domingo, 10 de junio de 2012

¿PUTERAS?

Hace una semana que se acabaron las fiestas de la Prospe (¿Ya era hora?, ¿por fin?, como pensaban algunos). No sé si por fin. Lo que sí sé es que, para mí, han sido unas fiestas especiales, muy especiales. Ya empezaron con dos muy buenas noticias. La primera, la petición para ingresar en una de las peñas más simpáticas, más activas (y proactivas, que ahora está muy de moda esta palabra), más concienciadas y con más solera de la historia de las peñas: PeñaPureta. La segunda, la preparación –y la consiguiente inauguración- de la exposición fotográfica de 9BarrisImatge que este año cumple ¿10 años? de frenética actividad poniendo imagen a todo lo que ocurre en el barrio, sacando a la luz tanta actividad, poniendo rostro a tanta reivindicación, dando vida a tanta iniciativa que empieza, como quien no quiere la cosa, en una simple charla de vecinos, en el bar del casal, en una sala de reunión o en la cocina de una casa. A lo que iba, una exposición de más de 1000 fotografías –algunas de ellas, ya históricas- que, por lo que he oído y he visto, ha gustado mucho y, por lo que he vivido en casa, ha supuesto no pocas horas de trabajo por parte de Pedro, Joan y Manel (y colaboradores también, por supuesto), con el beneplácito –allí donde quiera que esté- de Josep Anton, alma mater de este peculiar colectivo fotográfico.
Con respecto al ingreso en la peña, la cosa empezó (aparte de la petición y apunte del correo electrónico por parte de la incansable Pitu una deliciosa mañana de domingo en que se celebraba que la Cultura se iba de fiesta), la cosa empezó con la llegada del primer correo electrónico de una tal Lourdes con un asunto un tanto impactante: PUTERAS, recordándonos lo que debíamos llevar para la primera cena de la peña. Punto número 1: Lourdes, ¿quién era esa tal Lourdes? Yo conozco a Pitu, a Elia, a Reyes, a Pepi, a Mercè, a Joana, a Montse, a Ana, a Trini, a Lili, a muchas de las féminas del grupo, pero ¿Lourdes? Enseguida pensé que era la presidenta de la peña, a la cual nunca había visto, y que me la presentarían en la cena. Esta gente de la peña tiene unas cosas… Mira que no hablarme de Lourdes… Pero lo peor no fue eso, lo peor fue el punto número 2, el asunto del mail: PUTERAS. Joder, cómo las gasta esta tal Lourdes. ¿Yo, putera? Señora Lourdes, con todos mis respetos, ¿no ha recibido el informe que han hecho de mí? Yo soy una mujer decente, de recta moral y nobles valores. ¡Coño, que soy de cole de monjas! ¿Yo, putera? ¡¡Eso sí que no!! Tendré que hablar seriamente con esta mujer. ¡Me quiero borrar inmediatamente de esta peña!
Superados el primer error de tecleo disléxico (que no, que no somos PUTERAS, que somos PURETAS) y el segundo obstáculo (¿¡por qué nadie me dijo que Pitu era Lourdes?!), durante esos diez días, fui perdiendo mi virginidad –sí, Joan, ya sé que esto te pone y, si encima tenemos en cuenta que soy de cole de monjas, ni te cuento, ¿no?- en los diferentes actos en los que participé como miembro Pureta (¿o Putera?).
En todos, tal y como fui observando, había varias cosas en común: la primera, sin lugar a dudas, el entusiasmo (¡cuántas ganas había de fiesta!, ¡cuánta vitalidad!, ¡cuánta ilusión para que las fiestas fueran un éxito!); en segundo lugar, el espíritu crítico y la solidaridad (cualquier ocasión es buena para reclamar justicia y ayudar a los más castigados. Eso sí, acompañado de una buena comida o de un buen “cremat”); en tercer lugar, y relacionado con lo que he dicho una línea más arriba, el saque (¡joder, cómo bebe y cómo come esta peña, nunca mejor dicho! No hay nada que se les resista, no pierden ni una); en cuarto lugar, el color morado: todos los miembros de la peña –bueno, casi todos, para qué negarlo- iban vestidos con la camiseta morada del año pasado, porque, éste, no ha habido presupuesto para encargar unas nuevas. Una marea morada invadió los rincones del barrió durante los días de fiesta. Hasta yo me compré una para decir al mundo que sí, que soy una Pureta (¿o una putera? En fin, dejémoslo…).
Diez días en que he vivido una auténtica simbiosis con el barrio de la Prospe participando en los más singulares actos: la presentación del periódico de fiestas, con concierto incluido; dos cenas memorables en el recinto de la parroquia del barrio -una de ellas, con cura y vino de mesa incluidos. ¡Joder, qué morbo! ¡Cómo las gasta esta peña atea!-; dos pregones –uno de ellos, seguido de un bailoteo memorable. Me recordaba los bailes de verano, en el pueblo-; un coro de niños encantadores con la inquietante y esporádica presencia de un oportunista trajeado-, una jornada de juegos infantiles; un concierto de baile (Pedro y yo nos vamos a apuntar a clases de swing y foxtrot, sólo digo eso) seguido de un guateque sesentero; otro baile pero, esta vez, protagonizado por entrañables abuelos y abuelas; una cantada de habaneras; innumerables paseos por la feria y alguna que otra firma reivindicativa.
Han sido diez días en que me he sentido parte integrante de esta peña, en los que he disfrutado como la que más: he bailado, he reído, he reflexionado, he conversado, he visto, he escuchado, he compartido, he cocinado y me he saltado la dieta (¡ah! ¿No lo había dicho? Llevo 57 días, 10 horas, 25 minutos y 12 segundos –ahora 13- de régimen estricto, he perdido casi 7 kilos y he rebajado dos tallas. Pero, no se preocupen, les daré más detalles –los más morbosos- en una próxima entrada).
En fin, diez días en que la plaza de Ángel Pestaña se ha convertido en mi segundo hogar y que, como ya dije una vez (¿recuerdan la columna de El clásico?), me he sentido novia de todos ellos y de todas ellas (sí, lo reconozco, estoy abierta a otras experiencias erótico-festivas, ejem, ejem… Es broma, ¿eh?) y parte de este corazoncito que late con más fuerza que nunca en este pequeño –y muchas veces olvidado- rincón de Barcelona.
¡Hasta el año que viene!