domingo, 16 de octubre de 2011

ME VOY DE BODA

Un sábado cualquiera de setiembre de un año cualquiera, boda a la vista: se casa un primo mío –llamémosle Juan-, el de Madrid, el juerguista, el crápula, el follonero. ¿La afortunada? La novia de toda la vida, la paciente (por esperar tantos años), la resignada (por aguantar los escarceos del novio con otras chicas), pero novia y futura esposa, que eso es lo que cuenta, al fin y al cabo. Fina, elegante, quisquillosa y con unas ganas locas de pasar por la vicaría. Para ambas familias, es la boda del año: ceremonia en un barrio pijo de la capital y banquete en una finca señorial, a las afueras de Madrid, últimamente el lugar más chic&cool para celebrar cualquier enlace.
Meses antes –no digo cuántos para que no me llamen paranoica-, en Barcelona, ya empezamos a planificar el evento: que si traje –¿largo?, no dice nada la invitación, ¿habrá que ir con mantilla?-; que si regalo –como hay confianza y la lista es en el Corte Inglés, cosa que odio, decido aumentar la cuenta corriente de la pareja-; que si alojamiento –¿habrá sitio suficiente para toda la familia, todos los tíos, los otros primos, mis padres, mis hermanas, mis cuñados, mis sobrinas y yo, o me tendré que buscar un hotelito barato para mí sola?-. ¿No lo he dicho todavía? Voy a ir sin acompañante masculino.
Llamada desde Madrid algunas semanas antes del gran evento, la madre del novio, o sea, mi tía: hola guapa, ¿cómo te va la vida?. Oye, con respecto a la boda, ya me han dicho que tú no traes a nadie, ¿no? Bien hecho, hija, menos líos. Entonces, podrás dormir en cualquier sitio... (primer lanzamiento). Y se queda tan ancha, la tía –es que, en verdad, es mi tía-. Dormir en cualquier sitio. ¿Qué debe significar eso?, ¿que me tengo que buscar la vida por Madrid?, ¿que, por no ir con un señor a juego con mi bolso, me debo conformar con un colchón en cualquier rincón de la casa?, ¿que me van a reservar la habitación del fondo, la de los niños pequeños (algo muy común, no se sabe por qué, que la tita soltera duerma siempre con los sobrinos)? ¿Acaso no se han parado a pensar que precisamente por eso, por el hecho de ser soltera y sin compromiso, me puede salir algún plan, que me pueden proponer una noche de sexo desenfrenado o puedo encontrar al hombre de mi vida y, por eso, no puedo dormir en cualquier sitio, rodeada de niños pequeños, que necesito la mejor habitación de la casa, con baño incorporado, si es posible? Decididamente, la gente no piensa. Al final, me reservan una alcoba en la buhardilla, llena de trastos viejos y una cama de hace mil años. No, si ya lo sabía yo...
Ya, en la capital del imperio, en casa de mi primo, dos horas antes de la ceremonia, toda la parentela, elegantísima, nos vamos haciendo las fotos de rigor. Además, algunos amigos del novio también van llegando. Una de mis tías, entre encajes y perlas, hace un segundo lanzamiento: Oye, tú no tienes novia, ¿verdad? Negativa del pobre muchacho, entre atribulado y avergonzado. Me lo veo venir: Qué bien, ésta –leve movimiento de su cabeza llena de bucles señalándome a mí; no hay tierra suficiente para tragarme- también está libre. Comentario hecho con todo el cariño del mundo, no se vayan a pensar, ¿eh? Pero, joder con la manía y la obsesión que tienen los parientes de buscar pareja a los que no la tienen...
La iglesia, preciosa; la ceremonia, emotiva; la novia, elegantísima; los invitados, afables y el aperitivo, insuperable... Alrededores de la finca, a 30 kilómetros de Madrid. 20.30 h. Un derroche de pedrería, lentejuelas, tacones de aguja, gasas, sedas y brocados contrasta con el negro sempiterno de los chaqués. Entre flashes y canapés, intento caminar de puntillas para que mis tacones no se claven en el maldito césped del jardín y, entre eso, el chal que no sé cómo ponérmelo, el canapé, la copa de cava, el bolsito de marras y los niños revoletando entre mis piernas, debo parecer a Chiquito de la Calzada... Haciendo equilibrios, me voy encontrando con algún que otro conocido de otras bodas, primos carnales, parientes lejanos y gente nueva que me presenta la alcahueta de mi tía. Intercambio de nombres, ocupaciones, relación con los novios, hasta que llega el típico y tópico comentario sin gracia: te he visto muy sola en la iglesia... (tercer lanzamiento) ¿Sola?, ¿con mis padres, mis hermanas, mis cuñados, mis sobrinas, mis tíos, mis primos...? ¿Están ciegos o qué? ¡¡¡Ah!!! Se refieren a que voy sin acompañante masculino. Ahora lo entiendo. Y ante mi muda sonrisa de "qué coñazo de gente", respuestas varias (elijan la que más rabia les dé):
1) Haces bien, los hombres sólo traen problemas,
2) Tú sí que te lo has montado bien: sin obligaciones, sin problemas, sin agobios...,
3) Pues a ver si te espabilas que ya se te está pasando el arroz...,
4) Pobre, con lo mona que eres... No te preocupes, ya te llegará.
Y el mejor, éste no tiene desperdicio (a partir de aquí, dejé de contar los lanzamientos):
5) Y, ¿cómo llevas lo del sexo?
¡¿Cómo?! ¡¿He oído bien?! ¿Sexo? ¿Y qué hay de mi trabajo, de mi salud, d emi casa? Y lo que es peor, ¿ni un maldito comentario sobre mi modelito de pedrería y crepê de seda que me ha costado un pastón? Estoy empezando a preocuparme. ¿Qué pasa, que por no llevar un señor colgado del brazo una ya se convierte –mejor dicho, la convierten- en un ser invisible y sin vida propia, como la que podría tener cualquier hijo de vecino emparejado?, ¿que, por no presentar oficialmente a un hombre como pareja o novio, no se puede tener una vida sexual activa o una relación estable? Y, además, ¿por qué tanto interés por mi vida privada?. ¿Acaso voy preguntando a los casados qué, qué tal te va con la parienta, cuánto hace que no lo hacéis, te lo hace bien...?
En la mesa, la cosa va “in crescendo”: rodeada de primos supuestamente felices en sus matrimonios, soy el blanco de todo tipo de observaciones monotemáticas. Mi prima, la hermana del novio, hemos estado a punto de ponerte en la mesa de los amigos de Juan, todos chicos y todos solteros pero siempre van super-salidos. Sonrío diplomáticamente. A mí han debido verme cara de ninfómana desesperada porque, si no, no logro entenderlo. La mujer de mi otro primo, y, ¿cómo llevas lo de no tener novio? Me muerdo la lengua. Insisto, hay gente un tanto limitada intelectualmente. Venga, volvamos a explicarlo, no tener novio no significa no tener otras relaciones amistosas, sexuales, amorosas. El primo de mi primo, seguro que vas de fiesta en fiesta y que tu casa es un auténtico centro de diversión, lujuria y perversión. Cuento hasta cien. No, me parece que no se ha entendido. Ahora, nos hemos ido al otro extremo. Ni tanto ni tan calvo. Otro más, deberías salir un poco más, se te ve amuermada. Esto ya es el colmo. Y otro, no, seguro que tiene a alguien por ahí escondido... Vale, ya no puedo más, todo lo que queráis, pero de todos los que estamos en esta mesa, seguro que la que más folla soy yo.
Silencio, miradas de reojo, codazos delatores, bocas abiertas, gestos de resignación y alguno, entre sorprendido y avergonzado –como si se hubiera destapado la caja de truenos- asintiendo disimuladamente con la cabeza.
Vals iniciático, barra libre, Beyoncé amenizando la velada y, hacia las 4 de la mañana, entre pinchos de tortilla y un madrugador chocolate con churros, por supuesto, el último comentario –ya lo estaba echando de menos-, quiero creer fruto del nivel de alcohol en la sangre y el dolor de pies, por parte de la madre del novio, tú sí que has sabido ser inteligente... -por fin alguien reconocía mi valía, dos carreras universitarias, una profesión que me encanta, el reconocimiento de mis colegas, algún cargo de responsabilidad, mi primer (espero que no el último) poemario, algún artículo publicado, una independencia consecuente, un equilibrio personal, muchos proyectos de futuro, buenos amigos, un piso de propiedad mantenido sin ayuda de nadie, la verdad es que sí, ¿por qué voy a negarlo?, no me puedo negar: soy inteligente- ...no tener marido es lo más inteligente que has hecho en tu vida.

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