Pues no. No soy una
blogger. Tengo un blog, sí, pero de ahí a que me consideren una
blogger... hay todo un trecho. Y lo digo porque, últimamente,
algunas personas de mi entorno han hecho no poca coña con eso de que
soy una blogger, de que por fin tengo Facebook y que a ver cuando me
hago de Twitter, que si el Papa ya se ha hecho "twitero", que por qué
yo no. ¡¡¿¿Y qué más??!! Y una página web, me dijo alguien,
¿por qué no te haces tu propia página web para publicitarte?
No soy una blogger
porque, informándome y consultando un montón de blogs, puedo llegar
a la conclusión de que la mayoría de los blogs (por no decir todos)
son puros y meros escaparates de moda (ropa, calzado, accesorios
-bolsos, cinturones, sombreros, joyas, bisutería más o menos cara-,
cosméticos, peinados, etc.) y/o de famoseo. Bueno, también he rastreado muchos blogs de cocina y de viajes. Pero, qué quieren que los
diga, yo, para bien o para mal, no estoy para esas cosas; vamos, como
se dice vulgarmente, pero que muy vulgarmente, “no tengo el coño
pa ruidos”.
No, para qué me voy a
engañar. No soy una celebrity ni una it girl que aparece en el
photocall de todos los acontecimientos sociales o en el front row de
todos los pases de modelo. Tampoco soy una actriz ni una cantante que
se apunta a todos los estrenos de cine (cada vez, menos, la verdad,
es una pena...) o participa en los show cooking que tan de moda están
actualmente. Tampoco soy una novia-de ni una hija-de (uy, qué mal ha
sonado eso, ¿verdad?) que colabora “desinteresadamente” en todos
los rastrillos y en todos los saraos solidarios propios de estos días
(y la pregunta es: ¿por qué no los hacen más a menudo durante todo
el año?) o que va a todos los afterwork o a todas las fiestas de
renombre, con catering de alto copete y dj de moda. Tampoco soy una
top model, de esas de rompe y rasga, con unas medidas perfectas, que
sale en el calendario Pirelli o en unas fotos robadas en el backstage
de la última semana de la moda. Ni tampoco soy nadie con título
nobiliario con un refugio en la nieve (da igual donde esté esa
nieve, en Baqueira, Sierra Nevada, los Alpes o o en Gstaad, un dúplex
en la playa (lo mismo, da igual donde esté ese rincón de arena y
mar, en Capri, Begur, Formentera o en Los Hamptons), o un loft,
minimalista y con líneas depuradas, en Manhattan o en pleno barrio
de Salamanca en Madrid. No. No, señoras y señores, no soy nada de
eso para creerme que visto de coña, que tengo glamour, o que mi
street style o mi life style es tan estupendo que hasta doy lecciones
de eso, sea cual fuere mi estilo, ni me
creo tan importante como para crear un blog o una página web y
colgar ahí las fotos que me hago cada mañana antes de salir de casa
para mostrar qué me pongo cada día y, de paso, enseñar al mundo
qué vida tan maravillosa llevo, ni pienso que mi manera de hacer es
tan excepcional como para escribir un twit cada dos minutos o para
hacer un making of de mis días y mis noches.
No. Yo sólo soy una tía
normal y corriente, con una vida de currante normal y corriente (a pesar del sueño acumulado y algunos problemillas inherentes al mundo laboral, a pesar de los recortes salariales, aquí
sí que me siento excepcional porque con todo el paro que hay...),
con un pisito normal y corriente (tengo una humedad en el salón que no me deja vivir pero reconozco que aquí me vuelvo a sentir
privilegiada porque con todos los desahucios que hay...), con una
salud normal y corriente (con mis contracturas y mis dolores de
ovarios cada vez que ovulo, con mi dolor de cuello y de muñecas,
pero oyendo las noticias de salud -cáncer, sida, infartos,
enfermedades llamadas raras, etc., etc., etc.-, otra vez pienso que
soy una afortunada), con un coche normal y corriente (pero es el que
siempre había soñado, deportivo y de color rojo), con una familia y
unos amigos normales y corrientes (tendrán sus defectos, como todos nosotros, pero he de decir que, para mí, son los
mejores y son únicos) y con una pareja normal y corriente (ya hablaré de él largo y tendido otro día pero, sí, me tocó la lotería cuando lo conocí).
Sí. Yo sólo soy una tía (lo
de tía va en serio porque ya tengo cuatro sobrinos), una tía normal
y corriente que, cada vez que se pone falda y medias, está siempre
vigilando para que no se le haga una carrera; que, cada vez que se
maquilla, se le acaba corriendo el rímel porque siempre acaba
llorando de risa y alguna vez de pena o de impotencia o de rabia; que,
cada vez que invita a cenar a su gente, se pone histérica para que
todo salga bien; que, cada vez que se acerca la Navidad, hace unas
postales especiales para sus sobrinos; que, cada vez que se mira al
espejo, hace el firme propósito de ponerse a dieta (aunque luego se
zampe unas cervecitas o unas copas de cava o unas tapitas o pan con
allioli...) o de apuntarse al gimansio (esta vez va en serio, el 1 de
enero de 2013 empiezo. Lo juro por... No, mejor no jurar, que voy a ir
al infierno de cabeza). Una tía normal y corriente. Eso mismo. Ni
más ni menos. Y toco madera.
Y por eso no soy una blogger.
En mi blog no hay consejos de cómo maquillarse o cómo combinar la pana con el print o como hacer un buen coctail o como decorar una mesa; no hay fotos
donde salgo yo posando mientras me arreglo para ir a trabajar o
mientras me pongo el antiojeras o mientras cocino una ensaladita o
mientras cuelgo los adornos de Navidad en la puerta de mi casa. Como mucho, alguna foto de alguno de mis viajes. No,
en mi blog, sólo hay letras, muchas letras: lo que sueño, lo que me
preocupa, lo que me hace reír, lo que me hace llorar, lo que anhelo, lo que rechazo, lo que
me hace seguir creciendo, algún cuento, infantil o no... Por eso me reafirmo en lo del principio:
No, yo no soy una blogger; yo sólo soy una tía normal y corriente a
la que le gusta escribir y a la que le gustaría vivir de la escritura. ¿Les parece poco?
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