Con las maletas a medio
hacer, el neceser casi completo, los mapas, las guías de viaje, la
documentación a punto y a buen recaudo, busco entre las estanterías
todos los libros que, durante este largo invierno -y otoño, y
primavera- he ido comprando para leerlos este veranito que ya ha
llegado. Este, este, y este, y este también. Demasiados. Y pesan
demasiado para no tener ningún altercado con las dichosas azafatas a
la hora de facturar en una de estas estupendas compañías low
cost que te cobran por llevar cien gramos de más. No, si ya lo
decía yo. No era mala idea eso del e-book. Para el año que viene,
seguro que ya no tendré ese problema. Lo pediré para mi cumpleaños.
Y tal y como está el panorama literario, no estará de más irse
familiarizando con este soporte, que no con el arte de leer.
Pero no, no me voy a
llevar ningún libro. No me acordaba ya que había pensado otros
planes para mí en materia de lecturas. Les cuento.
Allá por el año 2006,
creo recordar, mi cabecita empezó a sufrir un extraño fenómeno.
Por algo que me contaron, una idea empezó a rondar por los pliegues
de mi cerebro y durante mucho tiempo, sin yo quererlo, una historia
empezó a fraguarse y una obsesión me fue persiguiendo día tras
día, mes tras mes. Y así, incapaz de sacarme esos fantasmas de mi
cabeza y de mi vida -personajes con nombres y apellidos, escenarios
con sus calles y sus plazas, tramas con nudos y subtramas-, como si
de una terapia se tratara, decidí ponerla por escrito. En un año,
la tenía escrita e, ilusa de mí, hice un montón de fotocopias y
las envié a las editoriales, pensando que eso sería cuestión de
coser y cantar. Me contestaron algunas pero la mayoría respondió
elocuentemente con el silencio.
Deduje que la novela era
una auténtica mierda, pero no me rendí. Todo lo contrario. Como lo
único que quería era perfeccionarla, me apunté a la Escuela de
Escritores del Ateneu de Barcelona y, durante tres años, entre
lecciones magistrales, consejos que no tienen precio, risas, muchos
ejercicios escritos con sus jodidas correcciones -la única manera de
aprender a escribir es escribiendo y corrigiendo-, y unas cuantas
cenas y comidas sin igual, aprendí que el arte de escribir se basa,
fundamentalmente, en reflexión (pensar, pensar y pensar la historia
que quieras contar), trabajo, mucho trabajo (para aprender las
técnicas, para perfeccionarse, para escribir y reescribir tantas
veces como sean necesarias), ilusión, mucha ilusión (para no
desfallecer nunca), algo de inspiración (porque para eso se llama
arte, ¿no?) y muchísima humildad (porque, después de haber escrito
una novela de 300 páginas, no te puedes creer alguien genial; y,
porque después de más de 50 cartas y/o mails de rechazo, tampoco
te puedes creer que no vales nada).
Y después de más de
cinco años desde aquel flash en que me he encontrado de todo
(coeditoriales que quieren sacarte hasta el último euro; informes de
lectura hechos por, no se lo pierdan, ¡un cuidador de perros!;
negativas justificándose en la crisis, maldita crisis; ánimos mil
para seguie intentándolo), después de varias relecturas más,
después de una infinidad de consejos y después de caer y volver a
levantarme, he decidido intentarlo de nuevo. Por eso, no me llevo
ningún libro de vacaciones. No. Rectifico. Me llevo MI libro, MI
novela (y, por qué no decirlo, MIS ilusiones y MIS esperanzas) de viaje, para volver a leerlo, para volver a
corregirlo y traerlo de vuelta con un aire nuevo. Y con esta nueva
versión, colgarlo en el Amazon y venderlo por 2 euros (uno, para mí
y el otro, para alguna ONG o Fundación, para ver si, entre todos, podemos arreglar un poquito este mundo que con la que está cayendo...).
En fin, estos son mis
planes de lectura para este veranito. Pero no se preocupen. Aquí les
dejo algunos de mis libros preferidos (unos leídos más de dos y
tres veces) que me han acompañado en mis viajes y han hecho que mis
vacaciones (además de PGF y su cámara, de los paisajes, los vinos
nuevos, los descubrimientos y los mares) tengan un sabor especial (y
no me refiero a la gastronomía típica del lugar, que también):
- María DUEÑAS, El tiempo entre costuras (una deliciosa historia en un rincón muy conocido para mí. A la espera de ver la versión televisiva)
- André GIDE, El inmoralista (un clásico transgresor que releo cada año)
- Ryszard KAPUSCINSKI, Viajes con Heródoto (una auténtica guía de viajes con pensamientos y lecciones magistrales dignos de ser recordados)
- Julio MEDEM, Aspasia. Amante de Atenas (todavía no lo he leído pero promete: la vida en la Grecia Clásica, la polis, la democracia, los primeros filósofos, todo visto a través de una mujer excepcional, Aspasia, la amante de Pericles)
- Eduardo MENDOZA, El enredo de la bolsa y la vida (fresco, tremendamente divertido, ideal para llevárselo de vacaciones)
- Olga MERINO, Perros que ladran en el sótanos (una historia de sufrimiento y desarraigo contada con maestría)
- Teresa MOURE, Hierba mora (un momento de la vida de Descartes. Una delicia)
- Azar NAFISI, Cosas que he callado (todo una vida en Teherán). También es la autora de Leer “Lolita” en Teherán (sencillamente, genial)
- Mario VARGAS LLOSA, Travesuras de la niña mala (exquisita, sensual)
- Stefan ZWEIG, Veinticuatro horas en la hora de una mujer (tan pocas páginas para decir tanto)
- Más de mis “moritas” y “moritos”: algo de Atiq Rahimi, Nedjma, Muhammad Xukri, Kader Abdolah, Salwa al Neimi, Fatima Mernisi, Tahar Ben Jelloun, etc., etc., etc.
- Y, por supuestos, los cuentos de mi admirada y añorada Mercedes Abad, de Empar Moliner, Javier Tomeo, Fernando Iwasaki...
Yo seguiré con lo mío. Quizás, en
setiembre, cuando vuelva, pueda anunciarles una buena nueva...
LES DESEO UN FELIZ VERANO Y UNAS
ESTUPENDAS VACACIONES 3D PARA :
Desconectar
Descansar
Descansar
Disfrutar
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