Llamadme Penélope, sí,
como la mujer de Ulises, aquella que en La
Odisea, de Homero, para sobrellevar
mejor la ausencia de su marido y para ahuyentar la presencia de posibles
pretendientes, se dedicaba a tejer y a destejer infinitos lienzos… Llamadme
Penélope, sí. Os explicaré por qué.
Hace poco leí en una
publicación que el participio pasado del verbo 'tejer' en latín (texere) es textu,
'tejido'. ¡Qué maravillosa sorpresa! Y que, de ahí, de ese participio pasado, con
el paso del tiempo (¡qué gran aliado!), mediante asociaciones metafóricas, ese
vocablo sirvió para designar lo que estaba escrito, el texto, y que “no era
otra cosa que el tejido de las letras y de las palabras”. No podía ser más
perfecta esta ligazón ni más elocuente ni más representativa. Tejidos para
hablar de escritos, de textos. Tejer como sinónimo de escribir. Sencillamente,
precioso. Y, mientras escribo estas palabras en mi blog, mi particular telar, como cada semana, me emociono
imaginándome como una deliciosa, abnegada y detallista tejedora y me acuerdo de
aquellas mujeres del sur de Marruecos que tejían, y siguen tejiendo, sus
alfombras y “escribían” allí, en silencio, en esos rudos lienzos, coloridas formas para
transmitir sus vidas: sus historias, sus ilusiones, sus penas… O de aquellas
mujeres de ancestrales pueblos hispánicos que siguen bordando los mantos a las
vírgenes o los mantones de celebración con delicados hilos de oro y plata para
declarar su fe y para dejar fijados el folclore y las fiestas… O de aquellas
otras mujeres que, incansablemente, dejándose la vista y la espalda, como auténticas
orfebres, se esfuerzan por mantener viva la tradición en forma de ajuares “escritos”
con puntadas de seda y pasamanería. Y de tantas otras que, con aguja, hilo y
dedal, tejen y tejen en cualquier rincón del mundo para dejar constancia de su
paso por este mundo. Con esmero, delicadeza, constancia, atención.
Porque, ¿qué es, sino,
un texto? Pues eso, una muestra más de nuestro paso por este mundo. Una
evidencia, un rastro, una prueba de que alguien estuvo aquí. Un tejido perfectamente
tramado con la urdimbre en el telar.
Obviando por un momento
el significado maquiavélico y perverso que han adquirido estos términos (urdir,
tramar): maquinar; disponer, preparar con astucia y cautela un engaño o una
traición contra alguien o para la consecución de algún designio, me quedo con
la primigenia acepción, la más bella y “romántica”: disponer los hilos en el
telar para formar un lienzo. Porque de eso se trata cuando escribimos: de
disponer, de preparar las palabras (los hilos) en el papel (el telar) para
formar un texto (un lienzo, una tela, un tejido en el sentido más etimológico
de la palabra). Insisto, no puede ser
más perfecta ni más elocuente ni más visual esta ancestral ligazón. Maravillosa.
Pero no es tarea fácil; hay
que conocer muy bien esos hilos para saber cuáles van mejor para confeccionar
cualquier tipo de tela. No todos van bien y hay que seleccionar con cuidado y
esmero. Seda, lana, lino, poliéster... no son iguales y no dan los mismos
resultados. Tampoco dan los mismos resultados todas las puntadas: no es lo mismo el punto de cruz, el punto de colmena, el bordado... De la misma manera ocurre con el cañamazo sobre el que se teje. Hay
que planificar bien qué se quiere hacer y para quién o para qué. Y es quizás en
esa acción, pensar bien y seleccionar primorosamente los hilos, los colores, el
telar, el tipo de puntada, el diseño, el cañamazo, donde se encuentra el
secreto y la belleza de un tejido.
Pues lo mismo ocurre con la escritura. Antes de coger un papel y un bolígrafo (o antes de abrir el Word en el ordenador), hay que pensar bien qué se quiere escribir, cómo se quiere escribir, a quién se quiere escribir, con qué objetivo, etc. Hay que seleccionar bien las palabras, los conectores, los signos de puntuación, para que, al final, el texto quede bien tramado y quede perfecto.
Pues lo mismo ocurre con la escritura. Antes de coger un papel y un bolígrafo (o antes de abrir el Word en el ordenador), hay que pensar bien qué se quiere escribir, cómo se quiere escribir, a quién se quiere escribir, con qué objetivo, etc. Hay que seleccionar bien las palabras, los conectores, los signos de puntuación, para que, al final, el texto quede bien tramado y quede perfecto.
Y no es fácil. Parece
que escribir, escribir bien, no es complicado, que todo el mundo puede hacerlo
y hacerlo bien. Pero hay que ser primoroso y exigente con la ortografía (¡menudo
hueso acabo de tocar!), con la sintaxis (¡otro hueso!) y con la redacción, con
la coherencia y con la cohesión (¡el hueso más duro!). Pero lo más importante no es eso; lo realmente importante es la voluntad, ese deseo de hacerlo bien, de no conformarse con cualquier cosa aunque con esa cualquier cosa ya nos entiendan. No, no es fácil si se
quiere hacer bien.
Y aquí me tienen,
tejiendo, como Penélope, la de Ulises. Aquí me tienen buscando hilos de oro y plata, hilos de seda y de lana fina, lana selecta, hilos de colores para tejer. Aquí me tienen, puntada tras puntada, haciendo filigranas con los hilos, buscando la orfebrería pura. Pero yo no soy Penélope, yo no tejo para paliar la espera o la ausencia, yo no tejo para rechazar a nadie. Yo tejo para vivir, para decir que
estoy viva y para dar a mi vida placer y alegría. Yo tejo para dar sentido a mi vida, yo escribo para
seguir viviendo.
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