domingo, 29 de septiembre de 2013

NO TOCAR



No tocar. ¡No toques! Prohibido tocar. ¡Deja de tocar eso! ¡Te he dicho que no toques!
¿Cuántas veces hemos escuchado eso? Yo, un montón de veces; sobre todo, cuando era pequeña: en las tiendas, en casa de alguna visita, en los museos. ¡Nunca podía tocar nada! Entraba en cualquier sitio y lo primero que escuchaba en boca de mis padres, de mis profesores, de mis mayores era esa fatídica exhortación. Pero yo, quizás impelida por la prohibición (uno de los misterios del ser humano: basta que nos prohíban algo para que tengamos más ganas de hacer ese algo… ¿Por qué será?), hacía caso omiso a la norma; mis manos se dirigían irremisiblemente a ese objeto delicado, a esa pieza de ropa nueva, a esas superficies limpias y brillantes. A escondidas, de manera disimulada y sabiendo lo que me estaba jugando, no podía ni quería huir de esa tentación que suponía acariciar aquello que, de ninguna manera y bajo ningún concepto, podía tocar y que, de todas todas, como que me llamaba Mamen, acabaría experimentando con la yema de mis dedos.
Ahora que ya soy mayor, a pesar de lo mucho que me molestaban esas palabras, soy yo la que se sorprende pronunciando esos imperativos a mis sobrinos pequeños y a mis alumnos cada vez que salimos a la calle. Vigila, no toques. No te acerques tanto que no se puede tocar. ¡Ojo! No toques eso. ¿Cuántas veces tengo que decir que no toquéis nada?
No tocar.
Y así nos va la vida. Hemos hecho tan nuestro ese lema que ya no tocamos nada. Ya no nos tocamos nada. Entre lo que es pecado, lo que está sucio y contamina, lo que está mal visto, lo que no conviene y lo que no gusta o no nos gusta, estamos viviendo (o eso me parece a mí) una etapa de completo aislamiento físico, una etapa de completa asepsia sensual (entendiendo sensual todo aquello que se transmite a través de los sentidos; en este caso, del tacto). Y es que nos hemos olvidado de algo esencial: además de seres racionales, también hemos sido creados para sentir y ser sentidos. Toda la superficie de nuestro cuerpo es emisora de sensaciones y, de la misma manera, cada centímetro de nuestra piel es receptora de percepciones. Los labios, las mejillas, los hombros, las orejas, los dedos, las manos, las orejas, la cintura, el vientre, el trasero… Todo, absolutamente todo lo que constituye nuestra anatomía constituye fuente de sensaciones táctiles a la vez que deviene un mar inmenso que recoge lo que nos ofrecen los demás. Sí, me refiero a eso que están pensando: besos, abrazos, apretones de mano, palmaditas en la espalda, achuchones, arrumacos, caricias…
Y me da la sensación de que esas muestras táctiles se van perdiendo cada vez más. No sé si me equivoco pero me da la impresión de que la comunicación, ese acto en que dos o más personas se hablan para intercambiar algún tipo de información, se va haciendo cada vez más táctil, entendiendo táctil por “a través de la tecla”. Dicen que estamos hipercomunicados, que siempre nos estamos comunicando; sí, puede que sí, pero, por desgracia, ese acto cada vez es más frío e impersonal porque se realiza a través de una pantalla, ya sea pequeña como la de un teléfono móvil, mediana como la de las tabletas o una mayor como de los ordenadores portátiles. Y sí, en vez de dejarlo todo y quedar y saludarnos con un beso, nos hinchamos a poner esas caritas redondas con unos labios dibujados en forma de beso y un corazoncito rosa; en vez de felicitar por el trabajo bien hecho con una palmadita en la espalda, mandamos un mensaje con muchos signos de exclamación y tropecientas manos en posición de aplauso; en vez de felicitar un cumpleaños en carne y hueso, mandamos diminutas tartas de cumpleaños y coloridos regalitos en la pequeña pantalla; en vez de quedar con nuestro amante, le mandamos unos corazones y esos ridículos muñequitos que se lanzan un beso con otro corazón en medio de los dos; en vez de quedar con un amigo para llorar y desahogarnos y que nos consuelen con un buen achuchón, escribimos que estamos “chof” y agregamos otra carita redonda que llora desconsoladamente. Y así, hasta la saciedad. Porque caritas y símbolos y emoticonos que sustituyen nuestras sensaciones hay “pa-aburrir”, como dice mi amiga de Albacete.
Sí, ya sé, cada vez es más difícil encontrar un momento para vernos; cada vez es más complicado sincronizar las agendas; cada vez da más pereza hacer el esfuerzo para ver alguien que no vemos hace tiempo. Pero, ¡por favor, señores! Con lo bueno que es tener un “cuerpo a cuerpo” o, lo que es lo mismo, quedar con los amigos para echar unas cervecitas y unas risas después del trabajo y, entre copa y copa, abrazos, achuchones y empujones de broma; estar con tu madre y acurrucarte contra ella mientras te cuenta una batallita; ir a casa de tu amiga para contarle la última faena del novio de turno y llorar mientras te abraza y te dice que todo te irá bien; compartir una ducha con tu chico y olerlo  y acariciarlo y sentirlo; reunirte con la familia e invitarlos a comer porque te han ascendido en el trabajo o que tu jefa te dé un abrazo porque aquello que te había encomendado lo has hecho bien… ¡Con lo bueno y placentero que es todo eso! Eso y todo lo que conlleva: texturas, olores, sabores, escalofríos...
Yo, particularmente, hago de este sentido del tacto mi particular bandera: me encanta tocar y que me toquen (bueno, ya sé que, con estas palabras, estoy provocando a las mentes malpensantes y a los perversos salidos de turno, pero me voy a arriesgar). Sí, no lo niego, me encanta abrazar y que me abracen, especialmente mis sobrinillos y mis amigos; me encanta recibir los besos de mi madre y de mis hermanas; los achuchones de mis cuñados; me encantan las palmaditas de mis colegas. Me encanta fundirme en un abrazo sin fin de mis amigos después de algunas semanas (o meses) sin vernos. Me deshago dando masajitos a mis “niños” después de un bañito de espuma. Me emociono cuando recibo el abrazo de mi madre tras una larga ausencia. Pero, no lo voy a ocultar, lo que más me emociona es pasear cogida de la mano de mi chico, cuando me agarra por la cintura y me besa en plena calle o cuando me saca a bailar lento en el salón de casa o cuando nos acurrucamos en el sofá mientras vemos la tele o cuando se echa y apoya la cabeza en mis piernas y le acaricio la cabeza o cuando hacemos manitas en la mesa de algún bar o cuando me abraza mientras cocinamos o cuando… (Upss, ya no sigo, que las mentes malpensantes y los perversos salidillos de turno ya se están frotando las manos...)