Hace dos días, paseando por una calle
comercial de Barcelona, vi en el escaparate de una tienda una camisa
preciosa que parecía ligera y muy, muy cómoda. Viendo que el precio
se adecuaba a mi presupuesto, entré en el establecimiento y me la
probé. Al verme en el espejo de ese minúsculo probador, me gustó y
me gusté. “Si se desabrocha este botón, le da un tono más
desenfadado, no tan serio”, me dijo la dependienta. Y así fui a
trabajar al día siguiente, con la camisa nueva y el botón,
desabrochado. No se veía nada, apenas unos centímetros de escote;
simplemente, le daba a mi imagen un aire diferente. La jornada
laboral transcurrió con total normalidad (mis compañeras me dijeron
que me sentaba de maravilla y que estaba estupenda) hasta que un
colega de rango superior, antes de empezar una reunión, se acercó
por detrás y, sin esperarlo, me susurró al oído: “Chica, no veas
cómo me gustas tan indecente”. Me volví sorprendida y enojada
(no, señores, aquello no era un piropo, no vayamos a confundir los
términos) pero sólo supe responderle que teníamos que aclarar
ciertas cosas (sí, lo sé, debería haberlo mandado a la mierda pero
no tuve coraje...). El hombrecillo volvió a su silla y, entre risas
rijosas y con las mejillas coloradas, sin dejar de mirarme, parecía
comentar la jugada con su compañero de mesa. Intenté olvidar el
asunto y concentrarme en el contenido de la charla pero mi cabeza no
dejaba de dar vueltas en torno a esa maldita palabra tan arcaica pero
tan estigmatizadora: ¡Indecente! ¡Indecente! ¡Indecente!
¿Indecente, yo?
¿Sensual? Sí. ¿Voluptuosa? También.
¿Seductora? Sólo en ocasiones especiales. ¿Frívola? Sólo cuando
hace falta. ¿Indecente? …
No, señoras y señores, indecente, no.
Indecentes
son aquellos
que consideran la mujer como mero
objeto
que piensan que las mujeres, en el
trabajo, siguen siendo meros objetos
que prefieren unas buenas tetas a un
buen cerebro (¿quién dijo que una mujer no puede tener ambas
cosas?)
que, cuando ven a una mujer con buenas
tetas y buen cerebro, la tachan de Dios sabe qué
que hacen del palo del churrero (por lo
de caliente) su bandera
que confunden el piropo con el insulto
que ponen etiquetas y no aceptan ser
etiquetados
que disfrutan ninguneando,
menospreciando y/o humillando al otro (y si es la otra, ni les
cuento)
que hacen ver que son y nos lo quieren
hacer creer (aquí, ya se me está yendo la cabeza por otros
derroteros...)
que no admiten el error
que justifican su incompetencia y/o su
vagancia desprestigiando a los demás (y si se trata de las demás,
ya se pueden imaginar de dónde vendrá tal desprestigio)
que se creen en posesión de la verdad
que dicen mucho y hacen poco
que dicen una cosa, piensan otra y
hacen lo que más les conviene
que afirman ser sinceros pero no son
valientes
que, después de la misa dominical, se
saltan todos los mandamientos, especialmente el 10, pero también el
8, el 7, el 6, el 9...
que hacen de la crítica fácil su
razón de vivir
que “chanchullean” con la vida, el
trabajo y con los sueños de los demás
que pretenden inocular el respeto a
través de la política del terror
que se muestran intolerantes e
intransigentes ante la diversidad de opiniones
que se creen imprescindibles pero no
necesarios
que confunden delegar con escaquearse
que necesitan un “cabeza de turco”
para continuar con sus vidas
que se erigen en salvaguardas de los
valores mientras arden en la hoguera de las vanidades...
¿Indecente, yo?
Quizás, pero al menos mi indecencia se
"arregla" abrochando un botón...
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