿a quién pretende engañar? LOMCE: ¡¡¡Lourdes O Maquillamos los Cates Españoles!!! Porque, de eso se trata, ¿no? El propósito es ese, ¿verdad? Hacer que nuestros alumnos aprueben todos los exámenes. Parece ser que todo se reduce a eso. O, si lo prefieren, LOMCE: ¡¡¡¡Lourdes O Menos Catetos Estudiantes!!! Para poder competir con Europa, para poder competir en el mundo de la empresa y en el de las finanzas, para poder ganar más dinero. Porque, parecer ser que de eso también se trata, de convertir a nuestros alumnos en auténticos gladiadores que compiten en la famosa arena. O, pensando en esa madre/profesora sin igual, LOMCE: ¡¡¡Lourdes O Maestros con Entusiamo!!! Para que no haya maestros y profesores estresados, sin ganas de nada, de baja por depresión; para que no perdamos el entusiasmo ante ciertos comentarios peyorativos y desalentadores. 
Porque, usted, señor ministro, a la hora de redactar la ley, también pensó en los profesionales de la educación y de la formación, ¿no? Habló con ellos, les preguntó, los consultó y anotó todas las sugerencias que le hicieron, ¿no? ¡¡¿¿No??!!