Érase una vez una mujer. Estaba a punto de cumplir los 45 pero se sentía más joven que cuando tenía 30. Ya no tenía el tipo de los 20 años pero había aprendido a gustar y a gustarse. Conservaba sus curvas y sus redondeces pero algunas ya habían sufrido los efectos de la gravedad. Piel cuidada, tersa, luminosa. Todas las cremas y todos los potingues eran pocos para ella. Falda estrecha y tacones, blusas con escote y sujetadores de encaje. Como a ella le gustaba vestir. Tenía algunas arrugas pero jamás pensó en eliminarlas. Tenía canas pero esas sí se las tapaba con frecuentes baños de color. Se cuidaba. Trabajaba. Amaba a su marido. Salía con sus amigos. Iba de compras con su madre y de cena con sus hermanas. Estaba activa, se sentía activa, muy viva, a salvo.
Un día.
Una mañana.
Una ducha.
Una crema.
Un masaje.
Un bulto.
No, a ella, no. Estaba sana. Ni un resfriado. Los huesos, bien. Ni un cigarrillo. Alimentación sana y equilibrada. Sus clases de pilates y zumba. Sus paseos por la playa. Alguna cervecita, sí. Alguna copa de vino o de cava, también. Y algún gintónic, vale. Por lo demás...
No, a ella, no.
No, a ella, no.
Una llamada.
Una prueba.
Un resultado.
Otra prueba.
Un diagnóstico.
¡Maldita enfermedad! ¡Pero si no hay antecedentes en la familia! ¡Jodida epidemia! ¡Maldita, maldita...! ¡NO! Sin eufemismos. sin ambajes, sin rodeos. ¡Cáncer! ¡CÁNCER! ¡Cáncer de mama! Por el amor de Dios, llamémoslo por su nombre.
Empezaba la lucha.
Empezaba la lucha.
Tratamiento, ya.
Baja laboral.
¿Cómo explicarlo?
A su marido.
A su familia.
A sus amigos.
Y a ella misma.
¿Cómo explicárselo?
¿Por qué a ella? ¿Qué había hecho mal? ¿En qué había fallado? ¿En qué se había equivocado? Salud de hierro, revisiones al día, cuidados, deporte... ¿De qué había servido todo eso?
Lágrimas.
Reproches.
Incertidumbre.
Más lágrimas.
Más lágrimas.
Rabia.
Improperios.
Imprecaciones.
Improperios.
Imprecaciones.
Odio.
¿Qué era eso de tener una actitud positiva ante aquello? ¿Dónde lo había leído? ¡Valiente gilipollez! ¿Por qué no podía cagarse en todo? ¿Acaso no tenía derecho a estar enfadada con el mundo? ¿Cómo podía seguir sonriendo? ¿Cómo podía seguir viviendo?
Primera batalla perdida.
De nada sirvieron las palabras de ánimo, los mensajes de esperanza, los documentales y los libros de autoayuda. De nada sirvieron el apoyo, la empatía, el optimismo de los demás porque el fantasma de aquel puto tumor los convertía en conmiseración, en pena. Y eso sí que no. Prefería el odio, la indiferencia, cualquier sentimiento, por malo que fuera, a la pena. Pena, no.
Primera batalla perdida.
De nada sirvieron las palabras de ánimo, los mensajes de esperanza, los documentales y los libros de autoayuda. De nada sirvieron el apoyo, la empatía, el optimismo de los demás porque el fantasma de aquel puto tumor los convertía en conmiseración, en pena. Y eso sí que no. Prefería el odio, la indiferencia, cualquier sentimiento, por malo que fuera, a la pena. Pena, no.
Aquella habitación de hospital.
Quimio.
Radio.
Vómitos.
Cansancio.
Dolor.
Rabia.
Resignación. Le había tocado a ella. no había nada más que decir. Había más como ella. Pero eso no era ningún consuelo.
Segunda batalla perdida.
Rabia.
Resignación. Le había tocado a ella. no había nada más que decir. Había más como ella. Pero eso no era ningún consuelo.
Segunda batalla perdida.
Pero eso no era lo peor. Ni los vómitos, ni el cansancio, ni el malestar. Nada comparado con mirarse al espejo.
Ese pelo, que se estaba cayendo por mechones.
Ese cutis lívido.
Esa piel reseca y apagada.
Esas uñas rotas.
Ese cuerpo casi muerto, abandonado.
No era ella.
No, no era ella. No tenía ganas de nada, tan solo de encerrarse en casa. No quería hablar con nadie ni que nadie la viera. Se acabaron las salidas con los amigos, las comidas familiares, sus clases de pilates y de zumba, los paseos por la playa. Su marido. Se acabó su marido. Porque ella ya no se sentía bella ni deseada ni seductora. Se acabó todo.
Tercera batalla perdida.
Tuvo que esforzarse.
No, no era ella. No tenía ganas de nada, tan solo de encerrarse en casa. No quería hablar con nadie ni que nadie la viera. Se acabaron las salidas con los amigos, las comidas familiares, sus clases de pilates y de zumba, los paseos por la playa. Su marido. Se acabó su marido. Porque ella ya no se sentía bella ni deseada ni seductora. Se acabó todo.
Tercera batalla perdida.
Tuvo que esforzarse.
Más sesiones.
Con los médicos.
Con la psicóloga.
Con su marido.
Con su familia.
Con sus amigos.
Con ella misma. Sobre todo, con ella misma. Para no rendirse, para hundirse, para no abandonar...
¿Primera batalla ganada?
¿Primera batalla ganada?
En pijama.
En chándal.
Calva.
Con peluca.
Con turbante (siempre se había fijado en las elegantes mujeres subsaharianas. ¡Con qué arte, con que suntuosidad, con que prestancia llevaban los coloridos pañuelos en la cabeza! Pero a ella no le quedaban tan bien...)
Algo de maquillaje.
Ropa nueva (¡qué delgada se había quedado!)
Y una sonrisa, de abnegación, pero sonrisa al fin y al cabo.
¿Segunda batalla ganada?
Algo de maquillaje.
Ropa nueva (¡qué delgada se había quedado!)
Y una sonrisa, de abnegación, pero sonrisa al fin y al cabo.
¿Segunda batalla ganada?
Un mes.
Una operación.
Tres meses.
Aliento.
Fortaleza.
Convencimiento.
Optimismo.
Esperanza.
Medio año.
Y volver a empezar.
Volver a ser la misma, la que era, la que había sido siempre.
¿La misma?
Sus cosméticos, especiales. Su pelo, un poco más corto. Las uñas, no tan largas. Sus faldas estrechas, sus tacones y sus blusas, un
poco más cerradas. Sus sujetadores, toda una bandera.
¿La misma?
Imposible.
No podía ser la misma. Imposible ser la misma. Había sufrido cáncer y eso..., eso había dejado una huella indeleble en su cuerpo, en su mente y en su espíritu. Eso la hacía especial, diferente.
Ahora era otra... Ahora pertenecía a otra liga, la del lazo rosa, la de las mujeres fuertes, las supervivientes, las convencidas. Pero no, ella no quería ser ejemplo de nada, no pretendía ser modelo para nadie. Ella, simplemente, se limitó a mirar cara a cara a la enfermedad y a luchar contra ella.
Dedicado a todos los protagonistas de esta historia: médicos, enfermeras, familia y amigos de pacientes, psicólogos, peluqueros y esteticistas, maquilladores, investigadores, colaboradores. Pero, especialemente, a todas las mujeres (y hombres, porque el cáncer de mama también puede afectarles a ellos) que han tenido que pasar por ello, que están pasando por ello y a aquellas que no pudieron contarlo...
Dedicado, también pero en forma de potente estirón de orejas (por no decir otra cosa) a todos aquellos incompetentes (por inútiles, por ambiciosos, por desconsiderados, por prepotentes, por misóginos, por...) que han decidido cargarse de un tijeretazo la sanidad -por aquello de las pruebas de detección precoz, las mamografías-, la investigación -por aquello de intentar encontrar un remedio a esta plaga de la hipermodernidad-, la educación -por aquello de que cuanta más información y más formación menos riesgo-, el estado de bienestar (ya ya hablaría tan solo de "estado de estar") -por aquello de que solo queremos vivir sanas y tranquilas, con todo lo que estos adjectivos implican-; en definitiva, que han decidido cargarse el futuro -por aquello de... Sin comentarios-.
Dedicado, también pero en forma de potente estirón de orejas (por no decir otra cosa) a todos aquellos incompetentes (por inútiles, por ambiciosos, por desconsiderados, por prepotentes, por misóginos, por...) que han decidido cargarse de un tijeretazo la sanidad -por aquello de las pruebas de detección precoz, las mamografías-, la investigación -por aquello de intentar encontrar un remedio a esta plaga de la hipermodernidad-, la educación -por aquello de que cuanta más información y más formación menos riesgo-, el estado de bienestar (ya ya hablaría tan solo de "estado de estar") -por aquello de que solo queremos vivir sanas y tranquilas, con todo lo que estos adjectivos implican-; en definitiva, que han decidido cargarse el futuro -por aquello de... Sin comentarios-.
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