Si, así es, soy lo que
leo y lo que he leído. Soy "hija" de las
cartillas con las que aprendí a leer mis primeras letras,
de los cuentos infantiles que me explicaba mi madre, de los libros de texto de
toda una vida académica, de los manuales y de los
clásicos que tuve que
"diseccionar" durante mis
carreras universitarias y de los diccionarios que utilice y sigo utilizando. Y
no, no soy "hija" de aquellos libros de la presdolescencia, Los Hollister, Los Cinco, Las mellizas de
Torres de Malory, porque, por mucho que mi familia insistiera, no me
gustaban. Con la edad y por mis aficiones, mis lecturas han ido variando y han
ido ampliando sus horizontes: libros de adultos y para adultos, libros en otros
idiomas, prensa, ensayos, poesía, diccionarios más complejos. Y así, soy
lo que leo
porque, gracias a todas esas letras, las que he leído y las que no he leído, se ha ido forjando mi yo,
me he ido forjando yo.
Y, después de toda una jornada, después
de toda una vida, leyendo letras, señales, formas, colores, iconos,
llego a casa. Me ducho, me pongo cómoda y entro en mi
despacho. Me quedo quieta ante las
estanterías repletas de mis libros
protegidos por unas puertas de cristal y me veo reflejada en ellas. Soy yo. Y más allá de mi figura difuminada en la
superficie brillante, veo con más claridad los lomos de todos
los libros que me hacen pensar en el sentido inverso de aquella reflexión "soy lo que leo". Repaso en silencio y
lentamente, muy lentamente, cada una de las estanterías de mi despacho. En la superior, los libros de gran
formato sobre arte, religión e historia porque, desde siempre,
me ha fascinado el origen de estos tres elementos claves de cualquier
civilización, tres elementos claves de la
propia Humanidad. Debajo, varias estanterías con las colecciones de los
clásicos hispánicos y en otras lenguas porque, desde que empece a leer el
primero, supe que mi vida iba a ir por esos derroteros. Soy
licenciada en Filología
Hispánica. Al lado, los libros, los
manuales pertenecientes a la literatura árabe porque, desde que pise
por primera vez tierra moruna, soy
una gran apasionada del mundo árabe, de esa cultura tan rica y
ancestral: mis moritos, y mis moritas, como los llamo yo, mis moritos y mis moritas que siempre reservo para el verano. Más abajo, todos los libros escritos por mujeres porque,
sencillamente, soy mujer. En otras estanterías, varias, la literatura actual, anárquica, desordenada, variada, autóctona, traducida, que obedece a impulsos y a pulsiones cuyo
origen desconozco exactamente (quizás, ese sea uno de los
misterios del ser humano: ¿por qué me gusta lo que me gusta?). En cierto sentido, soy
así,
impulsiva y ecléctica. En otra, los diccionarios,
muchos, que responden al gran respeto que tengo a la lengua (en general) ya que
en ella se encuentra la semilla del tema que nos ocupa (¿y nos preocupa?): la lectura, y porque, ya lo saben
ustedes, soy profesora de Lengua. Más abajo, los manuales de
escritura, de como escribir bien (que no significa sólo hacerlo sin faltas de ortografía), de como estructurar una novela, de como diseñar unos buenos personajes porque, si bien hoy sólo soy una mujer que escribe, si quiero
llegar a ser una buena escritora.
En otra, los libros de viajes y no sólo me refiero a las guías turísticas, que también. Y es que soy una gran curiosa: me encanta viajar y conocer
nuevas culturas, nuevos paisajes, nuevas gentes... En otra, ensayos y manuales
sobre diversos temas (actuales pero de toda la vida): economía, política, sexo, etc. Ante todo, soy
persona. Tocando
el suelo, a la altura de los más pequeños, los cuentos infantiles, que les he leído no pocas veces. Porque soy tía. Y en la última, carpetas de artículos y de revistas que, por una razón y otra, obedeciendo a esta figura poliédrica que soy, en
su momento me interesaron. Porque soy eso, somos eso, un sorprendente y
misterioso poliedro de muchos lados, de muchas facetas. Por eso, en efecto, y
dando la vuelta a aquellas palabras, leo
lo que soy.
Sin embargo, ante este juego
de palabras, soy lo que leo, leo lo que soy, ante esta encrucijada sin salida,
sólo quedan los verbos, LEER y
SER, que se fusionan en una misma realidad. Y eso es lo que realmente importa, ¿no?
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