miércoles, 23 de noviembre de 2011

MÁS CINE, POR FAVOR

¿Se acuerdan de cuando les hablaba de la evolución dentro del gran árbol de la vida? ¿Se acuerdan? Seguro que no –y eso que no hace ni cinco páginas que lo han leído-, pero bueno. Da igual. Pues yo sí que le he estado dando vueltas al asunto. La verdad es que me he roto los cuernos de tanto pensar. El tema da mucho de sí...
Evolución. Lo cierto es que, desde que nos conciben –ya saben, eso de la abejita que se posa en la flor y todo lo demás-, estamos creciendo, cambiando y evolucionando constantemente. Si no, fíjense, por ejemplo, cuando nos vimos inmersos, sin comerlo ni beberlo, en el “boom” de E.T. Fuimos todos a verla, en plan familia feliz, una tarde de sábado, con las palomitas hechas en casa, la fiambrera llena de croquetas y aquella botella de plástico blanco con cierre de la casera llena de agua. No me lo negarán, Spielberg se forró con nosotros. Y, más de uno, seguro, salió del cine queriendo ser Elliott, el chico protagonista, y más de una –como yo, sin ir más lejos-, soñando con ser la hermanita de Elliott, todo compasión y generosidad. Hasta el punto que, en el patio del colegio, jugábamos a E.T. Yo me pido ser Elliott; pues yo me pido la hermana. Rezábamos para no ser el pobre desgraciado al que le tocara hacer el papel del feo extraterrestre, caminar como un pato mareado y decir constantemente mi caaaasssssa, teeelééééééfooonooo. Bueno, a decir verdad, antes jugábamos a “losángelesdecharli”: me pido Kelly, y yo Sabrina, y yo... e íbamos por el patio, con las manos juntas a modo de pistola, vigilando por detrás de las canastas de baloncesto y haciendo ver que el tutor era el malo; en definitiva, nos pasábamos las media hora de recreo haciendo el gilipollas y el más auténtico de los ridículos. Porque, ya me lo dirán ustedes, una cosa es entretenerse con las gomas o al escondite y otra, muy diferente, es jugar a losángelesdecharli o a eté.
Los años van pasando irremisiblemente y los niños nos convertimos en tiernos e ilusos adolescentes. Y, ¿cuál era la película que hacía furor en aquellos tiempos? Dirty Dancing, por supuesto. Cuerpos sudorosos bailando al son de una clandestina e insinuante música, niñata pija e idealista que sucumbe ante los encantos y buenos haceres del protagonista cachas, un tanto canalla y tremendamente seductor. Y ya nos ven a mí y a una amiga, en vísperas de la temida selectividad, al salir del cine, bailando al ritmo de la canción que acompaña a los créditos finales. Un brazo por aquí, un suspiro por allá, bajábamos las escaleras como primeras vedettes en el día del estreno y nos cogíamos mutuamente para bailar el agarrado que se marcaba la pareja a mediados de film –lo que hace la imaginación, por favor-, el año que viene me apunto a una academia de baile... Les tengo que confesar que, si no soñamos con ser la prota en ese su primer revolcón cinematográfico durante meses y meses, no lo hicimos nunca.
Adolescencia efervescente, juventud más pausada y llega Oficial y caballero. Eso sí que fue la revelación. Sean sinceros, ¿quién de ustedes no la vio sin soñar luego con un Richard Gere que quitaba el hipo o con una chica de pueblo que consigue ser mujer de un tipazo con uniforme? ¡¡¡¡Con el morbo que dan los uniformes!!! Yo no lo voy a negar. Estuve bastante tiempo imaginándome a mi vecino del quinto –que, en esos tiempos, me gustaba a rabiar-, vestido con el uniforme de marina, viniendo a la universidad para sacarme en volandas del aula –tal y como se ve en la película- y rescatarme de tanto aburrimiento y pedante erudición ante la sorpresa y la envidia de mis compañeras, y todo el profesorado, en los pasillos del claustro, aplaudiendo y llorando a moco tendido, gritando, ¡bravo, bravo, te lo mereces! Se acuerdan, ¿verdad?
Nueve semanas y media constituyó un punto de inflexión. Esta película marcó claramente un antes y un después en nuestras inocentes vidas. Nada de príncipes azules vestidos de marineritos, nada de te amaré hasta que me muera, nada de tú eres lo mejor que me ha pasado en mi puñetera vida. Nada de eso. Con esa película, dura, cruda y real, cambiaron nuestros gustos y empezamos a suspirar por rudos hombres, un tanto canallas, un tanto macarras, con camiseta de camionero y tatuaje en el bíceps. En los sueños de aquella época, buscábamos al hombre, busco a Jack’s, que nos arrastrara por el lodo del pecado y la lujuria, que nos metiera en su cama y nos untara de mermelada y hielo –un poco pegajoso y asqueroso, digo yo-, que nos hicierqa sudar y nos obligara a hacer un “estriptis” privado y super-sugerente mientras nos iluminara con un flexo. Supongo que en época de nuestros padres, el imaginario colectivo debía apelar a Un tango en París
Llegamos a la edad adulta con todo un hito del cine. Una Sharon Stone estupenda, atrevida y exigente y un Michael Douglas sumiso, desorientado y complaciente. ¿Recuerdan aquel magnífico cruce de piernas de la señora sin bragas? ¿Y del polvo con pañuelo de seda y puñalada incluidos? Lo han adivinado. Estamos hablando de Instinto básico. Con esa película, yo y más de una nos emperramos a aprender a seducir al contrario, a bailar de manera provocativa, a abrir la boca –y no precisamente para hablar- y a “hacerlo”. Mis amigas, no sé, pero yo, cuando vi la dichosa película, decidí que quería aprender a “hacerlo” como se veía en la película y, lo que me empezó a parecer también muy importante, decidí que quería que me lo “hicieran” manera salvaje, descontrolada y placentera... Y ya me ven a mí, señores, buscando la ropa interior más sexy que tenía en aquellos tiempos y poniéndome delante del espejo de mi habitación, cerrada a cal y canto, para ensayar bailes, posturas, gestos y caídas de pestaña con el único objetivo de emular a la rubia peligrosa de los noventa. Si quieren que les sea sincera, el único baile que presencié en el espejo fue un ir y venir de michelines, flotadores y demás lorzas estratégicamente repartidos por toda mi humanidad. Y, no podía ser de otra manera, se me quitaron las ganas de todo, de enfundarme en un vestido ceñido, de ir a la discoteca de moda y de ligarme al poli más guapo del barrio...
Tengo que reconocer que, con el paso del tiempo, las cosas han cambiado considerablemente. Ahora voy al cine y mi cabeza se mantiene en su sitio. Ahora no sueño con bailar con el más guapo del lugar, con tener un novio con uniforme, con que me unten de nata o con que me aten al cabecero de la cama con un pañuelo exclusivo. Ahora, sólo aspiro a que mi novio me invite a cenar de vez en cuando, que no me pida que le unte las tostadas y que se lo crea cuando le digo que tengo jaqueca...

1 comentario:

  1. Mamen, me declaro en huelga de 1personafemeninosingular, da lo mismo que me gusten mucho tus artículos, hasta que no cambies el fondo. Que se me esta yendo la vista coño! que pasa con el tradicional letra negra sobre fondo blanco? POR FAVOR TE LO PIDO! Pleasiplis.

    ResponderEliminar