sábado, 10 de diciembre de 2011

LA MOCHILA


Hace unos años, salí con un chico que llevaba mochila incorporada (léase, tenía una hija). Reconozco que esto de tener una pareja con apéndice tiene sus pros y sus contras. Supongo que como todo en la vida ¿no? Entre los contras podemos encontrar el hecho de ver a tu amante, aquél que te mete mano en la cola del cine o te susurra las mil y una guarrerías que te haría si no estuviéramos cenando con unos amigos o te mira con ojos lascivos mientras poner a hervir los mejillones, ejerciendo de solícito, tierno y paternal –valga la redundancia- padre en momentos, quizás y sólo quizás, en los que tú lo necesitas más o lo requieres como macho ibérico. Reconozco que frases como ¿Esta tarde? Uff, imposible. Tengo que llevar a la niña al dentista o Este sábado toca festival de Laurita, ¿por qué no nos acompañas? o Este fin de semana su madre no se puede quedar con la niña, ¿te importa si...? pueden acabar con la libido de cualquier mujer y hacer desaparecer cualquier indicio de la perra cachonda que todas llevamos dentro. Sin contar con la mala leche que te entra al ver cómo tus planes y tus expectativas de velada romántica y solitaria –a dúo, me refiero, naturalmente- se escapan por el sumidero. Entre los contras, también podemos observar el hecho de no poder intervenir directa y contundentemente ante reacciones de niña caprichosa, malcriada y maleducada –algo muy común, parece ser, porque no podemos olvidar, y esto sale en todos los manuales, que la niña ve a la pareja de su padre como una rival que la ha relegado a un segundo plano- por lo que una debe reaccionar siempre con elegancia, paciencia, una sonrisa y un tranquilo, cariño, ya se le pasará cuando, en realidad, lo que está pensando es joder, lo que necesita esta niña es un buen sopapo o un buen internado y porque, ante cualquier reacción tuya, la niña siempre te puede soltar un tú calla que no eres mi madre...
Pero, como decía, la cuestión que nos ocupa también tiene sus pros. Y esto yo lo empecé a ver cuando la hija de mi amante empezó a entrar en la pre-adolescencia. Resultó muy interesante y divertido presenciar la evolución de Laura desde la barrera sin esa implicación y, por consiguiente, sin ese sufrimiento propio de los progenitores naturales. Todavía me acuerdo cuando el padre intentó explicarle qué era la menstruación y qué “riesgos” entrañaba. Hazlo tú, cariño, acabó diciéndome el padre entre cortado y desconcertado, tú ya tienes mucha mano con adolescentes y, además, eres mujer. ¡Acabáramos! ¿Por qué esa absurda y estúpida manía de creer que sólo las mujeres pueden y deben explicar a las hijas “el tema”? ¿Acaso los hombres no saben cómo funciona “el tema” o es que les da reparo? Y ya me ven a mí, explicandoles a los dos –no sé quién estaba más interesado, la verdad, si la hija o el padre-, mediante dibujos y flechas, lo del óvulo y su recorrido desde los ovarios, las trompas y demás recovecos femeninos hasta llegar a los cambios de humor y demás alteraciones premenstruales y a los cinco días de compresas y tampones con sus correspondientes mitos y leyendas urbanas. Aproveché la ocasión, con la complicidad y el permiso del padre y ante la sorpresa de la niña, para explicarle a Laurita, de manera objetiva, seria y científica, algunos aspectos de las relaciones sexuales. Todavía me acuerdo, en mis años de estudiante, cuando la monja de religión anunció, en segundo de BUP, que nos iba a explicar todo lo referente al sexo entre un hombre y una mujer y que lo haría ¡con diapositivas! Menudo revuelo se armó con aquel anuncio. Todas nos frotábamos las manos ante tan sugerente clase. Aquello que mirábamos, descubríamos y aprendíamos, en secreto, en revistas de dudosa reputación –porque con los padres, lógicamente, no podíamos contar-, lo íbamos a confirmar en clase de religión; y, encima, con fotos o dibujos, daba igual. Primera diapositiva, una flor. Segunda diapositiva, una abeja. Tercera diapositiva, la abeja posada en la flor. ¡Y eso fue todo, señores! Menudo chasco, vaya mierda de explicación –no me extraña que saliéramos tan taradas...-, otra vez teníamos que volver a las revistas y novelitas clandestinas subidas de tono.
El primer día de discoteca de Laurita también lo viví con relativa tranquilidad. Mientras yo miraba el espectáculo que allí, a las puertas del garito, se había organizado, el padre de la criatura alargaba, inquieto, el cuello para poder ver a su hija entre tanto quinceañero o escudriñaba el reloj como si unos minutos más o menos de la hora pactada fueran a librarle de tanto nerviosismo. Reconozco que me divertía ver la puerta de la discoteca abarrotada de jovencitas excitadísimas y jovencitos no tanto, pero todos ellos sonrientes, sudorosos y con la emoción y la ilusión en los ojos y en los labios. Del resto del cuerpo, mejor no hablamos, ¿vale? Al otro lado de la calle y en los alrededores de la discoteca, coches y más coches de padres y madres preocupadas y expectantes oteando el horizonte y respirando tranquilos al ver a su hijo salir de ese "antro de lujuria y perdición". Más que la puerta de una discoteca de 18:00 a 21:00 horas, aquello parecía la puerta de un colegio cuando llegan los alumnos de una excursión. Laura, ¿dónde estás? Deja de morrearte y sal ya. Son las nueve y cuarto. Éstas fueron las "simpáticas" palabras que mi amante y pareja dirigió a su telçefono móvil. Y, efectivamente, no pasaron ni cinco minutos cuando vimos salir a Laura, cogida del brazo de una amiga, tambaleándose sobre unos finos y delicados tacones (sus primeros tacones) y lamentándose de un dolor de pies inaguantable. No puedo más, estoy hecha polvo, fueron sus palabras nada más dejarse caer en el asiento trasero del coche. Ni un hola papá, ni un beso, nada. Te has fijado en ese tío de la barra, molaba cacho pero estaba con la guarra de la Jessi. Esa sí que buscaba rollo. La próxima vez le entro. Su padre, mudo y atónito, me apretó la mano mientras conducía. Yo me limitaba a sonreír y a ser su apoyo moral en tan difícil trance. Su niña se había hecho mayor...
Unos meses más tarde, comiendo los tres juntos un apacible mediodía de sábado, hablando, hablando, Laura dejó ir que, efectivamente, justo cuando recibió la llamada de su padre dándole prisa para salir de la discoteca, se estaba “morreando” con un tío. A su padre y a mí se nos escapó la risa supongo que de complicidad por lo violenta que debió resultar la situación para ella. Y entre jujú jajá, le pregunté si se había enrollado con él, y ella, también entre jujú, jajá, soltó pues claro y siguió riendo. Nos quedamos mudos, ¿Laura, enrollándose con un chico en una discoteca? ¿Con sólo 15 años? Pero enseguida reaccionamos y nos pusimos a reír, esta vez de nerviosismo al comprobar científicamente que sí, Laura se había hecho mayor.
La segunda fase de este proceso natural para la protagonista y para mí pero turbador para su padre, aunque nunca lo quiso reconocer, fue la comunicación de la existencia de un novio. Por cierto, os comunico que ya tengo novio, fue lo que dijo cuando la dejábamos en casa de una amiga. Lo siguiente que se oyó fue el ruido del portazo que dio al salir del coche. ¿O fue el corazón de su padre al dar un vuelco? Silencio absoluto. Durante el recorrido hacia el cine donde pasaríamos la tarde antes de recoger a Laura, sólo hubo silencio. Sólo él sabe lo que debió pasar por su mente después de recibir esa noticia, por cierto, os comunico que ya tengo novio. Yo me lo puedo imaginar. ¿Novio?, ¿desde cuando?, ¿y qué se supone que significa ese ya? –esta última pregunta es muy complicada para una mente masculina, reconozco que es cosecha propia, lo siento-, ¿y ahora, qué? ¿Estás bien? Silencio. Minutos de angustioso y desconcertante silencio. Es ley de vida, acerté a decir sin ser plenamente consciente de lo que supone para un padre saber que su hija, su única hija, “ya” tiene novio. Ya lo sé, me contestó forzando una sonrisa y espachurrándome la mano. Malo, cuando me aprieta la mano es porque algo le preocupa más de la cuenta o porque está mal y no me lo dice. Y, al cabo de un buen rato, ¿me ayudarás? Me lo podía imaginar, niña adolescente, sus primeras experiencias y él, que se sentía perdido, desbordado. Por supuesto, cariño, yo estaré a tu lado. Joder, menudo papelón. Una cosa es ser profesora e intentar orientar a los padres de mis alumnos en su tarea de educar a “sus” hijos. Una cosa es ser testigo, siempre desde la barrera –con lo bien que se estaba allí- de casi todas las acciones que emprendía mi amante en aras de una buena educación y formación para su hija. Pero, ay señoras, otra cosa muy diferente es que te pida con voz temblorosa que te impliques para ayudar a padre e hija a llevar con la mayor dignidad y naturalidad posibles esa fase. En esos momentos, le vi tan vulnerable, tan solo –el síndrome de rey destronado ya estaba mostrando sus primeros síntomas- que no pude negarme.
Y me puse manos a la obra. Mucha comunicación, aconsejo yo a los padres de mis alumnos, sobre todo que no falte la comunicación. Y ya sabes, Laura, cariño, nos puedes contar lo que quieras, absolutamente todo. No tengas miedo. Cualquier duda, cualquier problema, algo que no entiendas, acude a nosotros, ¿vale, corazón? Sólo me faltó mover la cabeza a lo Igartiburu y susurrar "corazón de verano”. Comunicación, comprensión, respeto, mentes abiertas, Y, sobre todo, tú decides lo que quieres hacer y lo que no quieres hacer con ese chico. Tú decides, nada de extrañarse o poner el grito en el cielo ante lo que digan los adolescentes porque, si no, no volverán a confiar en vosotros. Qué bien hablo, ¿verdad? No, si yo la teoría me la sé muy bien...
La gran prueba llegó cuando, mientras sacaba la mesa después de comer y su padre y yo todavía estábamos con el café, nos dijo, oye, en confianza, una cosa, ¿es normal que cuando te meten la lengua en la boca para besarte la muevan con mucha velocidad? A su padre se le atragantó el café y a mí se me escapó una carcajada, más sonora y escandalosa de lo habitual, que ya es decir. Pero, ¿cómo de rápido?, le pregunté adoptando la seriedad necesaria para tratar un asunto de tanta enjundia, la velocidad de la lengua al besar –ni yo me había planteado el tema en mi primer beso, me excuso contarlo porque creo que el receptor recibió tal mordisco que le fue imposible meterme la lengua; es más, se limitó a darme “piquitos” y ya está-. Es que parece una centrifugadora... Su padre seguía mudo y paralizado y a mí ya se me caían las lágrimas de la risa (no sé si por la preguntita de marras o por la cara del padre). La cuestión no es que vaya rápido o lento sino que lo importante es saber si te gusta cómo te besa o no. ¿A ti te gusta cómo te besa tu novio? La callada por respuesta. Y, sin contarme ni un pelo y recurriendo a mi experiencia y a mi profesión, le expliqué que si no le comentaba nada al chico, el no podría saber nunca que sus besos no eran bien recibidos y que, por lo tanto, seguiría besando como una centrifugadora. (Señoras, esto que le acababa de decir a Laura y que ella entendió a la perfección con 15 años yo tardé en averiguar otros 15 años más. Pensaba que los hombres tenían que adivinar o intuir –por un gesto, un tono de voz, una mirada- todo lo que pasaba por mi mente y todo lo que me ocurría. ¡Qué ilusa!) La niña miraba a su padre buscando su aprobación y él movía afirmativamente la cabeza mientras me sonreía y me preguntaba ¿Te acuerdas? (Que si me acuerdo, dice, ¿cómo no me voy a acordar? Pero eso es tema para otra columna... ) Seguimos riendo con la ocurrencia de la niña, ya no tan niña. Estaba bien esto de la comunicación, se notaba que Laura tenía confianza en nosotros. Era preferible que nos contara sus dudas, que no buscara información en fuentes de dudosa procedencia y nula veracidad y fiabilidad. Nuestras palabras habían caído en terreno abonado. Comunicación. Confianza. Estábamos orgullosos de lo que habíamos conseguido. Pero, súbitamente, vi cómo una nube negra se posaba sobre la cabeza de mi amante: todo esto esta muy bien, pero, una preguntita de nada, cuando la niña eche su primer polvo, ¿también nos lo “comunicará”...?

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