sábado, 28 de diciembre de 2013

¡FELIZ BALANCE Y FELIZ 2014!


Ahora que ya está llegando el final de este año, ahora que casi todo el mundo está preparando la última noche de este 2013 (qué me voy a poner, qué voy a cocinar, con quién voy a celebrarlo, adónde voy a ir...), ahora toca hacer balance de estos últimos 365 días. No. No a todos les gusta pensar en lo que han hecho o han dejado de hacer en este año; no todo el mundo tiene el valor y los arreos necesarios para hacer frente a lo que le ha sucedido en estos últimos doce meses; y especialmente no cualquiera tiene la entereza, la fortaleza y la templanza suficientes para ponerse frente al espejo del alma y someterse a juicio por todo lo que ha hecho, ha dicho, ha pensado, lo que ha provocado en este 2013 que está a punto de expirar.
365 días dan para mucho (o para muy poco, según se mire); en 365 días se han podido hacer muchas cosas (o muy pocas, depende de lo que uno se haya planteado a final del 2012); en 365 días hemos podido cambiar el rumbo de la historia, de nuestra propia historia o, sencillamente, hemos seguido sentados en nuestras cómodas y confortables butacas, como meros y expectantes espectadores de nuestra inalienable existencia, sin tomar cartas en el asunto, en nuestro asunto (¿qué asunto no hay más propio que nuestra propia vida?). 365 días... Cuánto y qué poco.
Y aquí me tienen, mis adorados y adorables lectores, haciendo balance de este breve pero intenso tramo de mi vida. Aquí me tienen, buscando entre mis recuerdos, en mis hojas de diario, en mis correos electrónicos y en mis whatsapps (que ya constituyen parte de mis dietarios, porque cartas y postales de correo ordinario, excepto las de mis sobrinas, nada de nada. Cuánto añoro un buzón lleno de sobres e imágenes de allende los mares..., como cuando era jovencita). Aquí me tienen haciendo recuento de las lágrimas que he vertido, de las risas que he reído, de los abrazos que he dado, de los adioses que he despedido, de las gracias que he dado, de los te quiero que he pronunciado.
2013, cuánto ha dado de sí...
Empecemos por lo malo:
Varios ingresos en el hospital (mi sobrino de apenas dos meses, nada más empezar el año. Ahora ya está bien: empieza a caminar, dice papá, se mueve como una lagartija y se ríe como un “condenao”. La del hijo de mi amiga Olga, Dídac, que cada vez lo lleva mejor, o eso es lo que nos quiere hacer ver...)
Varias intervenciones médicas (la catarata de mi padre y también de mi buen amigo Andrés)
Una baja por larga enfermedad (maldita SSQM)
Un cáncer (desde aquí, ánimos a quien tú ya sabes)
Un ictus (qué duro, Laura, ver a una madre así. Pero hay que ser fuerte... Sabes que puedes contar conmigo)
Cuatro muertes (la de mi buen amigo Eloi, la del señor Antonio, la de mi tío Diego y la de la madre de mi amigo Mario. Aquí sobran las palabras)
Y una artrosis incipiente en los huesos de la mano...
Pero también hay que contar lo bueno:
Los viajes (Castilla-León, Ezkurra, Tánger, Essauira, Cabo de Gata, Roma, Huesca, Costa Brava... Ah, y dos travesías en velero con Toni y Quim)
Los encuentros con los amigos (mis amigos los escritores, mis amigos los “veleristas”, mis amigos de la peña Pureta y del casal, mis amigos compañeros del trabajo, mis amigos de siempre Elena, Manel...)
Las comidas, cenas, desayunos familiares (para mí, siempre lo he dicho, uno de los mayores placeres es encontrarme con mi familia y comer, beber, hablar, reír, llorar, comentar, volver a reír, pedir la tanda, discutir, volver a comer, jugar, hacer trabajos manuales, planificar, seguir hablando...)
Los paseos por la playa (otro de mis placeres no ocultos)
Los descubrimientos (este año he probado la ternera de Nebraska, el Bloody Mary, el zumba, los ritmos latinos, el masaje balinés...)
Mi trabajo (que, aunque me proporcionan dosis elevadas de estrés, agotamiento mental y cabreos monumentales, sigue siendo una fuente inagotable de aprendizaje y de inspiración)
Mi novela (que, poco a poco y en silencio, va sumando lectores http://www.amazon.es/ENCRUCIJADAS-Mamen-Gargallo-Guil-ebook/dp/B009991H5A)
Mis proyectos (una segunda novela, más viajes -el de la Habana me hace especial ilusión-, más encuentros con mis amigos, seguir con el zumba...)
Y sí, sé que hay motivos para lamentarse y para seguir quejándonos (paro, preferentes, injusticias, recortes...) pero, como alguien me dijo, el destino y la suerte están en nuestro pensamiento y en nuestras acciones.
Dejando a un lado la salud (que son palabras mayores), ¿que no nos gusta el balance que hemos hecho de este último año?, ¿demasiados fracasos?, ¿demasiados sueños sin cumplir?, ¿demasiadas quejas? ¿No nos gusta la vida que llevamos? Lo que dependa de los gobiernos y de los políticos, dejémoselo a ellos. Lo que dependa de nosotros, adelante. Cambiar depende de nosotros. Vamos, actuemos, movámonos, no nos quedemos quietos. No esperemos al 1 de enero.
¡Buen Balance y Feliz 2014!


sábado, 21 de diciembre de 2013

NAVIDAD, again

AMOR
mucho amor
SALUD
mucha salud
IDEAS
muchas ideas
GANAS
muchas ganas
ÁNIMO
mucho ánimo
LETRAS
muchas letras
TIEMPO
mucho tiempo
PASIÓN
mucha pasión
CARIÑO
mucho cariño
TRABAJO
mucho trabajo
ALEGRÍA
mucha alegría
 EMPATÍA
mucha empatía
LECTORES
muchos lectores
VOLUNTAD
mucha voluntad
PROYECTOS
muchos proyectos
OPTIMISMO
mucho optimismo
ESPERANZA
mucha esperanza
CURIOSIDAD
mucha curiosidad
GENEROSIDAD
mucha generosidad
ESPÍRITU CRÍTICO
mucho espíritu crítico
y
HUMOR
mucho humor...


¡¡¡FELIZ NAVIDAD
Y
PRÓSPERO AÑO NUEVO!!!

viernes, 6 de diciembre de 2013

¿QUIÉN LLAMÓ PALABRA A LA PALABRA? 300 AÑOS DE LA RAE

¿Quién fue? ¿Quién? ¿Quién tuvo esa genial idea de poner nombre a las cosas? ¿Quién creó las palabras? ¿Y cómo? ¿Cuándo? ¿Qué pasó para que alguien viera algo, no sé, por ejemplo, un , y decidiera que aquello que veía se llamaría a partir de aquel momento así, “árbol”. ¿Por qué no lo llamó “nube”?, ¿o “sol”?, ¿o “luna”? 
  Y, cuando viera una o un    , ¿cómo los habría llamado? 
Qué delicioso y utópico enigma. ¿Qué ocurrió realmente en la cabeza de aquel mago para que se produjera esa singular y fértil simbiosis gracias a la cual quedaban unidos para siempre el hombre y el resto de todo lo que existía a su alrededor, esa eterna ligazón entre la humanidad y el mundo, la realidad?
Más. ¿Qué debió maquinar aquel ser clarividente y privilegiado u otro, no sé, para que esa realidad, árbol, luna, sol, nube, se plasmaran en una piedra, en un pergamino o en una hoja de papel con formas extrañas, redondeadas, rectas, alargadas o chatas (las letras) y que esas formas caprichosas se pronunciaran de una manera particular hasta que pudiéramos decir “árbol”?
¿Quién fue, eh, el que empezó a poner orden en el universo adjudicando un nombre, una palabra, a cada uno de los elementos que existían en él?
Tremendo misterio.
Pero la cosa no se quedó aquí. Alguien puede pensar que es fácil poner palabra a lo que vemos o captamos a través de los sentidos, pero, ¿qué pasa con aquello que no se ve pero se siente, a aquello que se experimenta debajo de la piel? ¿Quién tuvo la ocurrencia de llamar amor al amor, nostalgia a la nostalgia, rabia a la rabia o incertidumbre a la incertidumbre? ¿Quién? ¿Qué rocambolesco método utilizó para nombrar a los sentimientos o a los pensamientos? ¿Quién fue el osado que propugnó que todo aquello que pasaba por la mente, por el alma, podía sacarlo a través de aquello que llamamos palabra? ¿Quién llamó palabra a la palabra?
Y en esa diatriba me encuentro cuando alguien me dice que hemos celebrado ya 3oo años de la Real Academia de la Lengua Española. Qué espléndida coincidencia para seguir hablando de las palabras y, por extensión, de la lengua. Porque si alguien las inventó (y creo que esta intriga nos acompañará hasta el final de los días), alguien también tiene que velar por tan tamaño descubrimiento. Y esa es la razón de ser de la RAE: cuidar las palabras, mantenerlas vivas, sacarles el brillo que se merecen, protegerlas de devastadoras modas y modos, procurar que sigan ahí, con toda su magia y con todo su esplendor.
Pero no nos engañemos, la RAE somos todos; somos nosotros mismos, los que hablamos, los que escribimos, los que nos comunicamos, los que debemos velar por ellas, los que debemos valorarlas (¿cómo? Admitiendo que son ellas y sólo ellas (y por extensión, las frases, los textos) las que nos permiten trazar ese camino bidireccional entre lo que pasa dentro de uno y lo que ocurre fuera de uno; es esa vía en doble sentido, ese cordón umbilical que nos une al mundo de una manera especial, concreta, misteriosa, y lo que une el mundo a nosotros. Es perfecto. Pero, además, somos nosotros los que debemos respetarlas (¿cómo? Para empezar, escribiéndolas y pronunciándolas correctamente. Las palabras son así, con sus acentos, sus haches y sus uves, sus diéresis y sus y griegas. No tienen ningún secreto. Cuando dejamos de escribirlas de esa manera en que fueron creadas, dejan de ser esas palabras, ya no designan esa realidad a la que queremos referirnos. Es así de sencillo); somos nosotros los que debemos cuidarlas (¿cómo? Utilizándolas de manera adecuada según convengan, sin pervertirlas, sin manipularlas, sin manosearlas, sin menoscabarlas). En definitiva, somos nosotros, los que hablamos y escribimos, es decir, todo, absolutamente todos nosotros, los que debemos preservarlas (¿cómo? Teniéndolas en cuenta, a todas; buscándoles el momento idóneo para utilizarlas en nuestra vida), como si de auténticas joyas se tratara.
Precisamente, cuando estoy hablando de utlizar todo nuestro léxico, que es mucho y variado, me acuerdo de unas palabras que pronunció un día Saramago: “Vivimos con menos de 300 palabras”. Qué tristeza. Qué desazón reducir el vasto universo a sólo 300 palabras. Qué pobreza. Pero, desgraciadamente, tiene razón. Y con menos palabras viven algunos, diría yo. Y no nos damos cuenta de lo que ello significa: 300 palabras son muy pocas para expresar todo lo que tenemos dentro: nuestros anhelos, nuestras pesadillas, nuestros miedos, nuestras esperanzas. 300 palabras no es nada para ver todo lo que nuestros ojos ven, lo que nuestras manos pueden tocar, lo que nuestros oídos pueden escuchar. 300 palabras. ¿Qué son 300 palabras? Nada, absolutamente nada ante la cantidad de términos y vocablos que se han ido forjando a lo largo de la historia como fiel testimonio de eso, de nuestra Historia: palabras precisas, exactas, bellas. Sí, ya sé que alguien dirá que para qué se necesitan más si ya nos entendemos, si ya nos comunicamos. ¿Para qué más palabras? Simplemente, para decir exactamente aquello que queremos decir, ni más ni menos; para expresar con precisión aquellos que queremos, aquello que pensamos, aquello que sentimos, aquello que deseamos. Simplemente, para no volver a las cavernas y acabar siendo animales que se comunican con sonidos guturales o gestos instintivos. Simplemente, debemos utilizar las palabras para no dejar de ser humanos.
¡Ah! Y para que aquel loco genio que nombró por primera vez el mundo crea (aunque algunos de nuestros alumnos estén convencidos de que les está amargando la vida…) que su magia valió la pena...

sábado, 30 de noviembre de 2013

¡¡HASTA LAS NARICES!!


¡¡¡Hasta las narices!!!
¡Hasta las narices! ¡Sí! ¡Estoy hasta las narices, hasta el gorro, hasta el mismísimo..., hasta los mismísimos...
Hoy he ido al súper a comprar y me he encontrado con los voluntarios del Banco de Alimentos y sí, he colaborado, por supuesto. El año pasado fui voluntaria y este año, al no poder comprometerme, he aportado mi grano de arena comprando latas de conservas de pescado. Porque hay gente cerca de nosotros (no, no hay que irse a África subsahariana para comprobar que hay hambre; no, no hay que irse a las fabelas brasileñas para saber que hay niños que no tienen con qué vestirse) que apenas tienen algo que llevarse a la boca. Cerca, muy cerca de nosotros, hay niños que sólo comen una vez al día y eso, gracias al colegio o a entidades sin ánimo de lucro como el Banco de Alimentos.
Y mientras, leo en el diario o escucho en el informativa que una princesita de cuyo nombre no quiero acordarme y su flamante marido se gastaban la pasta que supuestamente ganaban a cambio de servicios serios y solventes en clases de coaching y de ritmos latinos. ¡¡¡Manda huevos!!! ¡Y ahí siguen, tan felices!
También he leído que los de un sindicato autonómico, ese ente que supuestamente se ideó para ayudar a los trabajadores, para apoyarlos, para velar por sus intereses, se gastaba la pasta del organismo en suculentas mariscadas, regalos, fiestones de abril o se quedaban parte de las subvenciones que, en un principio, debían estar destinadas a los trabajadores. ¡¡Qué vergüenza!!
También he leído hoy que un presidente del estado (en el que yo creí, por cierto, y al que yo voté), al hilo de la publicación de una especie de memorias, se desentiende completamente de lo que sucedió cuando él tenía el destino de todos los ciudadanos españoles en sus manos. Pelotas fuera. ¡Cómo se puede ser tan...! ¿Memorias? ¡Y un cuerno! Yo, a todos esos libritos que están saliendo últimamente en los que un, ¿cómo lo llamaría yo?, ¿un presid...?, no; ¿un polít...?, tampoco; ¿un...?, un jeta, sí, así los llamaría yo, un arribista, un mentiroso, un aprovechado, un sinvergüenza, decide escribir una parte de su vida con mentiras, con lapsus temporales, con falsa modestia, creyéndose el salvador del momento, sin un ápice de autocrítica y auto-reflexión seria y honesta, en vez de llamarlos “memorias”, los llamaría “amnesias”. En vez de “Memorias de un presidente”, “Memorias de un mandato”, “Memorias de..”, yo los titularía “La amnesia de un presidente”, “Los lapsus de un mandato”, “Los errores de cuatro años”. Y a todas esas magníficas obras de auto-recreación, autobombo y auto-complacencia, las metería en una colección que se llamaría “Despropósitos onanistas”. Porque, no me lo negarán, la cosa tiene tela. ¡¡¿¿Esta peña no tiene abuela o qué??!!
También estoy leyendo que los violadores y los asesinos ya están saliendo de la cárcel ¡¡¡y cobrando cuatrocientos y poco euros!!! Y ahora, claro, los que están arriba están corriendo para atajar la ola de indignación, de represalias o de felicidad y homenaje que está provocando esa salida masiva de.... No tengo palabras. Pero, ¿en qué coño estaban pensando los que tenían en sus manos el futuro de estos desalmados y, a la vez, la confianza y la esperanza de todos los familiares de las víctimas? ¿Es que nunca se dieron cuenta de lo que esa doctrina suponía? Joder, que no hay que ser muy inteligente... Y ahora, ¿qué? ¿Qué garantías hay de que el que mató y violó hace unos años no lo vuelva a hacer? ¿Qué certezas hay de que no vuelva a matar aquel que ya lo hizo no una vez ni dos ni tres? ¿Y si vuelven a violar y a matar y a coger las armas? ¿De quién será la culpa, eh? ¡Por el amor de Dios! Si parece una broma macabra y perversa... Si parece mentira -literalmente- que estemos en este punto. ¿Cómo se va a proteger a la gente si estos sin-nombre ya están sueltos? ¿Cómo se va a consolar a los familiares -padres, hermanos, abuelos, novios, amigos- de las víctimas? ¿Cómo se les va a convencer de que se está cumpliendo con la ley? ¡¡¿Cómo?!!!
Además, he leído las causas y consecuencias del cierre de una televisión autonómica. ¿Dónde fue a parar la decencia y la profesionalidad? ¿Qué es eso de que el derecho inalienable a estar informados objetiva e imparcialmente esté por debajo de los intereses partidistas y completamente pervertidos de un grupito al que solo le importa quedar bien ante las cámaras y tener los bolsillos llenos? ¿Me pueden decir cómo estamos ejerciendo eso que llaman democracia?¿Me pueden decir cómo narices podemos llevar a la práctica eso que llaman libertad, igualdad...? ¡¡Ah, no!! ¡Que eso ya pasó a la historia! ¡Que ahora estamos volviendo atrás! Que no, que no estamos hablando de evolución y de progreso, que estamos equivocados, que no se trata de ganar en derechos y libertades. No. ¡Qué ilusos somos! Que ahora se trata de involucionar, de volver atrás, de perder, de destruir, de aniquiliar todo lo bueno que tanto trabajo, sudor, lágrimas y sangre ha costado conseguir. ¿Alguien me puede explicar por qué y para qué tanta sinrazón?
Esto no lo he leído. Esto lo sé porque me lo están contando. Gente brillante, inteligente, arriesgada, comprometida, con un título universitario o de Ciclo Superior de Formación Profesional bajo el brazo y con muchas ganas de hacer cosas tiene que marcharse fuera, lejos para poner en práctica todo lo que han aprendido y que tanto dinero ha costado. Señores, que no hay que ser muy inteligente para saber que, si dejamos marchar tan a la ligera a los jóvenes formados, este país se va a la mierda. ¿Qué habrá dentro de nada? Nada (y dentro de ese nada me incluyo yo, que conste). Nada porque no habrá profesionales (se habrán quedado en el país que, con vista, los haya acogido para trabajar y producir), no habrá niños (porque esos que se fueron para conseguir un puesto de trabajo habrán formado sus propias familias y habrán procreado en aquel país que, insisto, con visión de futuro, los acogió siendo jóvenes valientes), no habrá negocios ni empresas (porque todas estarán fuera, con nombres españoles, con personal español, eso sí, pero no estarán en España). Sólo quedaremos los jubilados y los parados. ¡Pues vaya! A esto lo llamo una buena jugada, sí señor. A esto lo llamo visión de futuro; a esto lo llamo confianza; a esto lo llamo... ¡¡incompetencia absoluta!! Para que luego me hablen de la marca España.
Y, mientras, hambre, crisis, paro, desesperanza, tristeza y rabia.
¿Sigo?
Mejor, no, ¿verdad?
Pues eso, lo dicho.
¡¡¡Hasta las narices me tienen!!!

PD. Esta tarde vuelvo al súper para comprar más latas de sardinas.


domingo, 24 de noviembre de 2013

EL LEGADO DE ELOI


El viernes estuve en el homenaje que los miembros de la UEC de Mataró (Unió Excursionista de Catalunya de Mataró) organizaron y rindieron a nuestro gran amigo Eloi Figueras Trouwborst. El acto empezó con la inauguración de una exposición de fotografías en las que se veía a Eloi en su entorno más natural, nunca mejor dicho, Eloi en contacto con la naturaleza: escalando, esquiando, haciendo vivac, alcanzando altas cumbres, en el desierto, fotografiando la naturaleza, admirando los paisajes… Entre pases de fotografías, vídeos y parlamentos, se recordó la figura del amigo. Fue un acto sencillo y muy sentido. Vimos al Eloi más valiente, el más aguerrido, el más osado, el más concienciado con el entorno; un Eloi corpulento, deportista, lanzado; un Eloi que recorría cientos, miles de kilómetros para alcanzar las más altas cotas (los 3000, los 8000), para ver los más bellos paisajes (cumbres rodeadas de nubes, vastas llanuras, blanco, todo blanco), para fotografiar las flores que crecían en tan singulares parajes: China, Bolivia, Pakistán, Argentina, Chile... Vimos a un Eloi que desafiaba las leyes de la naturaleza (paredes verticales, lenguas, oquedades, grietas a miles de kilómetros de altura, temperaturas extremas, entornos inhóspitos) y las de su propia naturaleza. Sí, también vimos a Eloi recorriendo los paisajes más cercanos, pero siempre con sus botas de escalar o de esquiar. Y, cómo no, siempre con su cámara y su trípode. Vimos al Eloi más generoso y más compañero, el que se ofrecía a trazar nuevos caminos, el que acompañaba, el que guiaba, el que conocía, el que aconsejaba. Vimos al Eloi más de la UEC, casi un héroe.

Pero yo no lo reconocí.

Entre las fotos que vi y los parlamentos que escuché, eché de menos el Eloi que conocí, al Eloi “a ras de suelo”, el Eloi amigo, el Eloi buen conversador, el Eloi lector, el Eloi escritor, el Eloi profesor, el Eloi amante de la buena comida, el Eloi mataronés, el Eloi más familiar, el Eloi hombre, el Eloi persona. Ese es el que yo conocí.
Y es que, cuando nos veíamos, no hablábamos de sus expediciones (sólo una vez me habló de su viaje a la Patagonia: a Patagonia o al psiquiatra, me dijo, ¿quieres venir? Lo siento, Eloi; siento no haber vislumbrado en esa propuesta una llamada de auxilio) ni de sus logros en el deporte de la alta montaña ni de los paisajes en las alturas (quizás porque yo de montañas, nada de nada; quizás porque lo que nos unía, extrañamente, no tenía nada que ver con eso). No. Cuando nos veíamos, lo hacíamos en tierra firme. Quedábamos para ir al cine, para hablar de libros y de escritura (la suya, muy naturalista; la mía, más creativa y literaria, pero eso también nos unía), para leer poesía, para comer o cenar (le encantaba el buen yantar, especialmente la paella de Can Margarit o una pizza en cualquier restaurante italiano de Barcelona o de Mataró), para ir de marcha, para ir a Les Santes, para ir a la playa o a la piscina a nadar, para ir al mercado de la Plaza de Cuba, o, sencillamente, para charlar, para compartir sueños y frustraciones, alegrías y penas, para arreglar el mundo -especialmente, el de la docencia. ¡Cuántos quebraderos de cabeza sufrimos por culpa de nuestros alumnos y de nuestros jefes!-, para poner en orden nuestras vidas…

Y, sí, eché de menos a este Eloi el viernes. Pero el viernes lo entendí todo.

Entendí que Eloi era valiente, fuerte, atrevido en las alturas pero frágil, quebradizo, vulnerable, a pie de calle; entendí que Eloi encontraba en sus expediciones la libertad, la alegría, la armonía (que tanto le costaba hallar en la vida diaria) y que, a ras de suelo, se sentía atado o triste o atormentado; entendí por qué fotografiaba la belleza en una grieta, en una cima (sí, que fácil resultaba admirar la bella naturaleza y qué complicado resulta verla en las calles, en las obligaciones, en las consecuencias) y que no supiera encontrarla en el gris de la ciudad; entendí que buscara el silencio y la paz de la altas cumbres (qué sencillo era no oír nada, no pensar en nada en la duna del desierto, en la ladera de la montaña y qué complejo parece encontrar un minuto de callada tranquilidad entre ruidos, gritos, voces) y que no supiera encontrarlos entre las prisas y la vorágine del asfalto; entendí que necesitara enfrentarse a las inclemencias del tiempo y a los dictados de esa naturaleza hostil, salvaje, sublime y que no fuera capaz de resistir ante las injusticias sociales o las incongruencias educativas o que no pudiera sortear los obstáculos que la vida le puso en forma de desengaño o de frustración, algo muy propio de la condición humana…

¡Qué gran lección me has dado, amigo Eloi! ¡Tremendo legado me has dejado! Supiste luchar ante la adversidad natural y tu ausencia -gracias a tus colegas y amigos de la UEC de Mataró, de Sants, de Gràcia y de otras entidades- me ha enseñado que la vida es lucha, es desafío, es triunfo pero también fracaso; tu ausencia me dice que hay que ser valiente siempre y que las dificultades pueden venir en forma de alud o de roca inexpugnable pero también se presentan disfrazadas de desdén, desolación o incertidumbre.

El viernes pasado, Eloi, te recordamos entre imágenes, anécdotas, confesiones, agradecimientos, sonrisas y lágrimas.

El viernes pasado, Eloi, te descubrí y te admiré; te sonreí y te valoré; te pedí perdón, te perdoné y me perdoné… 




viernes, 15 de noviembre de 2013

NAVARRA EN ESENCIA


NAVARRA
SIERRA DE ARALAR
VALLE DEL RONCAL
SELVA DE IRATI
EL SEÑORÍO DE BERTIZ
VALLE DE BAZTÁN
EZKURRA


MADERA




UNA LUZ EN EL CAMINO
UN DESTELLO EN LA OSCURIDAD




TESOROS BAJO NUESTROS PIES



 NATURALEZA SALVAJE


Y UN REFUGIO

Buena gente, 
buena conversación, 
buen descanso, 
buenos paisajes, 
buenos caldos
y, especialmente, 
buen yantar...
¡Vive Dios!



Fotos de PedroClick


jueves, 7 de noviembre de 2013

¡MUEVAN EL MONDONGO!

“¡Muevan el mondongo!” Sí, lo han leído bien. “¡Vamos, señoras, muevan el mondongo!” Sí, a mí también se me quedó la misma cara que se les ha puesto a ustedes. “¡Venga ese mondongo!” ¿Mover el qué?, ¿el mondongo? ¿Qué demonios significa eso de “mover el mondongo”? Ahora mismo se lo explico. No se apuren. Para saber qué quiere decir “mover el mondongo”, lo primero que hay que hacer es contextualizar:
Una tarde  de miércoles como otra cualquiera, a eso de las ocho y media de la tarde. Una sala de gimnasio como otra cualquiera, con un gran espejo, música de zumba a todo trapo, una monitora argentina, con su acento suave y sabrosón, y quince mujeres en chándal sudando la gota gorda. Y, entre ellas, una servidora, ataviada con un pantalón (hortera hasta la rodilla que deja al aire mis ridículas y a veces peludas pantorrillas), camiseta de camionero (con todos los respetos a los de ese gremio) que deja al desnudo mis alas de murciélago (léase esos colgajos de carne que penden de la cara interna de los brazos cuando una llega a una edad y ha estado hecha un yoyó entre dieta y dieta), y calzado deportivo ortopédico (vamos, esas bambas con aspecto de plataforma de caucho con cámaras de aire, muelles y demás resortes para amortiguar los saltos y las zancadas que yo nunca doy y que nunca daré). Y es que nunca he entendido a esas mujeres que se ponen estupendas para hacer deporte, que si un pantaloncito estrecho monísimo, un top a juego, unas bambas último modelo, ligeramente maquilladas y con las joyas puestas. ¡Por el amor de Dios!, que van a sudar, no al cine; que acabarán oliendo a perro muerto. ¿De qué sirve acicalarse tanto si van a ir directas a la ducha? Por eso, yo me pongo hecha un adefesio para esos menesteres. Total, para que los chorros de sudor caigan por todas partes, para que acabe hecha un trapo; bueno, una muñeca de trapo, destrozada, con la cara hinchada y colorada por el ejercicio, por el machaque al que me veo sometida durante 60 interminables, castigadores, odiados minutos. En fin, para gustos, colores, y yo lo respeto todo. A lo que iba, entre quince mujeres, allí estoy yo, una servidora, concentrada, intentando seguir los pasos que, con voz enérgica pero sinuosa (por lo de las eses digo, suavesssssito) y una sonrisa encantadora, va indicando la profesora experta en zumba; intentanto seguir el ritmo y llevarlo a todos los rincones de mi cuerpo, combinar de manera femenina y delicada los movimientos de las piernas y de los brazos sin parecer un robot o un espantapájaros, respirar adecuadamente, sonreír todo el rato, no perder de vista el espejo, creerme la tía más sexy del mundo para bailar de manera seductora y mirar constantemente el reloj para saber cuándo acabará la tortura.
Sí, tortura, porque, a pesar de que sólo dura una hora la clase de zumba, ¡menuda paliza me da la monitora argentina! Durante una hora, la chiquita en cuestión hace, bueno, exige -con la mejor de sus sonrisas pero con un látigo de siete colas (metafórico, claro, no vayan a pensar)- que mueva todos y cada uno de mis músculos, incluso aquellos que creía que no existían: los gemelos, los deltoides, los bíceps, los tríceps, los abductores, el esterno-cleido-mastoideo, el esplenio, los intercostales, los serratos, los pectorales, los dorsales, los trapecios, los pronadores y los supinadores, los flexores y extensores, los glúteos, el sartorio… ¡Madre mía, qué cantidad de músculos tenemos! ¡Y yo sin saberlo! Menos mal que tengo a mi profesora particular que, con cada paso y con cada movimiento que nos pide que hagamos, nos dice qué músculo estamos trabajando. ¡Qué maravilla! ¡Qué recuerdos me trae ese listado de músculos y tejidos! ¡Qué tiempos aquellos en que mi profesora de ciencias me obligaba a aprenderme de memoria esa interminable lista para, luego, tenerla que vomitar en un examen en forma de cuerpo humano rosado y monstruoso! ¡Cómo me costó aprendérmelos en su momento! ¡Y qué fácil me resulta recordarlos y ubicarlos mientras levanto los brazos, echo la pierna hacia atrás, doblo la cintura, respiro fuerte, hago contorsionismo y sigo sudando como una cerda al son de los ritmos zumberos.
La sorpresa llegó cuando, en la última clase, con los brazos en jarras, las piernas ligeramente flexionadas, los glúteos contraídos y a punto de caer exhausta, la profesora, todo sonrisas y eses bonaerenses, ante el espejo y de espaldas a las dieciséis mujeres, empezó a balancear las caderas cual mamachicho de Telecinco (¿se acuerdan?), cada vez con más rapidez e intensidad, y gritó “¡¡¡Muevan el mondongo!!!” ¿El mondongo? ¿Qué músculo es ese?, me planteo yo entre resuello y resuello, buscando por todo mi cuerpo el mondongo. “¡¡¡¡Vamos, señoras, muevan el mondongo!!!!” Y ella, sigue que te sigue moviendo las caderas, la cintura, el culo a un ritmo vertiginoso como si de una lavadora en posición centrifugado se tratara. ¡Qué movimiento! ¡Qué rotundidad! ¡Joé!. Y yo, de la guisa que he descrito minuciosamente con anterioridad a riesgo de resultar patética y/o jocosa, debatiéndome entre intentar seguir -o encontrar- el ritmo y la cadencia necesarias para llevar a cabo tal ejercicio o parar en seco, levantar la mano y preguntar, echa un mar de dudas y, por lo que comprobé más tarde, de pura inocencia, perdón, monitora, ¿qué es, dónde se encuentra, qué forma tiene ese músculo nuevo, ese tal mondongo? Pero al ver cómo se movía la tía, deduje que el mondongo podía ser el culo o el coño (ufff, qué ordinaria, ¿no?). Bueno, rectifico, el mondongo sólo podía ser los glúteos o el suelo pélvico (ahora sí que ha quedado más fino, ¿eh?). Y con esa explicación me quedé. Tenía que mover esa zona y punto y ya me ven haciendo rotar las caderas con fruición para que la profesora viera cómo “movía el mondongo”.
La segunda sorpresa llegó al cabo de unos días, cuando pasé por un restaurante argentino, y en una pizarra que había en la calle pude leer: "Hoy, jornada del mondongo. Mondongo con garbanzos, guiso de mondongo, mondongo hervido..." ¡¡¡¿¿Perdón??!!! ¿Culo (o coño o suelo pélvico) con garbanzos? ¿Guiso de culo? ¿Guiso de coñ...? Una sensación (no sé cómo explicarla) me vino a la boca del estómago y, de ahí, a la bca en forma de arcadas. ¡¡¡Qué asco!!! 

Completamente convulsionada por la vivencia que había experimentado (¿Culo guisado? ¿De quién?) y, por supuesto, no conforme con mis deducciones a las que llegué en el gimnasio, después de una sesión de zumba en la que volví a escuchar eso de ¡¡¡muevan el mondongo!!!, al llegar a casa y tras de una buena ducha reparadora gracias a la cual mi rostro dejó de ser un globo rosa hinchado a punto de reventar, mi nivel de sudoración volvió a la normalidad y dejé de oler a perro muerto para oler a lavanda, busqué “mondongo” en el diccionario:

mondongo.
(De mondejo).
1. m. Intestinos y panza de las reses, y especialmente los del cerdo.
2. m. coloq. Intestinos del hombre.
hacer el ~.
1. loc. verb. Emplearlo en hacer morcillas, chorizos, longanizas, etc.

O sea, que lo que tenía que mover era los intestinos. ¡¡¡Acabáramos!!! O, como me dijo la monitora cuando le pregunté por el mondongo: "Mover el mondongo, mover la 'pansa' (panza) con sabrosura, mover la 'sintura' sexy, mover las carnes, mover la grasa, los michelines. Moverlo todo, mi niña."

Sin comentarios…

miércoles, 30 de octubre de 2013

PUENTE DE TODOS LOS SANTOS (o bienvenido al otoño)

Aquí estoy: de nuevo, haciendo la maleta. Me voy de puente de Todos los Santos o de Difuntos o de Halloween (que ya lo he escuchado, el puente de “jalougüin”, manda narices con la influencia extranjera). Pues eso. Lo dicho. Que me voy, que no me voy a disfrazar, que voy a encontrarme con la tradición de estos días. Vamos, que me han pillado preparando mi fin de semana largo, seleccionando la ropa que me voy a poner seguro y la ropa "por-si"... por si llueve (aunque he consultado mil veces la web del tiempo y sí, va a llover, seguro. Entonces, ¿por qué demonios no pongo esa ropa con la que me voy a poner sí o sí y quito otra? Yo no. Yo necesito llevarme medio armario para estar tranquila en el viaje: por si llueve, por si hace sol, por si hace demasiado frío, por si nieva... Si, total, sólo van a ser cuatro días. Si se me olvida algo, ya lo compraré por ahí. Tampoco me voy a la otra punta del mundo ni a un lugar remoto ni desértico ni dejado de la mano de Dios. Si sólo me voy al norte y está claro que ahí donde voy a ir habrá alguna tienda que otra, ¿no? Vamos, solo por si acaso. Pues, no, no pienso olvidarme nada. Me llevaré la misma maleta que cuando salgo para quince días o más. Porque la ropa va a ser de otoño o de invierno y ocupa el doble que la ropa de verano. Porque me voy a llevar tres pares de botas; es que no me gusta repetir. 

Y, además, ¿y si llueve? ¡Ah, bueno! Es verdad, que hemos quedado que va a llover seguro. Que no se me olvide el chubasquero y las botas de agua. Y, encima, hay que añadir el neceser. Me llevo el mismo neceser para tres días que para quince. Veamos: tónico facial, algodoncillos para la cara, crema antibolsas y antiojeras, crema hidratante, antiarrugas y coloreante (tres propiedades en una sola crema. A eso yo le llamo progreso e innovación; lo demás son tonterías); sérum para la noche. ¿Qué más? Crema corporal hidratante y reafirmante; otra crema para las manos y otra, para los pies; desodorante y perfume. Y menos mal que este mes ya he tenido la regla que si no... Más cosas: un pequeño botiquín: pastillas cremagrasas y aspirinas. Las primeras porque los puentes son para descubrir y disfrutar la gastronomía del lugar. Lo siento pero yo le veo así: ademá de la arquitectura, la naturaleza y la tradión religiosa y/o pagana, yo voy a comer. Ya lo he dicho. Las aspirinas son para las posibles y probables resacas que tenga debido a los caldos y espíritus también propios del liugar. Porque también voy a beber. Y es que llevo cuatro días haciendo dieta estricta con un solo fin: postres exclusivos de esta época del año, licores y bebidas espírituosas, vinos tintos, castañas, panallets, chuletones varios, setas, pan de pueblo, embutidos de la zona. ¿Sigo? Se me está haciendo la boca agua... Es que, para mí, estos días son los mejores de la época invernal: llegan los primeros fríos y, después de este largo verano que hemos vivido, me apetece mucho enfundarme los jerseys gordos de lana y los pantalones de pana, calzarme las botas con suaves calcetines, me encanta encasquetarme el gorro y ponerme los echarpes de cachemira. Necesito un edredón y un pijama de franela. Y atavida con mi kit barbie montaña o barbie capital de provincias (que para mí es lo mismo), me muero por perderme en uno de esos bosques del norte donde los colores adquieren vida y toman forma: la de las hojas, la de los troncos, la de los caminos, la de los tejados. Quiero ver, de nuevo, cómo el verde va dando paso, lentamente, sin prisa pero sin pausa, a los rojos, los amarillos, los teja, los naranjas, los marrones, estos son los colores del otoño (joder, que me estoy pareciendo al corteinglés). 

Pero es que es cierto. El gris de la ciudad, apagado, serio, impersonal, a unos cuantos quilómetros de distnci, se vuelve rojizo brillante, vivo, muy vivo. No hay nada como dejarse envolver por esos paisajes eternos y salvajes en los que cada paso es un decubrimiento, una nueva tonalidad, un nuevo aroma. Yo soy urbanita, lo reconozco, nunca lo he ocultado, me encantan las grandes avenidas, las tiendas, el ruido, las prisas, el tráfico, pero, de vez en cuando, solo de vez en cuando, necesito romper con todo, necesito alejarme de la urbe y adentrarme en esas selvas norteñas y dejarme llevar por el silencio, la luz y el sosiego; 

necesito escuchar el crujir de las hojas secas bajo mis pies o el sonido del viento frío sobre mi cabeza; necesito ver madera y musgo, oler a húmedo y a tierra y a bosque; necesito tocar la naturaleza; necesito recorrer calles ancestrales cubiertas de ancestrales piedras, entrar en alguna pequeña iglesia y oler a cera y a incienso, visitar algún cementerio de pueblo y recordar a mis muertos o sentarme en la plaza y observar. Solo eso. Pero, venga, sí, lo confieso, lo que más me gusta es, después de una caminata por esos andurriales (no más de dos horas no vayan a pensar mal, ¿eh?) es entrar en el casino o en el bar del pueblo, sentarme a una mesa de madera junto a los lugareños que beben su chatito de vino mientras intentan arreglar el mundo, y preguntar al viejo camarero si tienen algo para comer. Y justo, en este momento, empiezo a escuchar las trompetas celestiales: “Pues precisamente nos han llegado unos chuletones de buey para chuparse los dedos”. Empiezo a relamerme los labios. “Si lo desean, lo podemos acompañar de unos níscalos que prepara mi mujer, que son los mejores de la comarca”. Dios, cómo estoy disfrutando con esas sagradas palabras. “Para beber, tenemos un vino con cuerpo de una bodega de aquí cerca”. Ay, que estoy llegando al éxtasis. “Y de postre, por supuesto, las natillas caseras que hace mi hija para rendir homenaje a los muertos. ¡A los muertos! Pues menos mal... Están deliciosas, sobre todo si las acompañan con el vino dulce que preparamos aquí mismo”. Miro al hombre embelesada. Estoy en el cielo. Miro a mi chico (sí, el que ha aguantado mi maleta "por-si", el que ha aceptado mi enorme neceser, el que ha escuchado con resignación mis cantos a los colores de la naturaleza otoñal, el que me ha hecho mil fotos en medio de tanto verde y rojo. Si es que no me lo merezco). Sonrío diciendo que sí a todo. ¿A qué estamos esperando?
Lo dicho. Vuelvo al norte. No hay nada más que contar. Bueno, sí. Que se lo cuento a la vuelta.

viernes, 18 de octubre de 2013

LA ESPERANZA ROSA



Érase una vez una mujer. Estaba a punto de cumplir los 45 pero se sentía más joven que cuando tenía 30. Ya no tenía el tipo de los 20 años pero había aprendido a gustar y a gustarse. Conservaba sus curvas y sus redondeces pero algunas ya habían sufrido los efectos de la gravedad. Piel cuidada, tersa, luminosa. Todas las cremas y todos los potingues eran pocos para ella. Falda estrecha y tacones, blusas con escote y sujetadores de encaje. Como a ella le gustaba vestir. Tenía algunas arrugas pero jamás pensó en eliminarlas. Tenía canas pero esas sí se las tapaba con frecuentes baños de color. Se cuidaba. Trabajaba. Amaba a su marido. Salía con sus amigos. Iba de compras con su madre y de cena con sus hermanas. Estaba activa, se sentía activa, muy viva, a salvo. 

Un día. 
Una mañana.
Una ducha.
Una crema.
Un masaje.
Un bulto.

No, a ella, no. Estaba sana. Ni un resfriado. Los huesos, bien. Ni un cigarrillo. Alimentación sana y equilibrada. Sus clases de pilates y zumba. Sus paseos por la playa. Alguna cervecita, sí. Alguna copa de vino o de cava, también. Y algún gintónic, vale. Por lo demás...
No, a ella, no.

Una llamada.
Una prueba.
Un resultado.
Otra prueba.
Un diagnóstico.

¡Maldita enfermedad! ¡Pero si no hay antecedentes en la familia! ¡Jodida epidemia! ¡Maldita, maldita...! ¡NO! Sin eufemismos. sin ambajes, sin rodeos. ¡Cáncer! ¡CÁNCER! ¡Cáncer de mama! Por el amor de Dios, llamémoslo por su nombre.

Empezaba la lucha.

Tratamiento, ya.
Baja laboral.
¿Cómo explicarlo?
A su marido.
A su familia.
A sus amigos.
Y a ella misma. 
¿Cómo explicárselo?

¿Por qué a ella? ¿Qué había hecho mal? ¿En qué había fallado? ¿En qué se había equivocado? Salud de hierro, revisiones al día, cuidados, deporte... ¿De qué había servido todo eso?

Lágrimas.
Reproches.
Incertidumbre.
Más lágrimas.
Rabia.
Improperios.
Imprecaciones.
Odio.

¿Qué era eso de tener una actitud positiva ante aquello? ¿Dónde lo había leído? ¡Valiente gilipollez! ¿Por qué no podía cagarse en todo? ¿Acaso no tenía derecho a estar enfadada con el mundo? ¿Cómo podía seguir sonriendo? ¿Cómo podía seguir viviendo?

Primera batalla perdida.

De nada sirvieron las palabras de ánimo, los mensajes de esperanza, los documentales y los libros de autoayuda. De nada sirvieron el apoyo, la empatía, el optimismo de los demás porque el fantasma de aquel puto tumor los convertía en conmiseración, en pena. Y eso sí que no. Prefería el odio, la indiferencia, cualquier sentimiento, por malo que fuera, a la pena. Pena, no.

Aquella habitación de hospital.
Quimio.
Radio.
Vómitos.
Cansancio.
Dolor.
Rabia.
Resignación.  Le había tocado a ella. no había nada más que decir. Había más como ella. Pero eso no era ningún consuelo.

Segunda batalla perdida.

Pero eso no era lo peor. Ni los vómitos, ni el cansancio, ni el malestar. Nada comparado con mirarse al espejo. 

Ese pelo, que se estaba cayendo por mechones.
Ese cutis lívido.
Esa piel reseca y apagada.
Esas uñas rotas.
Ese cuerpo casi muerto, abandonado.
No era ella.

No, no era ella. No tenía ganas de nada, tan solo de encerrarse en casa. No quería hablar con nadie ni que nadie la viera. Se acabaron las salidas con los amigos, las comidas familiares, sus clases de pilates y de zumba, los paseos por la playa. Su marido. Se acabó su marido. Porque ella ya no se sentía bella ni deseada ni seductora. Se acabó todo.

Tercera batalla perdida.

Tuvo que esforzarse.

Más sesiones.
Con los médicos.
Con la psicóloga.
Con su marido.
Con su familia.
Con sus amigos.
Con ella misma. Sobre todo, con ella misma. Para no rendirse, para hundirse, para no abandonar...

¿Primera batalla ganada?

En pijama.
En chándal.
Calva.
Con peluca.
Con turbante (siempre se había fijado en las elegantes mujeres subsaharianas. ¡Con qué arte, con que suntuosidad, con que prestancia llevaban los coloridos pañuelos en la cabeza! Pero a ella no le quedaban tan bien...)
Algo de maquillaje.
Ropa nueva (¡qué delgada se había quedado!)

Y una sonrisa, de abnegación, pero sonrisa al fin y al cabo.

¿Segunda batalla ganada?

Un mes.
Una operación.
Tres meses.
Aliento.
Fortaleza.
Convencimiento.
Optimismo.
Esperanza.
Medio año.
Una buena noticia.

¿Tercera batalla ganada?


Y volver a empezar.
Volver a ser la misma, la que era, la que había sido siempre.
¿La misma?
Sus cosméticos, especiales. Su pelo, un poco más corto. Las uñas, no tan largas. Sus faldas estrechas, sus tacones y sus blusas, un poco más cerradas. Sus sujetadores, toda una bandera.
¿La misma?
Imposible.
No podía ser la misma. Imposible ser la misma. Había sufrido cáncer y eso..., eso había dejado una huella indeleble en su cuerpo, en su mente y en su espíritu. Eso la hacía especial, diferente.
Ahora era otra... Ahora pertenecía a otra liga, la del lazo rosa, la de las mujeres fuertes, las supervivientes, las convencidas. Pero no, ella no quería ser ejemplo de nada, no pretendía ser modelo para nadie. Ella, simplemente, se limitó a mirar cara a cara a la enfermedad y a luchar contra ella.


Dedicado a todos los protagonistas de esta historia: médicos, enfermeras, familia y amigos de pacientes, psicólogos, peluqueros y esteticistas, maquilladores, investigadores, colaboradores. Pero, especialemente, a todas las mujeres (y hombres, porque el cáncer de mama también puede afectarles a ellos) que han tenido que pasar por ello, que están pasando por ello y a aquellas que no pudieron contarlo...



Dedicado, también pero en forma de potente estirón de orejas (por no decir otra cosa) a todos aquellos incompetentes (por inútiles, por ambiciosos, por desconsiderados, por prepotentes, por misóginos, por...) que han decidido cargarse de un tijeretazo la sanidad -por aquello de las pruebas de detección precoz, las mamografías-, la investigación -por aquello de intentar encontrar un remedio a esta plaga de la hipermodernidad-, la educación -por aquello de que cuanta más información y más formación menos riesgo-, el estado de bienestar (ya ya hablaría tan solo de "estado de estar") -por aquello de que solo queremos vivir sanas y tranquilas, con todo lo que estos adjectivos implican-; en definitiva, que han decidido cargarse el futuro -por aquello de... Sin comentarios-.

domingo, 6 de octubre de 2013

LLAMADME PENÉLOPE



Llamadme Penélope, sí, como la mujer de Ulises, aquella que en La Odisea, de Homero, para sobrellevar mejor la ausencia de su marido y para ahuyentar la presencia de posibles pretendientes, se dedicaba a tejer y a destejer infinitos lienzos… Llamadme Penélope, sí. Os explicaré por qué.
Hace poco leí en una publicación que el participio pasado del verbo 'tejer' en latín (texere) es textu, 'tejido'. ¡Qué maravillosa sorpresa! Y que, de ahí, de ese participio pasado, con el paso del tiempo (¡qué gran aliado!), mediante asociaciones metafóricas, ese vocablo sirvió para designar lo que estaba escrito, el texto, y que “no era otra cosa que el tejido de las letras y de las palabras”. No podía ser más perfecta esta ligazón ni más elocuente ni más representativa. Tejidos para hablar de escritos, de textos. Tejer como sinónimo de escribir. Sencillamente, precioso. Y, mientras escribo estas palabras en mi blog, mi particular telar, como cada semana, me emociono imaginándome como una deliciosa, abnegada y detallista tejedora y me acuerdo de aquellas mujeres del sur de Marruecos que tejían, y siguen tejiendo, sus alfombras y “escribían” allí, en silencio, en esos rudos lienzos, coloridas formas para transmitir sus vidas: sus historias, sus ilusiones, sus penas… O de aquellas mujeres de ancestrales pueblos hispánicos que siguen bordando los mantos a las vírgenes o los mantones de celebración con delicados hilos de oro y plata para declarar su fe y para dejar fijados el folclore y las fiestas… O de aquellas otras mujeres que, incansablemente, dejándose la vista y la espalda, como auténticas orfebres, se esfuerzan por mantener viva la tradición en forma de ajuares “escritos” con puntadas de seda y pasamanería. Y de tantas otras que, con aguja, hilo y dedal, tejen y tejen en cualquier rincón del mundo para dejar constancia de su paso por este mundo. Con esmero, delicadeza, constancia, atención.
Porque, ¿qué es, sino, un texto? Pues eso, una muestra más de nuestro paso por este mundo. Una evidencia, un rastro, una prueba de que alguien estuvo aquí. Un tejido perfectamente tramado con la urdimbre en el telar.
Obviando por un momento el significado maquiavélico y perverso que han adquirido estos términos (urdir, tramar): maquinar; disponer, preparar con astucia y cautela un engaño o una traición contra alguien o para la consecución de algún designio, me quedo con la primigenia acepción, la más bella y “romántica”: disponer los hilos en el telar para formar un lienzo. Porque de eso se trata cuando escribimos: de disponer, de preparar las palabras (los hilos) en el papel (el telar) para formar un texto (un lienzo, una tela, un tejido en el sentido más etimológico de la palabra). Insisto, no puede ser más perfecta ni más elocuente ni más visual esta ancestral ligazón. Maravillosa.
Pero no es tarea fácil; hay que conocer muy bien esos hilos para saber cuáles van mejor para confeccionar cualquier tipo de tela. No todos van bien y hay que seleccionar con cuidado y esmero. Seda, lana, lino, poliéster... no son iguales y no dan los mismos resultados. Tampoco dan los mismos resultados todas las puntadas: no es lo mismo el punto de cruz, el punto de colmena, el bordado... De la misma manera ocurre con el cañamazo sobre el que se teje. Hay que planificar bien qué se quiere hacer y para quién o para qué. Y es quizás en esa acción, pensar bien y seleccionar primorosamente los hilos, los colores, el telar, el tipo de puntada, el diseño, el cañamazo, donde se encuentra el secreto y la belleza de un tejido. 
Pues lo mismo ocurre con la escritura. Antes de coger un papel y un bolígrafo (o antes de abrir el Word en el ordenador), hay que pensar bien qué se quiere escribir, cómo se quiere escribir, a quién se quiere escribir, con qué objetivo, etc. Hay que seleccionar bien las palabras, los conectores, los signos de puntuación, para que, al final, el texto quede bien tramado y quede perfecto.
Y no es fácil. Parece que escribir, escribir bien, no es complicado, que todo el mundo puede hacerlo y hacerlo bien. Pero hay que ser primoroso y exigente con la ortografía (¡menudo hueso acabo de tocar!), con la sintaxis (¡otro hueso!) y con la redacción, con la coherencia y con la cohesión (¡el hueso más duro!). Pero lo más importante no es eso; lo realmente importante es la voluntad, ese deseo de hacerlo bien, de no conformarse con cualquier cosa aunque con esa cualquier cosa ya nos entiendan. No, no es fácil si se quiere hacer bien.
Y aquí me tienen, tejiendo, como Penélope, la de Ulises. Aquí me tienen buscando hilos de oro y plata, hilos de seda y de lana fina, lana selecta, hilos de colores para tejer. Aquí me tienen, puntada tras puntada, haciendo filigranas con los hilos, buscando la orfebrería pura. Pero yo no soy Penélope, yo no tejo para paliar la espera o la ausencia, yo no tejo para rechazar a nadie. Yo tejo para vivir, para decir que estoy viva y para dar a mi vida placer y alegría. Yo tejo para dar sentido a mi vida, yo escribo para seguir viviendo.