Sales de casa, la cámara
de fotos en el bolsillo o colgada del cuello. Es inevitable. Ya no
puedes ir sin ella. Ya forma parte de ti, de tu manera de vivir, de
tu manera de ser. Vas por la ciudad sin un destino concreto, sin
rumbo fijo. Un paseo. Caminas. Calles, esquinas, gente, vehículos.
Ja conoces todo lo que te rodea pero todo te parece nuevo. Te paras
delante de un semáforo en rojo. Fachadas, coches, peatones, farolas.
Verde. Sigues tus pasos sin saber a dónde te llevarán. Plazas,
callejuelas, más gente. Una calle cortada. Otro semáforo. Vuelves a
pararte y vuelves la cabeza. Un movimiento reflejo. Y allí está.
No sabes qué es exactamente pero ya la tienes. Coges la cámara
lentamente como si aquello que, en un segundo y sin razón aparente,
te ha cautivado estuviera a punto de huir, de emprender el vuelo. Una
luz, una sombra, un rostro, una piedra... No sabes qué es. Lo único
que comprendes -y no con la razón- es que aquello tan cotidiano, tan
insignificante, tan... acaba de contarte una historia, te ha dicho
algo que ha traspasado el cerebro y la piel. Te colocas la cámara
delante del ojo como si formara parte de tu propia mirada, de tu
rostro, incluso de tu cuerpo. Miras a través del objetivo: para ti,
la luz perfecta, la posición perfecta, la imagen perfecta. Es la
perfección subjetiva. Aprietas el botón. Ya la tienes. Estás
convencido. Es la foto. Tu foto. Una buena foto.
Coges el coche. Llevas las
cámaras fotográficas, el trípode, los filtros, los objetivos.
Queda poco para que el sol se ponga. Sabes dónde tienes que ir.
Desde los búnkers o desde Torre Baró, el paisaje es increíble.
Tienes la foto asegurada. Y lo sabes. Aparcas. No hay nadie. Hace
frío. De pie, miras hacia el horizonte. Realmente, es un bello
espectáculo. Abres el trípode y lo aseguras en la tierra con unas
piedras. Fijas la cámara. Sabes perfectamente qué quieres. Un
filtro determinado. Un objetivo concreto. La ley de los tres tercios,
la profundidad de campo, el diafragma, la velocidad. ¿Qué más?
Todas las leyes, todos los consejos, todos los conocimientos
adquiridos con la experiencia, con las lecturas especializadas, con
los cursos y un montón de fotos vistas se ponen al servicio de este
momento. La luz, el cielo, los colores, las luces de la ciudad, el
sol, los contrastes, el ruido de la imagen. Encuadras. Te alejas.
Cambias de objetivo. Mueves la cámara. Te acercas. Lo tienes todo
controlado. Está todo perfecto. Es la perfección objetiva. Apuntas.
Ya está. Ya la tienes. Sí. Estás convencido. Es la foto, tu foto.
Una foto buena.
Este es el secreto de la
fotografía: ¿Una buena foto o una foto buena?
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